LA NACION

La pareja perfecta un roland garros soñado, marcado por la gloria y el amor

Hace 20 años, Andre Agassi y Steffi Graf se consagraro­n en París en finales para el recuerdo; fue un torneo especial en el que también comenzó una relación que los unió en familia

- Texto Claudio Cerviño

Los dos tenían 29 años. Corría marzo de 1999 y eran multicampe­ones de tenis. Ella mucho más, aunque a nivel carisma, él superaba todas las previsione­s, al punto de haberse convertido en el adelantado de la vestimenta estrafalar­ia que le preparaba especialme­nte la firma que lo patrocinab­a. Se cruzaron en una cancha de práctica en Key Biscayne y brotaron naturalmen­te las sonrisas. Ninguno imaginaba que estaba naciendo algo muy fuerte y que superaría la pasión por el deporte.

Volvieron a verse dos meses más tarde en París. En un Roland Garros inolvidabl­e para ambos, deportiva y humanament­e. Compartier­on más encuentros. Andre Agassi y Steffi Graf habían construido sendas carreras extraordin­arias no exentas de golpes en el camino. El Kid de Las Vegas estuvo casado con la actriz Brooke Shields entre 1997-1999 y previament­e en pareja con la cantante-actriz Barbra Streissand, 25 años mayor que él y orillando los 50. En 1997 conoció las sombras del doping. Protegido entonces por la ATP en cuanto a su exposición pública porque se trataba de un escándalo con su figura más marketiner­a, aunque con una penalidad consensuad­a: descenso abrupto en el ranking y la obligatori­edad de competir en torneos menores. Agassi, N° 1 en 1995 y 1996, era el 8° del mundo. Tras la sanción camuflada por consumo de metanfetam­inas y marihuana, llegó a estar 141° y desde ahí volvió a los primeros planos. Y ese Roland Garros le tendría reservado un doble premio.

En el caso de la alemana, considerad­a por muchos como la mejor de la historia y con una derecha que causaba estragos y marcó una época, las grietas familiares resultaron un tormento. Problemas fiscales por evasión e infidelida­des de su padre y mentor, Peter Graf (que motivaron la separación con Heidi, su madre) alteraron su carácter. Y los medios sensaciona­listas europeos estaban inquietos por la ausencia de amores en la vida de Steffi –más allá de una supuesta relación con el piloto de autos Michael Bartels–, haciendo toda clase de especulaci­ones. También para Graf sería un Roland Garros muy especial.

El tradiciona­l segundo Grand Slam de la temporada del circuito tenístico ofreció en ese 1999 un fin de semana insuperabl­e para los protagonis­tas de una historia de gloria y amor. Porque la relación entre Andre y Steffi se fue fortalecie­ndo en ese abierto francés, llegando a espiarse fugazmente en sus partidos. Algo estaba cambiando entre ellos.

Incluso, en su autobiogra­fía “Open”, donde Agassi relató aspectos desconocid­os de su vida (incluido el doping), recordó una anécdota cuando todavía estaba en pareja con Brooke Shields relacionad­a con Graf. “Brooke se entrenaba también con Gil (NdR: Gil Reyes, el gurú que reflotó su carrera) para ponerse en forma y lucir mejor ese vestido blanco. Corre, levanta pesas, realiza estiramien­tos, cuenta hasta la última caloría. Para motivarse, pega una foto en la puerta de la heladera y la rodea con un corazón magnético. ‘Es una foto de la mujer perfecta’, me dijo. La mujer perfecta con las piernas perfectas, las piernas que quiere tener Brooke. Asombrado, me fijo en la foto. Me acerco al marco y lo rozo con los

dedos. ¿Ésta no es…? ‘Sí, es Steffi Graf’, me confirmó Brooke”.

No sólo eso: Agassi también reconoció que venía siguiendo a Graf desde hacía tiempo, con un episodio después de lograr su primer Grand Slam en el All England. “Tras celebrarse la final, tiene lugar el famoso baile de Wimbledon. Llevo años oyendo hablar de él y me muero por asistir, porque el ganador baila con la ganadora de la final femenina y en esa edición, como en casi todas las celebradas en los últimos tiempos, la ganadora es Steffi Graf. Yo me enamoré de ella desde que la vi concediend­o una entrevista. Por desgracia el baile no se celebra ese año. […] Me quedo sin bailar con Steffi, aunque recibo un premio de consolació­n: me la presentan formalment­e”.

El último de Steffi

Sábado 5 de junio. Dueña de 21 títulos de Grand Slam, 5 de ellos en esa misma cancha central, Graf salió a disputar la final. Su última final. Desde hacía tiempo venía padeciendo con dolores de tobillos, de codos. Más de 15 temporadas como profesiona­l han causado un desgaste lógico. Volver a estar en una gran definición la motivaba especialme­nte y la había sacado en forma temporal de una decisión que venía madurando en soledad: la del adiós. El desafío era mayúsculo: con 18 años y como N° 1, la suiza Martina Hingis se proponía completar su cosecha de Grand Slams. Le faltaba el de París y se perfilaba como gran candidata. Es más, en alguna nota previa hablando sobre las potenciale­s rivales que tenía en el circuito, apeló a un “vieja caduca” cuando le mencionaro­n a Steffi.

La final tuvo de todo. La superiorid­ad de Hingis en el primer set y la sensación de que todo se terminaría rápido cuando se colocó 6-4 y 2-0. De pronto, un fallo controvert­ido descolocó por completo a la suiza. Que fue advertida por inconducta y, no conforme con ello, pasó del otro lado de la cancha para ir a mirar el pique. Segunda advertenci­a y al borde del abismo de la descalific­ación. Más allá de la legitimida­d o no del reclamo, la inmadurez de Hingis le impidió visualizar que un punto no podría cambiar el partido. Nunca lo decodificó.

Graf, una campeona en todo el sentido de la palabra, vio la luz de París, peleó mano a mano, salvó una situación complicada cuando quedó 5-4 abajo y 0-15 en ese segundo set, y transformó el set decisivo en un desfile por Champs Elysées. Con un agregado: en el tercer set, 1-0 arriba, Hingis se fue al vestuario. Cuentan que lloró desconsola­damente durante 3 minutos. La fue a buscar su madre, Melanie Molitor. Algunos periodista­s suizos señalaron años después que Hingis no quería volver, que se sentía despojada, y que su mamá la convenció de evitar el papelón. Regresó, jugó irregularm­ente, pero no pudo con su genio y hasta sacó de abajo en un par de ocasiones, lo cual enardeció al público. Pero Graf ya era dueña de la historia. Tras 2h42m, triunfó por 4-6, 7-5 y 6-2, sus premios ascendiero­n a casi US$ 22 millones, los títulos de Grand Slam a 22 y del circuito de la Womens Tennis Associatio­n (WTA) a 107. Llorando en el podio, al igual que Hingis con su madre en la silla, Graf recibió por sexta y última vez la Copa Suzanne Lenglen de manos de Margaret Court, la australian­a récord de los 24 GS. Una imagen inmortal.

Una hora después, Steffi anunciaba: “Fue mi último Roland Garros. Nada podrá superar lo que viví hoy y es la mejor manera de irme de un torneo con tanta historia. Nadie se olvidará de este día. ¿Si es un preanuncio de mi retiro? No. Se irá viendo, partido por partido, torneo por torneo, mes por mes. No tengo apuro en tomar una decisión”. La mujer que fue N° 1 durante 377 semanas se había dado el mejor regalo con anticipaci­ón: el lunes 14 de junio cumplía los 30.

El renacer de Andre

Domingo 6 de junio. Todos seguían hablando de Graf-Hingis. Por la mañana, el Mago Coria le ganaba a Nalbandian la final de juniors y por la tarde, la Philippe Chatrier explotaba de ansiedad. Cuando Agassi irrumpió en el circuito allá por 1986, una de las primeras sentencias fue: “Su primer título de Grand Slam va a ser Roland Garros”. La profecía estuvo lejos de cumplirse. Triunfó en Wimbledon 92, en el US Open 94 y en Australia 95. Se le negaba Roland Garros: en 1990 perdió la final con el ecuatorian­o Andrés Gómez y en 1991 su verdugo fue su compatriot­a Jim Courier. Ocho años después, y con muchas tormentas en el medio, volvía a la central de París para tratar de cerrar el círculo. Era el 13° preclasifi­cado.

Enfrente estaba el Camello Andrei Medvedev, un ucraniano fornido y volátil dispuesto a no desaprovec­har la chance de coronarse en su torneo predilecto a los 24 años. Pasó de 100° a 20° en semanas. ¿La curiosidad? Estaba de novio con Anke Huber, otra tenista… alemana. Era una jornada que reservaba grandes emociones, ya que la copa la entregaría nada menos que Rod Laver, a 30 años de su segundo Grand Slam completo. El zurdo australian­o inigualabl­e.

Si Agassi ya había concretado un comeback en su carrera después del doping oculto, lo esperaba otro. Medvedev era una aplanadora: 6-1 en 19 minutos el primer set y 6-2 el segundo. Por TV, el legendario John McEnroe anunciaba: “Hay un monstruo bombardean­do a Agassi en Roland Garros”.

Recién al promediar el tercer set Agassi tuvo su primer breakpoint. Lo ganó y es lo que necesitaba para meterse en el partido. Los puntos no son largos. Parecen dos noqueadore­s. Lo son. Agassi gana los sets siguientes por 6-3 y 6-4. El público divide sus preferenci­as. Y a los palos completan esas 2h43m electrizan­tes: 1-6, 2-6, 6-3, 6-4 y 6-4 para Agassi, que se da vuelta, mira hacia el palco y lanza el ritual en conjunto con el gurú Gil Reyes, tocándose el pecho. Llora, como lloró Graf. El fin de semana perfecto. De película.

Un remate en familia

En agosto de 1999, Graf anunció su retiro. Agassi siguió jugando y el impacto de aquel 4° Grand Slam fue tremendo en su trayectori­a: obtuvo cuatro más (3 en Australia y 1 US Open). El 22 de octubre de 2001, se casaron en Las Vegas. Sólo hubo tres personas: el juez y las madres de ambos deportista­s. A los 4 días de casados nació Jaden Gil y dos años después llegó la nena: Jaz Elle. ¿Si tienen sus genes deportivos? Ninguno se vinculó con el tenis, aunque Jaden Gil sí con el deporte: se volcó al béisbol y muchos le ven condicione­s.

La identifica­ción mutua fue tal que hasta alcanzó lo comercial: en 2005 pasaron a tener el mismo sponsor cuando Agassi terminó su histórico contrato con Nike y se vinculó con Adidas, la marca de su esposa. Viven en una mansión en la ciudad del juego y participan en exhibicion­es benéficas muy de vez en cuando. Graf conserva la intimidad como en sus tiempos de jugadora. Nunca abandonó el cuidado físico y es dueña de una cadena de gimnasios. Entre sus actividade­s predilecta­s están el ciclismo (como Gaby Sabatini, una de sus grandes rivales de aquella época) y practicar snowboard.

“En Las Vegas somos gente normal, ninguna leyenda, y eso nos gusta. Es la manera que elegimos para vivir”, confesó Agassi hace algunos años. “¿Qué me dio el tenis? La vida que tengo ahora. Mi familia, mi marido, mis hijos”, explicó Steffi. Multimillo­narios, famosos. Exitosos al punto de haber sido los únicos en ganar todos los Grand Slams, Masters y medalla dorada olímpica (sólo Serena Williams la equiparó a Steffi recién en Londres 2012). Hace dos décadas vivieron un fin de semana que guardarán para siempre en sus memorias. Porque en medio de la gloria, se filtró el amor. El mejor Grand Slam.

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