Una salida que solo garantiza más inestabilidad
Theresa May finalmente se irá de Downing Street sin haber cumplido la promesa que hizo a los británicos: concretar el Brexit. Pero ¿quién hubiese podido? Luego de tres años de desafíos cotidianos, sumergida en un tornado político imposible de aplacar, la primera ministra no tuvo otra solución que dejar su puesto sin un acuerdo de salida con la Unión Europea (UE), aumentando así todas las posibilidades de que su país abandone el bloque en octubre en un caótico no deal.
“Saldremos de la UE con acuerdo o sin acuerdo”, replicó de inmediato el conservador euroescéptico Boris Johnson, uno de los artífices del Brexit, gran favorito para reemplazarla al frente del Partido Conservador y en el 10 de Downing Street.
Colmo de la ironía: un tribunal examina actualmente una denun
cia en su contra por “su recurrente utilización de fake news” durante la campaña del referéndum de junio de 2016.
Según afirmaba Johnson en aquel momento, Gran Bretaña daba 350 millones de libras (unos 397 millones de euros) semanales al bloque comunitario.
Pero nada es seguro, a excepción de que el Reino Unido y la UE deberían prepararse para continuar sumergidos en la inestabilidad. En este momento sería inapropiado hacer conjeturas, porque todo depende de lo que ocurra en las próximas semanas. Y, sobre todo, de quién suceda a May.
Para reemplazarla, el Partido Conservador debe abrir la semana próxima un proceso interno de selección, que debería concluir el 20 de junio.
Quien obtenga el puesto de líder de los tories ocupará automáticamente la jefatura del gobierno, una situación similar a la que ocurrió tras la renuncia del laborista Tony Blair, luego reemplazado por su socio político, el escocés Gordon Brown, que no logró revalidar el mandato en las elecciones generales.
Si, como en el caso de Johnson, el nuevo primer ministro es un convencido brexiter, Gran Bretaña debería dejar la UE en octubre –o incluso antes– con o sin acuerdo.
Pero la división no solo es profunda entre los que están a favor o en contra del Brexit. También hay pro-brexit que –al igual que los anti-brexit– se oponen firmemente a que el Reino Unido deje la UE sin un acuerdo, por considerar que sería “una aventura de imprevisibles consecuencias”.
Además están aquellos que defienden la idea de que Gran Bretaña mantenga estrechas relaciones con el bloque, una vez concretada su salida.
En otras palabras, gane quien gane, tendrá que enfrentar los mismos problemas que May no pudo resolver. La razón quedó demostrada en las dos votaciones sobre soluciones alternativas organizadas por el gobierno en la Cámara de los Comunes en recientes semanas: no existe en el Parlamento una mayoría para ninguna de las opciones de Brexit. Ni siquiera la posibilidad de un Brexit sin acuerdo, que fue derrotada ampliamente. Opciones
En verdad, sería difícil para los legisladores oponerse a un nuevo primer ministro decidido a salir de la UE sin un acuerdo. Sin embargo, como el debate parlamentario se polariza cada vez más entre un posible no deal y un segundo referéndum, esta última opción tampoco puede ser descartada. Sobre todo, si el nuevo líder conservador se da cuenta de que es mejor un nuevo plebiscito que unas elecciones generales.
Por último, en el corto plazo, Gran Bretaña podría –incluso– solicitar una nueva extensión del artículo 50 del tratado europeo de salida; prolongaría así la agonía más allá del 31 de octubre.
Como la UE sigue afirmando que es imposible negociar un nuevo acuerdo, el impopular texto firmado por May con la UE es el único que hay y que puede servir de base para hallar un eventual compromiso entre el nuevo primer ministro y Bruselas.
En todo caso, esa coreografía del vaivén –que marca el ritmo de la política británica desde hace tres años– ha agotado la paciencia de los líderes europeos. Y los acontecimientos de esta semana no hicieron más que agudizar la frustración.
“Estoy hartándome porque no hacemos más que esperar la próxima prolongación”, advirtió esta semana Jean-claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea (CE).
En esas condiciones, la identidad del sucesor de Theresa May importa poco.
Sea quien fuere el nuevo primer ministro británico, se enfrentará con la presión inmediata de Bruselas y de todas las otras capitales europeas para que aclare si tiene intenciones de obtener por fin el apoyo parlamentario al tratado de salida o prefiere lanzarse a un Brexit sin acuerdo, de imprevisibles consecuencias.