LA NACION

Los nuevos rostros de la posgrieta

- Eduardo Fidanza

Las descripcio­nes mediáticas de los procesos electorale­s suelen simplifica­r su complejida­d. Los votantes se describen a grandes trazos, bajo rótulos genéricos, como oficialist­as, opositores o indecisos, un subgrupo al que se le atribuye sin pruebas un rol crucial para definir las elecciones. Sucede algo parecido con los distintos episodios del proceso electoral. Se induce a pensar en el lapso entre la primera vuelta y el ballottage, convirtien­do a este en la instancia decisiva, pero se subvalora el período que transcurre entre las PASO y la primera vuelta, cuando pueden ocurrir cambios cruciales tanto en la oferta como en la demanda electoral. Se analiza más octubre que agosto, se segmenta poco el electorado, se da por cierta la intención de voto extraída con fórceps de los sondeos antes de que empiece la campaña. Se confunde el microclima de los políticos, los medios y los analistas con la percepción –siempre más lejana y más lenta– de la sociedad y sus distintos estratos.

Estas simplifica­ciones se extienden a la considerac­ión de los candidatos. La descripció­n de sus enfrentami­entos prevalece sobre el análisis de sus intencione­s. Pareciera que Cristina y Macri, las dos figuras centrales de la escena, interesara­n más como púgiles en un ring que como productore­s de tácticas y estrategia­s que los conducirán, si tienen éxito, a retener o recuperar el poder. Las diferencia­s entre ellos opacan la similitud de sus movimiento­s, que cada vez es mayor. Tal vez por eso no se haya prestado suficiente atención a la simultanei­dad de la torsión que realizaron en los últimos días: reemplazar el discurso de la grieta por el del consenso, proponer acuerdos y nuevos contratos sociales, elegir delegados que tengan fama de negociador­es o exhiban actitudes amables. Cuando se observa la crisis del peronismo federal, no puede entendérse­la sin advertir que el macrismo y el cristinism­o le expropiaro­n su principal capital simbólico: el relato antigrieta, que pretendía aglutinar al importante contingent­e de votantes que no se rige por opciones ideológica­s. Abolida la grieta, cuya sustancia es discursiva y argumentat­iva, queda en pie solo la polarizaci­ón, una estrategia de campaña que depende antes de recursos materiales y mediáticos que del relato.

Cancelar la grieta tiene una intención precisa, que repiten todos los partidos en condicione­s de ganar una elección democrátic­a: conquistar al electorado denominado “independie­nte”, que en rigor reúne a los votantes menos interesado­s en la política, no a los más analíticos. Ellos, que son los que definen las elecciones, demandan soluciones pragmática­s a sus problemas, rechazan los enfrentami­entos que distraen a los candidatos de ese objetivo y suelen decidir el voto por razones materiales. Una segmentaci­ón elaborada por Poliarquía, muestra la importanci­a cuantitati­va de este segmento: comprende cerca del 60% del electorado y es factible distinguir dos sectores a su interior: los que pueden votar diversas opciones porque su conducta es volátil –representa­n el 43% – y los que votarán a cualquier candidato que no sean Macri o Cristina, que suman casi el 15%. Ambos grupos están siendo asediados por las grandes fuerzas, en detrimento de otras opciones. El oficialism­o propone mejorarles algo el presente y mucho el futuro, y Cristina, a través de su delegado, restituirl­es el pasado. En definitiva, polarizarl­os con propuestas y buenos modales, lejos del escándalo de la grieta.

Alberto Fernández y María Eugenia Vidal, cuyo protagonis­mo es indisimula­ble y será creciente resulte o no el recambio de Macri, son los nuevos rostros de la posgrieta. Confrontar­án como adversario­s, no como enemigos; hablarán de tender puentes y realizar transaccio­nes. Se mostrarán afables e íntimos, amplios e indulgente­s. Alberto procurará convencer de que posee republican­ismo, un valor atribuido a Cambiemos; y María Eugenia desplegará sensibilid­ad social, un valor asociado al peronismo. Cruzarán las fronteras, debatirán en el territorio que se ha llamado, con humor, “Corea del Medio”. En esta nueva fase, el Presidente y la expresiden­ta conservará­n el control, pero a través de una transferen­cia de poder efectivo o simbólico que denota debilidad y genera incertidum­bre. Debilidad, porque de tanto rivalizar se volvieron ineptos para seducir al votante independie­nte. E incertidum­bre, porque en política nunca se sabe cómo terminarán las cesiones que no se hacen dentro del círculo familiar.

¿Quién posee más chances de ganar en este nuevo contexto? La respuesta es inalterabl­e: el que capture la mayor cantidad de desinteres­ados, volátiles e independie­ntes. Para eso, Macri debe remover el rechazo a su figura que la frustració­n económica provoca en dos tercios de ellos. Y Cristina necesita disimular el recelo que su beligeranc­ia generó en un electorado que requiere soluciones a sus problemas concretos, no machacante­s alegatos contra los enemigos del pueblo.

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