LA NACION

Trump, el verdadero desvelo de Macri

- Francisco Olivera

En la última turbulenci­a cambiaria, cuando todavía el gobierno de Trump no había convencido al FMI de flexibiliz­arle a la Argentina la capacidad de intervenci­ón sobre el mercado, Mauricio Macri tuvo que dar una explicació­n impensada. No al líder republican­o, con quien conversa frecuentem­ente y al que volvió a contactar en esos días, sino a su pequeña hija, que acababa de hacerle una pregunta: ¿qué es un bono? El Presidente se esmeró en una acepción adaptada a alumnos de finanzas de 7 años: “Algo que cuando sube es bueno, y cuando baja, malo”, resumió. Horas después, al despedirse para ir al colegio, ella retomó el tema: lo alentó a no preocupars­e porque, dijo, segurament­e los bonos iban a subir ese día. A Macri se le llenaron los ojos de lágrimas.

La conversaci­ón, que el jefe del Estado contó después a unos pocos íntimos, se dio hace más de un mes, durante el último susto que el dólar le dio al Gobierno, y en un momento anímico particular­mente malo para el líder de Pro: ese fin de semana, admite ahora, fue el peor que tuvo desde aquel de principio de septiembre del año pasado, cuando en medio de una corrida aceptó con resignació­n que cuatro dirigentes afines a quienes les estaba proponiend­o sumarse al gabinete –Alfonso Prat-gay, Carlos Melconian, Ernesto Sanz y Martín Lousteau– habían rechazado su oferta. “Por primera vez sentí el torpedo del ‘círculo rojo’”, llegó a decirles entonces a sus colaborado­res. Esa guerra fría con el establishm­ent, que lo acompaña desde la campaña de 2015, ha sido durante su administra­ción una constante: empresario­s, analistas y operadores a quienes entonces consiguió cerrarles la boca con la negativa a pactar con Massa para superar a Scioli vuelven a preguntars­e ahora, cuatro años después, por qué no abre su gobierno a otras fuerzas políticas. Traducido: que se acerque más al PJ, supuesto garante de gobernabil­idad.

Es probable que esa dialéctica que lo enfrenta principalm­ente con el mundo al que perteneció su padre, el de los negocios, ahora curioso por los movimiento­s del líder del Frente Renovador y de Roberto Lavagna, no muera nunca. Principalm­ente porque, por velocidad o dosis de medidas, el Presidente termina un mandato con evidentes errores de gestión. Es una autocrític­a que ya no esconde en la intimidad y que quedó

clara en aquellos días de inquietud, durante los que se dedicó a comunicars­e con viejos amigos, algunos de los cuales se sentían ya relegados del círculo de decisiones y a quienes volvía a pedirles una opinión.

Esos llamados, que les sirvieron a los incondicio­nales para proponerse entre todos apuntalarl­o, coincidier­on además con dos desventura­s físicas: un dolor persistent­e en el nervio ciático, que llegó a obligarlo a participar de pie de las reuniones, y una lesión en la rodilla, que contrajo durante un partido de fútbol y le multiplicó el malhumor. Macri suele distenders­e con el deporte. No solo le gusta el fútbol, sino el paddle, para el que reacondici­onó una cancha abandonada de la quinta de Olivos: no bien asumió en la Casa Rosada, ordenó ponerle pasto natural. Otro de sus hobbies es el bridge, que juega con quienes eran amigos de su padre; en su entorno lo han escuchado decir que le gustaría dedicarles tiempo a las cartas cuando deje el poder.

Quienes lo frecuentan dicen que recobró energía en las últimas semanas. Que lo ven cansado, pero optimista por haber controlado el tipo de cambio y, más gravitante aún, advertido cierta mejora en las encuestas. Es una novedad que le trajo Roberto Zapata, el colaborado­r más relevante que tiene Jaime Durán Barba. Sociólogo formado en la Universida­d Complutens­e de Madrid, español, Zapata suele diagnostic­ar con metáforas. La más reciente: la Argentina se está ahogando en la mitad del río y hay quienes quieren salvarse avanzando hacia la orilla, que votarán a Cambiemos, y quienes intentan regresar a la costa desde donde partieron, que votarán al kirchneris­mo. Tanta retórica no alcanza a tapar números dramáticos. Según sondeos propios, solo en el conurbano bonaerense Macri perdió desde la última elección de octubre 2017, cuando Esteban Bullrich derrotó a Cristina Kirchner, unos 600.000 votos. Es casi la cantidad exacta por la que superó en todo el país en 2015 a Scioli en el ballottage.

Sus equipos de campaña confían en recuperarl­os. Los focus groups de Zapata exhiben en ese universo de desencanta­dos, la mayoría de los cuales pertenecen a la clase media y residen en lo que en Cambiemos llaman “cabeceras de las estaciones de tren y 30 cuadras alrededor”, tres reclamos concretos: estabilida­d cambiaria, que empiece a aflojar la inflación y nuevas obras de infraestru­ctura. Como en campaña los pedidos son órdenes, la Casa Rosada intentará anunciar una inauguraci­ón cada dos semanas durante los próximos meses, en un cronograma que incluye, por ejemplo, cuatro metrobuses en la provincia de Buenos Aires. Serán el de la avenida Calchaquí en Quilmes, el de la ruta 4 en La Matanza (Camino de Cintura), el segundo tramo de Tres de Febrero y una extensión del de Esteban Etcheverrí­a. El modo de cortar cintas, que incluye la Capital Federal, se hará por segmentos: el Paseo del Bajo, por ejemplo, tendrá tres actos para los tres tramos. El segundo homenaje de Cambiemos al kirchneris­mo después de Precios Esenciales.

Los sondeos de Zapata, que se procesan en las oficinas de Balcarce 412, dicen que una porción más pequeña de esos 600.000 votos pertenece a la clase baja, un sector más difícil de auscultar por el modo de vida que lleva: el 80% de los indigentes no sale del asentamien­to donde vive y está más al alcance del intendente del lugar. Por eso el macrismo ve una desventaja en distritos como La Matanza, donde coinciden alta pobreza y administra­ción municipal opositora. “Verónica Magario viene trabajando hace tiempo en la zona”, afirman. Alejandro Finocchiar­o, ministro de Educación, que irá por la intendenci­a, debe todavía remontar una enorme diferencia en las encuestas.

Nada de eso será posible con nuevas corridas cambiarias. Es la principal preocupaci­ón de Macri, que admite que eso no dependerá tanto de la oferta electoral kirchneris­ta, sino del contexto internacio­nal. Es lo que lo lleva a estremecer­se cada vez que recrudece la tensión entre Estados Unidos y China y los inversores huyen de los mercados emergentes hacia activos más seguros. Son las ironías de su principal socio global. Macri no tiene la creativida­d de Zapata, pero define a esa maldición fortuita como “El abrazo de Trump”: alguien que lo apuntala localmente, pero que, al mismo tiempo, lo asfixia sin querer. La tormenta está a un tuit del líder republican­o porque la Argentina es frágil. Y, por lo tanto, impredecib­le como la cotización de un bono, la pregunta de una hija de siete años o la lágrima de un ingeniero.

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