LA NACION

Atención: si creés en los spoilers, mejor no leas esta columna

En Game of Thrones no hay un principio femenino asociado a la bondad

- Mercedes Funes

advierto: no creo en los spoilers ni en los dragones, pero sí, y mucho, en las construcci­ones colectivas yen los fenómenos de masas. Por eso cumplo el ritual de ver todos los años el Super Bowl, los Oscar y hasta el arranque de Showmatch. Por eso el domingo pasado vi con emoción el capítulo final de Game of Thrones como si me importara el destino de ese trono del cual, lo admito, no había seguido la trama hasta ahora, pero sí en cambio los efectos fuera de la serie: desde Barack Obama, fanático confeso de Tyrion, hasta Mirtha Legrand, que en 2015 hizo una producción caracteriz­ada como reina para una revista de cable.

Si el mundo esperaba con ansiedad el final de esta serie, si hasta el maestro del suspenso, Stephen King, defendió ese desenlace de las críticas con la humildad de los que saben –“eso es porque la gente no quiere ningún final”–, la razón es obvia: Game of Thrones es importante y segurament­e dice algo sobre nosotros. Se han escrito cientos de páginas y posteos con analogías políticas, análisis sesudos de su arco

dramático y, también, claro, considerac­iones acerca de si es más o menos feminista o machista.

Me interesa esa última pregunta, así que vayan mis dos centavos sobre eltema.¿esgameofth­ronesunahi­storia feminista? Yo creo que sí, en el sentido más liberal del término.

Muestra cómo las mujeres también tenemos recursos para ejercer el poder y los hemos tenido desde siempre. En GOT no hay un principio femenino asociado a la bondad: no hay ángeles ni damiselas oprimidas, salvo cuando las doblega la fuerza. Las Sansas, Cerceis, Aryas y Khaleesis burlan al sistema, juegan con sus propias reglas bajo las reglas de los varones: consiguen gigantes y dragones que las protegen por amor, son a la vez sagradas y codiciosas, ponen en juego su propio poder como madres y hablan y negocian ese poder en nombre de sus hijos. La fuerza física, ya sabemos, correspond­e a los varones, y a veces se interpone y las detiene, las viola y hasta las mata, pero los personajes femeninos de GOT son capaces de levantarse de sus cenizas y también de matar cuando tienen el control. Y logran sobreponer­se a los obstáculos y a las tragedias para aventurars­e hacia lo desconocid­o. Los varones de GOT no necesitan tanto para brillar. Ninguno tiene una inteligenc­ia descollant­e, les alcanza con la fuerza, aunque esa misma fuerza sea la que los expone más. No es casual que el varón más sagaz sea Tyrion, el medio hombre, el débil, ni que el bueno sea apenas un mediocre al que las mujeres terminan por salvar una y otra vez.

¿Habrá decepciona­do a algunos que la sorpresa, al final, sea que ganan los más débiles? Es posible, como también que el hecho de que miles en el mundo hayan seguido la serie responda a la nostalgia del mundo tal como era antes de la revolución industrial, mucho antes del mandato progresist­a de la corrección política, mucho antes incluso de que observar cada fenómeno bajo la lente violeta del feminismo se volviera un lugar común, del que no intenta escapar esta columna. ¿Cómo explicar, si no, que esa orgía de sexo, honor, política, sangre y aventura haya tenido semejante éxito?

¿Habrá decepciona­do que la sorpresa, al final, sea que ganan los más débiles?

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