LA NACION

La impresora embrujada y un final por completo inesperado

- Ariel Torres @arieltorre­s

Una máquina había dejado de andar. así arrancan estas historias siempre. –creo que mi impresora dejó de andar –exclamó, a viva voz, desde su estudio. Sin anestesia. Desde luego, tenía que imprimir una pila así de alta de cosas, y debía hacerlo ese día.

Fui a ver la máquina, una robusta Workforce K101, de Epson. Titilaban todas sus luces. parecía un arbolito de Navidad con bandeja para papel. como de costumbre, en el preciso instante en que me encontré con el equipo fallado (sí, me pasa cada vez), tuve una corazonada.

–Esa máquina anda bien. Es otra cosa –observé.

–Sí, pero no imprime.

–Va a imprimir.

Le presté mi printer y me llevé la K101 al estudio. obviamente, no hice nada más durante una semana. Solo leí los mensajes de error. papel atascado. pero el papel estaba bien, era lo primero que había revisado. así que se quedó ahí unos días, mientras mi cabeza maduraba alguna idea.

Una semana más tarde, volví a encenderla. Si se había colgado algo en el firmware, ya tenía que haberse corregido. pero no, otra vez era Navidad.

De modo que fui a lo obvio: los drivers. Una vez instalados, las lucecitas habían dejado de parpadear y todo parecía normal. pan comido. Le pedí a Windows que sacara una página de prueba. La impresora hizo unos ruidos raros, saltó un error en pantalla y las luces volvieron a encenderse y apagarse rítmicamen­te. recité fragmentos de Heráclito en griego antiguo y fui hasta la máquina.

por si acaso, volvía revisar la bandeja de papel. Miré dentro. Ninguna hoja atascada. Volví a colocar la bandeja. ok, veamos los cartuchos. Tal vez un falso contacto. Los saqué y los volví a colocar, mientras varias neuronas se reían de mi ingenuidad. En efecto, no hubo cambios.

La apagué y la encendí de nuevo, esta vez con la tapa levantada, para ver si descubría algo extraño en el mecanismo. Todo normal.

Las mismas neuronas de antes me decían con un megáfono de cortisol que era el papel. Ya había revisado el papel. No era eso. Las lucecitas titilando me ponían cada vez más nervioso. apagué la K101. La miré con los ojos entrecerra­dos. ahora que el show lumínico no me distraía, noté algo extraño.

–Vos estás cambiada –le dije. (¿Qué? Hay gente que le habla a las plantas, ¿por qué no hablarle a una impresora?)

Estaba cambiada en serio. Había algo en el perfil, en el aspecto, que no me cerraba. Me costó bastante darme cuenta, pero por fin recuperé el recuerdo. cuando era mi impresora principal, la bandeja de papel sobresalía un poco. ahora, no.

Saqué la bandeja. La examiné. No noté nada raro, excepto que las hojas tenían unas marcas en el extremo por donde el mecanismo las toma. como si algo las hubiera pulido. Solo entonces descubrí que el papel quedaba grande.

–¿Está mal configurad­a la bandeja? –pregunté, al aire, estupefact­o. Volví a mirar. En efecto, estaba en la posición para papel a5.

Esta máquina tiene dos mecanismos bastante sencillos para ajustar la bandeja a los diferentes tamaños de papel. Uno de ellos es una suerte de botón que hay que presionar y deslizar hasta ajustar en el orificio de a4, a5, etcétera. Estaba en a5. No podía entender cómo, porque nadie tiene acceso a ese equipo, aparte de nosotros, y ninguno había necesitado cambiar la bandeja a a5. Ni siquiera habíamos tenido hojas a5 en la casa. Volví a encenderla. Las luces ya no parpadeaba­n. Me senté ante la computador­a con la más completa convicción de que ahora todo iba a salir bien. Y, previsible­mente, la página de prueba salió impecable.

Le devolví la impresora a su dueña, que se alegró de recuperarl­a, aunque que me miró con incredulid­ad cuando le pregunté:

–¿Vos en algún momento usaste papel a5?

–No, ni siquiera sé cómo es. –¿Segura? pensalo.

–No, en serio.

Sabía que era cierto. Sabía, asimismo, que las bandejas de papel no se reconfigur­an solas. Fin. punto. Y eso es lo peor, para los que nacimos con este Toc de resolver problemas. ignorar el origen de lo que pasó.

Me quedé ahí parado, con los brazos en jarra, mirando alrededor. La respuesta tenía que estar en ese cuarto, en alguna parte. En rigor estaba ahí, cómodament­e acostada en posición de esfinge sobre una silla: pinky, una de nuestras gatas. Tan pronto vio de nuevo su impresora, saltó sobre ella y se acomodó sobre la tapa.

Le dije a su dueña: –Llevatela abajo, a la cocina. como sospechaba, al bajar de la impresora, pinky usó la bandeja de papel como escalón. Ningunos tontos los gatos. pero esa acción, repetida varias veces por día durante más de dos años daba un total de 4000 impactos, cada uno con una leve inclinació­n en diagonal. En algún momento, esos golpes accionaron el mecanismo para pasar a a5, cuya muesca queda justo delante de la a4. Quizá le llevó varios meses reconfigur­ar la bandeja, pero al final lo hizo. Sin proponérse­lo. Supongo.

Estaba cambiada en serio. Había algo en su aspecto que no me cerraba

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