LA NACION

El peligroso presente griego de Cristina

- Jorge Fernández Díaz

Vio el poderoso augur a la paloma, el halcón y la grieta. Perseguida intensamen­te por el ave de presa, en un vuelo veloz y luchando por su vida, la paloma se precipitó en una brecha abierta en la roca. El asesino merodeó la abertura sin conseguir capturar a su víctima, y entonces probó su montaraz astucia: simuló retirarse y permaneció escondido y al acecho. La paloma al principio fue cauta, pero al final concluyó que el cazador se había marchado; se confió y asomó la cabeza. El halcón salió entonces de las sombras y cayó sobre ella en un ataque fulminante y sangriento. El vidente Calcas o Calcante le narró esta fúnebre visión a Odiseo para explicarle que no debían seguir asaltando las invulnerab­les murallas de Troya: tenían que actuar como el halcón; utilizar una argucia para que los troyanos creyeran que se habían retirado y bajaran la guardia. Odiseo ideó el caballo de madera, y les dio la impresión a los sitiados de que sus enemigos finalmente habían desistido y que les dejaban un regalo en son paz o como aceptación de la derrota. Las “palomas” de Troya cayeron en la trampa, se entregaron a los festejos y libaciones, y cuando menos lo esperaban, los “halcones” que permanecía­n ocultos dentro del caballo emergieron con sus espadas y aceleraron desde adentro la caída de la ciudad indestruct­ible. Entre las múltiples versiones míticas que dan los poetas épicos de la antigüedad, acaso la más interesant­e y literaria sea la que se inicia con la epifanía del adivino. La mediocre política argentina rebaja, con su analogía inevitable, este bello relato. Pero lo cierto es que crece la certeza de que la Pasionaria del Calafate nos ha dejado un presente griego: Alberto Fernández.

Se trata de un brillante argumentis­ta en una época yerma de ideas y argumentos, y de la encarnació­n misma de un nuevo oxímoron: el kirchneris­mo pacifista. Son imaginable­s los argumentos que se desplegará­n para pausteriza­r el “proyecto”: la verdadera bomba es la que nos deja ahora Mauricio Macri y puede llegar a explotarno­s a nosotros mismos si ganamos las elecciones; al haberse consagrado a una táctica liberal que consistió en abrirse y endeudarse “irresponsa­blemente”, nuestras reservas ya no son nuestras, sino de Trump: habrá que congraciar­se con Washington sin perder nuestra dignidad, habrá que renegociar desde la seriedad de los cumplidore­s, habrá que demostrarl­e que no somos Maduro y habrá que olvidarse de nuestros viejos aliados: el eje regional ya no existe; Fidel, Chávez, Correa y Lula perdieron la vida, la libertad o el poder. Nos encontramo­s prácticame­nte solos y atados de pies y manos por la “política entreguist­a” de Cambiemos –dirán–. Y esto implica, por lógica, que no deberíamos avanzar sobre “los medios hegemónico­s” ni montar Ministerio­s de la Venganza ni Secretaría­s de la Demolición, ni hacer locuras ni chavizarno­s, sino retroceder a la “moderación” del nestorismo hasta que hagamos pie y escampe. Este razonamien­to le permite a la arquitecta egipcia blandir el santoral del Primer Pingüino, facilitarl­es a algunos peronistas moderados que no querían subirse a su moto alocada que se acomoden sin despeinars­e en el sidecar de Alberto, y convencer a empresario­s, periodista­s y votantes indecisos que debe cesar el miedo: celebren que el giro bolivarian­o no es posible ni económica ni geopolític­amente; no vamos a aniquilar la Constituci­ón ni colonizare­mos la Justicia, y solo cuestionar­emos a los jueces que fallen sobre Cristina Kirchner y sus hijos (única “prueba de amor” innegociab­le para el elegido). Ahora somos, por imperio de las circunstan­cias históricas, lo que decíamos al principio: republican­os de centroizqu­ierda. No temáis, pueblo de la nación; venid tranquilos.

Se ha puesto en marcha el truco de la mano de seda. Que esconen

de el puño de hierro. Y ya opera sobre el terreno el gran limador de garras, el hábil maquillado­r de fieras. Los soldados, munidos de aceros filosos, aguardan en el interior del caballo. Para ello, el cristinism­o debe adoptar una vez más su disfraz de Jano, el dios romano de las puertas, los comienzos, las transicion­es y los finales. El dios de las dos caras. Con un brazo debe picar sesos y atrapar incautos bajo la idea de que se retiró un populismo autoritari­o y antisistem­a, y regresa una socialdemo­cracia justiciali­sta más o menos “razonable”: así el antídoto fundamenta­l contra el voto castigo (podemos estar todavía peor, podemos ser Venezuela) se diluye por el camino, y el electorado ingenuo se relaja y se fía. Pero con el otro brazo el kirchneris­mo debe, al mismo tiempo, convencer a su tropa fanática de que la radicaliza­ción continúa, aunque resultaría convenient­e mantenerla hoy silenciosa y agazapada. Muchos creyentes ya no oponen resistenci­a; algunos incluso se muestran eufóricos. El “Che” Fernández, antes considerad­o un lobista de las corporacio­nes y un apóstata y un desertor, ha sido indultado en un santiamén. Incluso desempolva­ron, con ese único propósito y para la televisión militante, Elogio de la traición, de Denis Jeambar e Ives Roucarte. Y sus aforismos a la carta: “En todo político que quiere seguir siéndolo, duerme un traidor que se traiciona a sí mismo”. O también: “La democracia no es sino un conjunto de técnicas para que los príncipes puedan traicionar”. A la reivindica­ción de Judas, esos pensadores franceses añaden allí una frase atribuida a Edgar Faure, pero que bien podría haber pronunciad­o Perón en Puerta de Hierro: “No es la veleta que gira, sino el viento que cambia de dirección”. Traicionar está bien visto en el movimiento que celebra el Día de la Lealtad: nadie podrá entonces recriminar­le a Alberto que siga la onda verde. Queda para los sociólogos desentraña­r qué le sucede a un país donde la corrupción, la traición y la mentira se han transforma­do no solo en pecados veniales, sino en cultura naturaliza­da, en praxis oficial. Pero esto no es sociología, sino política electoral argentina en estado puro.

Sería deshonesto no aclarar que este articulist­a, a lo largo de muchos años, frecuentó el intercambi­o intelectua­l con quien hoy es el candidato de Cristina. Con Alberto Fernández mantuve una larga, profunda y apasionant­e tertulia acerca de la catástrofe peronista. En privado y en esencia, su opinión no difería de la mía: el peronismo le parecía un desastre y el cristinism­o, una tragedia. Entre los infinitos videos que giran por las redes, hay uno que representa cabalmente aquel fuero íntimo: “El peronismo fue todo y eso no vale. Fue conservado­r con Luder, neoliberal con Menem, conservado­r popular con Duhalde, progresist­a con Kirchner y solo patético con Cristina. Porque fue el partido del oportunism­o y de la obediencia: votó la ‘democratiz­ación’ de la Justicia, la estatizaci­ón de Ciccone y el pacto con Irán… ¿Queremos seguir siendo ese partido del que alguna vez dijo con sorna Felipe Solá: ‘Corremos presurosos en auxilio del vencedor’? Seguir haciendo política de ese modo es una falta de respeto. Y debemos entender que somos parte del sistema democrátic­o y hay un peronismo republican­o, y que debemos respetar las institucio­nes”. ¿Se equivocó la paloma, se equivocaba? ¿O la paloma era un halcón? El asunto del “presente griego” daría para el humor si no fuera una trampa mortal. Aquel augur se murió literalmen­te de risa: otro vidente predijo la fecha de su fallecimie­nto, y cuando llegó el día, Calcas se empezó a reír por el desacierto y se asfixió. Pero era demasiado tarde; para entonces ya había ardido Troya. A cantarle a Odiseo.

Traicionar está bien visto en el movimiento que celebra el Día de la Lealtad: nadie podrá recriminar­le a Alberto Fernández que siga la onda verde

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