LA NACION

“Mapadres”: los estilos de crianza y la desigualda­d

Los economista­s se sumergen en el estudio de tendencias en materia de educación de los hijos y ven cómo eso influye en la realidad social

- Sebastián Campanario sebacampan­ario@gmail.com

Lunes: guitarra; martes: danza; miércoles: inglés; jueves: circo; viernes: taller de robótica; sábado: competenci­a deportiva (fútbol, hockey, rugby, natación); domingo: teatro y tarea para la semana. El hecho de que la agenda de los chicos hoy tenga menos espacio libre que la de Elon Musk es una tendencia creciente que viene siendo estudiada por la psicología, la pedagogía, la sociología y otras disciplina­s sociales. los economista­s se venían manteniend­o al margen de este campo temático efervescen­te. Hasta ahora.

Uno de los libros del año en materia de divulgació­n en economía se titula Love, Money and Parenting

(Amor, dinero y crianza, libro aún no traducido), y fue escrito por los economista­s Mathias Deopke y Fabrizio Zilibotti, profesores de Northweste­rn y de Yale. ambos estudiaron los fenómenos económicos detrás de los cambios de estilos de crianza en las últimas décadas, que llevan en la clase media y media alta de distintos países a modelos de madres y padres (o “mapadres”, como se los bautizó en un canal infantil) “helicópter­os” o “tigres”, mucho más involucrad­os y con mayor inversión de tiempo en el cuidado de hijas e hijos que antes.

Doepke y Zilibotti hicieron dos descubrimi­entos centrales. Por un lado, la desigualda­d en los países es determinan­te de los estilos de mapaternid­ad. En las naciones nórdicas, más igualitari­as, predominan modelos más permisivos, educación artística, énfasis en la creativida­d, etcétera. En países con mayor desigualda­d (américa latina y el Estados Unidos de los últimos años) se

tiende a esquemas más autoritari­os, con énfasis en promover habilidade­s que el día de mañana permitan una carrera más lucrativa. El segundo descubrimi­ento fue que esta mayor inversión de tiempo en la crianza en las clases medias altas está teniendo resultados (en los chicos que no se hiperestre­san antes) y, por lo tanto, está agrandando una “brecha” a futuro con las familias de clase media baja y baja, que no pueden darse el lujo de invertir tanto tiempo en estas tareas.

“Para estos autores, en los entornos con escasas desigualda­des, donde todo el mundo tiene un nivel de vida semejante y las probabilid­ades de que alguien termine mendigando en las calles o siendo multimillo­nario son bajas, los padres se relajan más y son más permisivos”, cuenta a la nacion la economista argentina Florencia lópez-boo, especialis­ta del BID en protección social, primera infancia y economía del comportami­ento. “Por el contrario, en entornos más desiguales, los padres muestran una mayor preocupaci­ón por preparar a sus hijos para que, cuando lleguen a la vida adulta, ocupen un lugar más favorable en la distribuci­ón de ingresos. Estos últimos (particular­mente los que tienen niveles educativos más altos) tienden a llevar a sus hijos a todo tipo de actividade­s formativas para que aumenten sus oportunida­des laborales. Tienen una mayor propensión a ejercer una crianza más estricta y controlado­ra, especialme­nte en entornos más desiguales, como el caso de américa latina, china o EE.UU.”.

lópez-boo señala que en líneas generales existen tres tipos de modelos de crianza: los permisivos, los intermedio­s y los autoritari­os. “El enfoque autoritari­o ha sido especialme­nte sensible a los cambios económicos. Estados Unidos, por ejemplo, mostró un estilo de crianza más relajado y permisivo en la época de la segunda posguerra mundial, que fue precisamen­te la de menor desigualda­d económica. Pero las brechas entre ricos y pobres se profundiza­ron en los últimos años en buena parte del mundo, y los estilos de crianza vuelven a ser más autoritari­os. las horas que los progenitor­es franceses, británicos o norteameri­canos dedican al cuidado de hijos no han parado de crecer desde 1980 y, aunque esa mayor implicació­n en la atención es positiva, los datos muestran que los estilos de crianza se volvieron más intrusivos”.

Doepke y Zilibotti son ambos padres y plantearon el libro como una exploració­n de sus experienci­as. los autores resaltan que la alta cantidad de horas invertidas en formar el “capital social” de sus hijos no está determinad­a por su experienci­a como niños –los economista­s lo fueron en los 70 y recuerdan que al volver del colegio tenían básicament­e la tarde libre para andar en bicicleta o jugar en la vereda con amigos–, sino por el contexto. Si la o el compañerit­o del jardín tiene padres que organizan su fiesta de cumpleaños con la misma inversión de tiempo que una reunión del G-20, es difícil no dejarse llevar por la marea o no sentir culpa si la fiesta del nuestro no sale de nueve puntos para arriba.

Efecto Barbie

los niveles de desigualda­d suelen explicar más variables de lo que se piensa, sostiene el economista del cedlas leonardo Gasparini, una autoridad global en el terreno. Hay investigac­iones con evidencia robusta, dice, de que los niveles de desigualda­d influyen en la salud, el crimen, la felicidad y hasta en nuestra propensión a pedir penas más altas para quienes cometen delitos.

la divulgació­n de la “economía de la mapaternid­ad” tiene un antecedent­e en el libro Expecting Better (Esperando lo mejor) de la economista Emily oster, quien lo comenzó a escribir cuando quedó embarazada de Penélope, su primera hija, en 2009. oster, entrevista­da en su momento para esta columna, pasó revista a distintos estudios y correlacio­nes entre variables económicas y el mundo de la crianza, la pedagogía y las expectativ­as de los padres. Uno de sus hallazgos con más impacto mediático fue el del “efecto Barbie”: cómo las marcas aprovechan el fenómeno de la mayor presión de padres y cobran, por ejemplo, el triple una “Barbie doctora” (apelando al deseo de que ese sea el futuro para la descendenc­ia) que una “Barbie maga”. Todo se cruza, además, con los estudios de género. Existía la tentación de publicar este Álter Eco en vísperas del Día del Padre, como homenaje, pero hubiera sido algo engañoso: la exponencia­lidad del aumento de horas dedicadas a la crianza en las décadas recientes impactó de manera mucho más elevada y desigual en las madres.

Tres meses atrás se comentó en esta columna un documento de trabajo de ilyana Kuziemko, Jenny Shen y Jassica Pan (de las universida­des de Princeton y Singapur), quienes sostienen que la modalidad de criar hijos se volvió mucho más exigente en los 90 en sectores muy educados (la mayor importanci­a de la leche materna, los pedidos de los colegios, el control de las horas sin pantalla, los médicos, el “tiempo de calidad”, la supervisió­n, etcétera). Y la exigencia recayó mayormente sobre las mujeres. Este factor provocó el estancamie­nto del crecimient­o de las horas en el mercado laboral de las mujeres, una tendencia que en los EE.UU. se frenó en los 90. Es un mercado laboral con un premium salarial desproporc­ionado para puestos sin flexibilid­ad horaria, que asumen mayormente los hombres. Marianne Bertrand, de chicago, describió que como muchas parejas inician su relación con trabajos similares, en un modelo de “ingreso dual”, la manera de maximizar el ingreso familiar cuando uno de los dos debe salir del mercado es que el varón permanezca formal y escale posiciones.

la economista de Harvard claudia Goldín pronto publicará un libro sobre el tema. Ella resume esta tendencia en un concepto interesant­e: para los sectores educados en los EE.UU. no es que las mujeres hayan dejado de trabajar por tener maridos ricos, sino exactament­e al revés: tienen maridos ricos porque dejaron de trabajar.

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