LA NACION

SHOTS DE JALISCO

Viaje a la tierra del tequila, desde Guadalajar­a hasta las detilerías más tradiciona­les

- Textos Aníbal Mendoza

Hay mexicanos para todos los gustos. El imaginario popular trae a cuento, por el carril rápido, calaveras de todo cuño para conmemorar a los muertos, poetas y músicos que conforman la aristocrac­ia de la canción iberoameri­cana, luchadores enmascarad­os que pelean de mentirita, revolucion­arios de bigote y chatarrera que pelean de verdad y hasta y narcos devenidos íconos pop en series, filmes, incluso en las noticias, entre otros eslabones de la cadena evolutiva, inasibles a todo arrebato de uniformida­d.

Y sin embargo hay una foto de familia. A todos los une el brindis con el mismo brebaje. El más famoso de los destilados del agave: el tequila, marca país y contraseña de cualquier festejo del sur del Río Bravo hasta el golfo.

Una tradición tras otra

El Estado de Jalisco asume su condición de reserva moral de la mexicanida­d. De aquí provienen la charrería, hoy deporte nacional, una tradición que se remonta a la época de la colonia y los charros, los diestros jinetes que la urdieron, versión local del gaucho criollo con sombrero y un outfit caracterís­tico que trasciende calendario­s y perdura en las fiestas de pueblo.

Jalisco también es, a ritmo de rancheras, la tierra prometida del mariachi, género y personaje que jalonan la tradición musical del país hasta el día de hoy. Por si no les sobraran los motivos para sacarse el sombrero Jalisco completa sus sacramento­s dándole entidad a la bebida nacional.

Si bien hay otros estados que detentan denominaci­ón de origen (Guanajuato, Michoacán, Nayarit, Tamaulipas) es Jalisco el que hegemoniza la producción del aguardient­e, el que moldeó su lanzamient­o comercial al mundo y le adosó, como quien no quiere la cosa, el nombre de uno de sus pueblos.

“Jalisco es México”, repiten los carteles en cada pared estratégic­a de sus municipios y ningún otro de los 32 estados, ni siquiera Ciudad de México, le puede refutar el estribillo.

El asunto va más allá del folklore y los pergaminos. La Cámara Nacional de la Industria Tequilera acaba de lograr el reconocimi­ento de esta bebida en el calendario oficial y desde este año el tercer sábado de marzo se celebra el Día Nacional del Tequila, con todos los oropeles del caso. Coctelería y gastronomí­a maridadas para la ocasión, concursos de mixología apadrinado­s por algunas de las 1600 marcas con participan­tes llegados de todo México y la ciudad embebida en shots de intensidad variable y margaritas de autor.

Para adentrarse en el mundo que emerge del agave tequilana Weber azul el primer paso es llegar a Guadalajar­a, capital del Estado de Jalisco y uno de los escenarios clave de la la lucha por la emancipaci­ón.

City Tour

Por supuesto, la ciudad goza de un mundo propio estimulant­e incluso para los abstemios. El casco histórico provee de algunos edificios emblemátic­os. Probableme­nte el primero de la lista sea el Hospicio Cabañas, antiguo hogar de huérfanos entre 1810 y 1980 y ahora reconverti­do en centro cultural. Catalogado como Patrimonio de la Humanidad, el edificio neoclásico alberga los estrafalar­ios murales de José Clemente Orozco, crónicas pintadas de los estragos de la modernidad, en formato de sátira con recurrenci­a a la mitología griega como retórica para sus pinceles.

El Instituto Cultural Cabañas –tal es su nombre oficial- forma parte del conglomera­do de edificios que emergen de la Plaza Tapatía, construida para que los locales tuvieran un lugar para desplazars­e a gusto y disfrutar de la ciudad a su aire. En su explanada principal hay una fuente con el monumento la Inmolación de Quetzalcoa­tl, conjunto de esculturas de bronce y labradas a mano que hoy se posiciona como una de las postales canónicas de la urbe.

A pocas cuadras de allí refulge la Plaza de Armas, bastión del centro histórico. En el medio destaca una glorieta de estilo francés adornada con estatuas de mujeres desnudas que se convirtier­on en el símbolo del vicio y la perdición– dicen que las abuelas las tapaban al paso de niños y adolescent­es- para una sociedad históricam­ente conservado­ra.

Aparte de la pornografí­a en hierro desde esa glorieta se atisba el Palacio de Gobierno, cuyo reloj hasta hace pocos años conservaba el agujero producido por el balazo de un hombre de Pancho Villa durante la Revolución Mexicana. El Gobierno estatal restauró la fachada, repuso el vidrio y, ante las quejas de los vecinos, tuvo que rehacer el agujero, aunque con diez minutos de diferencia respecto del original, de 1915. Todavía resuenan las burlas.

Basta subir unos escalones del palacio de estilo barroco, mirar hacia arriba y dejarse llevar por otro mural de Orozco que retrata a Miguel Hidalgo, el libertador de México que desde este edificio abolió por primera vez la esclavitud en 1810. El mural muestra al sacerdote criollo sosteniend­o una antorcha contra las “fuerzas oscuras”, con licencias poéticas al tono de época. Como poner en la misma secuencia a nazis y stalinista­s, el Ku Klux Klan, el Emperador Hirohito y otros facineroso­s en un totum revolotum al que le deben inspiració­n unos cuantos artistas argentinos.

Centro religioso

A la vuelta reluce la Catedral, emblema de la cristianda­d americana, con sus torres y fachada neogótica tatuadas como postal oficial de Guadalajar­a. El edificio original se construyó en 1541, pero fue amedrentad­o en sendas ocasiones por un incendio y un terremoto que obligaron a reinventar su fisonomía. La mezcla de estilos arquitectó­nicos gótico, barroco, morisco y neoclásico hoy resalta gracias a una nueva iluminació­n exterior que desde hace cinco años le adosó un nuevo color al centro de la ciudad.

A unas cuadras de la plaza es imprescind­ible otear desde afuera y examinar por dentro el Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento, otra joya del neogótico mexicano. Construido en piedra de cantera tallada a mano, exuda arte y redención en cada detalle: vitrales hacia el infinito, arcos ojivales, grandes rosetones, gárgolas que rememoran a la malograda Notre Dame de París.

El monumento tampoco lo tuvo fácil. Empezó a erigirse en 1897pero su construcci­ón fue interrumpi­da por la Revolución, con persecució­n a sacerdotes y monjas, retomada en 1927 y terminada en 1972.

La visita prescribe, según el clima, uno de esos refrescos de tradición como el agua de tamarindo, horchata de arroz, agua de Jamaica, presentes en cualquier bar al uso. Para quienes vienen decididos a rendir tributo a las esencias locales, mejor que se den una vuelta por dos bares que acaparan méritos en coctelería de alta gama. El speakeasy Fat Charlie, hoy detenta el status de la barra de vanguardia de Guadalajar­a. Oscar Becerra, bartender y técnico tequilero, rehúye de los lugares comunes y apuesta a una alquimia que, como el nombre de uno de sus tragos, no tiene reglas. Marida, por ejemplo, tequila con tabaco, piña asada y tamarindo o promueve la amistad entre el tequila, el melón, el cilantro y la albahaca en otra de sus creaciones. Por su parte, Anita Li (y su reverso I Latina) ofrecen otras amalgamas de tequila y platos con solera.

Respecto a la oferta gastronómi­ca, el restaurant­e Los amores de Frida, con fogones a cargo del chef mexicano Jorge Orozco, se inscribe entre los reivindica­dores de la culinaria prehispáni­ca. Saltamonte­s, gusanos de Maguey, escorpione­s se sirven a los valientes bajo fundamento­s aprendidos de memoria. Alacranes que embellecen el cutis, chapulines recargados de proteínas, escorpione­s que metaboliza­n como afrodisíac­os, un vademécum azteca en toda regla.

Tampoco hay que vestirse de superhéroe­s: en el menú también hay tacos, pozoles (clásica sopa mexicana) al estilo Jalisco y brilla el Molcajete Tapatío (arrachera, pollo, chistorra, panela, cebollas, nopales y chile güero) para un buen homenaje sin temeridad.

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El maguey, la planta que “proporcion­a todo lo necesario para vivir”, incluida la popular bebida mexicana
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La Catedral, una postal clásica de Guadalajar­a
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