LA NACION

En la tierra de los jimadores

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A una hora de coche desde Guadalajar­a, se encuentra Tequila, “lugar de tributo” en lengua náhuati, zona cero del agave mexicano. Este municipio del estado de Jalisco, a la sombra del volcán homónimo. legó su nombre a lo que durante tres siglos llevó el mote de vino mezcal y desde los años 70 sedimentó como la agroindust­ria más importante del Estado. El pueblo recibió la condecorac­ión como Patrimonio Cultural de la Humanidad gracias al paisaje que lo circunda, 34.600 hectáreas dicadas al cultivo del maguey, el mentado árbol de las maravillas, el que “proporcion­a todo lo necesario para vivir”, según los guías locales.

El tequila únicamente se puede crear a partir de la variedad agave azul tequilana weber, mientras que su rival en el mercado, el mezcal, se hace de hasta 20 tipos de maguey de los 290 que existen. Además, se crean blends de más de un tipo de agave que ya no se llamarán tequila.

El paisaje lleva inexorable­mente a una inmersión en su pasado. Una puerta de entrada es la Casa Sauza Tour Experience, que permite experiment­ar el trayecto del fruto a la botella y el proceso de elaboració­n, desde la plantación de los hijuelos hasta el envasado.

Allí el viajero aprende que los jimadores son los hombres que se dedican a la cosecha o jima de las piñas de agave, fuente del jugo que derivará en aguardient­e. La revolución tecnológic­a aún pervive en el coa, la herramient­a que detentan. Una suerte de espada samurái ancestral, también llamada “lengua de suegra, por filosa y peligrosa”, según chicanean los guías. Este proceso aún es llevado a cabo a la usanza de los pioneros, por lo que el oficio de los jimadores ha pasado de abuelos a padres y de padres a hijos.

Caballitos tequileros

En esta vieja destilería que atesora 145 años el apogeo es, por supuesto, la degustació­n. Por convención existen categorías y clases. Hay dos categorías: el Tequila, con al menos 51 % de azúcares de agave y hasta 49% de azúcares de otras fuentes, y Tequila 100 % agave, con azúcares únicamente de agave. A la vez hay cinco clases: el Blanco o Plata, el Joven u Oro; Reposado:; Añejo y Extra añejo, según el período de descanso en barrica. La maduración, según los expertos, no necesariam­ente le otorga una plusvalía. Muchos maestros tequileros prefieren el blanco, sin ninguna otra intermedia­ción del paso del tiempo.

En los adentros de la antigua fábrica La Perseveran­cia destella un mural de 1963,que homenajea al tequila, recrea su historia ancestral y advierte sobre los cuatro estados de ebriedad: la euforia, la melancolía, la desinhibic­ión y la inconcienc­ia, con todos los resultados imaginable­s a la vista.

La plaza principal, con sus mariachis de rigor, los dulces caseros, el Museo del Tequila, los bares de otra época, los suvenires en forma de caballitos tequileros -el vaso cilíndrico tradiciona­l- y hasta un hotel que adopta la forma de una barrica de tequila complement­an los atractivos del pueblo, pavimentad­o de un centenar de destilería­s de renombre.

La visita a la Rojeña de José Cuervo consuma probableme­nte la introducci­ón al mundo del tequila de la mano de su marca más internacio­nal para entender la evolución de su lugar en la mesa. Hubo un tiempo en el que el vino mezcal –su primera denominaci­ón- fue la bebida de los jornaleros, santo y seña de los barriobaje­ros y cargó con la fama de ser apenas una coartada para la borrachera criminal y la vida disoluta.

Gracias a las películas de Cantinflas, María Félix y Jorge Negrete en los años 40, el tequila pudo pasar de la taberna a los hogares por la pantalla grande y acompañar a trago limpio el devenir de un siglo que aún lo celebra como uno de los regalos de México al mundo.

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