LA NACION

La mirada escrita de un artista plástico

- Nicolás Pichersky

La obra de ya casi medio siglo del artista plástico Eduardo Stupía (en óleo, carbonilla, grafito, lápiz, óleo o acrílico) consiste en miniaturas y filigranas. Esas líneas, paradójica­mente, suelen exponerse en grandes formatos. Al contrario de lo que sucede con el impresioni­smo, en el que al aproximars­e al cuadro lo figurativo se pierde para tornarse abstracto, al acercarse a las pinturas de Stupía el observador se deleita con innumerabl­es paisajes mentales. El efecto hipnótico se asemeja al que provocan algunas obras monocromát­icas de Jackson Pollock o la serie Constelaci­ones de Joan Miró. Artista visual, en Líneas como culebras, pinceles como perros compila cuatro décadas de textos que incluyen reseñas y ensayos breves para revistas culturales, así como catálogos para muestras de arte.

Stupía se topó con el arte por azar, algo que rigió su futuro y podría explicar el volumen: de joven no llegó a la inscripció­n de la carrera de Letras y se anotó en Bellas Artes. He aquí la “raíz de la raíz”, como diría el poeta e. e. cummings, de una vocación tan verbal como pictórica. Como el mismo autor confiesa en el prólogo –titulado “La sustancia envenenada”– siempre se trató de “un esfuerzo por lograr escribir exactament­e eso que quería decir de los objetos visuales que tenía enfrente, y el miedo de no poder hacerlo”. No es casual que Stupía hable de “sustancia envenenada” o del “pensamient­o como antídoto” cuando el título del libro acentúa líneas como culebras y pinceles como perros: para sus ojos, que no se dejan engañar y son poco amigos de la nostalgia, hay un arte actual, contemporá­neo y valioso que todavía puede morder o envenenar.

Stupía declara que su archivo es “arbitrario, amoral y promiscuo”: puede trasladars­e de una canción de Héctor Lavoe a un director de cine como Chris Marker o a la poesía de Joseph Brodsky, con gran facilidad para las imágenes visuales.

Un ejemplo: en el texto para una muestra del escultor Luis Freisztav, al describir un sapo inmóvil sobre una pileta con agua sucia y verdín, Stupía concibe una metafísica de lo cotidiano: “Un verdadero monarca en un palacio, una carrocería de batracio, ojos de buda, transparen­te integridad entre un cuerpo y hábitat”.

Esa antropomor­fización es parte del art nouveau de su escritura, inspirado en la naturaleza y en la sensualida­d de las formas, pero también en las palabras. Una naturaleza ruda, no muy distinta a la de Werner Herzog. Porque en su estilo y en sus imágenes verbales hay una idea de arte inmiscuido, más que en la vida (fantasía de todas las vanguardia­s históricas), en algo más fundamenta­l: una biología extrema de geometría imperfecta y gramática, de error y precisión, de dibujo y texto, de ectoplasma y paisaje. Abundan las imágenes de lodazales, plancton y curvas. Y hay también crítica literaria (porque sea sobre pinturas o acuarelas, su pulsión discursiva tiene el espesor de la crítica intelectua­l), con el lujo de alguna aliteració­n al servicio del ritmo de la prosa, algo que hace sistema con su teoría: “pincelada y pixelada”, “tipografía y topografía”.

En la sugerente entrevista que le realiza la historiado­ra del arte Viviana Usubiaga sobre sus años como diseñador de Diario de Poesía, el pintor y escritor se refiere a “la sangre”, no en un sentido romántico, sino a la sangre (tal cual elogiaría Cocteau) como la relación entre aire y línea. Frondoso, Stupía siempre dota de conceptos e ideas atrayentes cada texto. “La poesía –como dijo el Nobel Joseph Brodsky en su libro Conversaci­ones– es una suerte de desviación con respecto a la habitual forma obediente de pensar”. Todo eso, otra forma de pensar los colores, el estilo, la palabra, el pensamient­o, encarna en este libro Stupía: una línea que piensa.

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288 páginas $ 480
Líneas como culebras, pinceles como perros Eduardo Stupía Ripio 288 páginas $ 480

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