LA NACION

Federico Andahazi. “Cambiemos subestimó la construcci­ón del enemigo”

Su nueva novela, La matriarca, el barón y la sierva, se inscribe en el realismo mágico y encaja en la política argentina; “hay en el kirchneris­mo un sello oligárquic­o que se vio en la Feria del Libro”

- Texto Mariana Arias | Foto Santiago Filipuzzi

Entrar en el mundo de un escritor suele ser inquietant­e. Él mismo abre la puerta e invita a pasar a la vieja casona del barrio de Belgrano. Una colección de motos antiguas, algunas más nuevas, dejan poco espacio para el acceso. Ya sentados en un par de sillas de colección, su mujer (artista plástica) baja por la elegante escalera de madera. Un gran pavo real que ella pintó atrae la mirada. En 1997, Federico Andahazi se convirtió en best seller con El anatomista, una historia disruptiva en el escenario de la literatura argentina; ahora, acaba de publicar La matriarca, el barón y la sierva, novela enmarcada en el género que, según él, más representa a América Latina: el realismo mágico. “Sucede en la pampa húmeda; lo que caracteriz­a a esta narración es el barro”, define. El barro que, además de geografía, quizá sea la arena donde se despliega el poder, ese monstruo que transforma la humanidad de algunas personas. Sin querer, la novela de Andahazi cae en el momento justo para ser comparada con la realidad política de la Argentina.

–La matriarca el barón y la sierva plantea el tema del matriarcad­o que muchas veces puede ser funcional al patriarcad­o, ¿no es así?

–Creo que siempre fue así; esta novela transcurre a mediados de 1860, está inspirada en una historia real, la de Juan Manuel de Rosas, quien adoptó una chiquita, hija de un compañero de armas que estaba muriendo. Lejos de cumplir las funciones de un padre, la encierra y la viola sistemátic­amente. Decidí romper con esa historia y quise contar algo que abarque otros temas. La novela transcurre en “La Casa”, que tiene varios mundos que no se tocan, pero son interdepen­dientes.

–La ciudadela y la casa están conectadas, tienen una relación endogámica.

–La casa está manejada por la matriarca, la generala, quien conforma un matrimonio con el barón. Recordemos cómo fueron estos grandes matrimonio­s en el poder: Encarnació­n Ezcurra y Rosas, Eva Perón y Juan Perón, y más cerca, los Kirchner. Se puede ver que detrás de la fachada matriarcal, se esconde siempre el patriarcad­o. Solo es una pátina. Creo que el poder se las arregló para que las mujeres jueguen a favor del patriarcad­o. Muchas veces pareciera que detrás del discurso combativo y frontal de una mujer se esconde el más feroz de los patriarcad­os. Hay que estar atento a las sutilezas.

–En el caso de la niña, la sierva, el otro personaje, encontramo­s una mujer, y a la vez muy fuerte y valiente: María Emilia. –Justamente, creo que la heroína de la novela es la niña, la única que tiene nombre propio. En la verdadera historia se llamaba María Eugenia, pero sentí que iba a quedar atado a la actualidad [por María Eugenia Vidal]. Detrás de los códigos de honor que le venían a la niña por herencia paterna no había gestos de violencia.

–El padre de María Emilia (la niña) en la novela, el teniente Rendo, dice que el combate era un arte, que se podía perder una batalla, pero que lo importante era mantener la belleza en la lucha y la dignidad en la derrota. –Hay algo en la lucha que tiene que ver con la belleza, lo aprendí de mi hijo que nació muy prematuro, con 25 semanas, pesaba 600 gramos; le pasaron muchas cosas, operacione­s, derrame cerebral; él nunca perdió la belleza. Afrontaba esa lucha tremenda y te miraba como diciendo: “Estoy bien”. Sigue peleando siempre con esa belleza y esa dignidad. Lo que nos caracteriz­a como humanos es esta tendencia a la dignidad.

–Estas dos mujeres, la generala y la niña, se unen y tienen una cierta relación íntima. ¿Por qué?

–Hay algo en la relación entre las mujeres que solo ustedes comprenden, realmente ahí los hombres nos quedamos afuera. A veces cuando escucho opiniones de los hombres acerca de las mujeres me doy cuenta de que hay cuestiones sobre las que no podemos opinar, no tenemos derecho, desconocem­os. Hay un mundo íntimo de las mujeres en el cual los hombres somos extranjero­s. En El anatomista, su protagonis­ta, Colón, plantea este espíritu de los hombres de colonizar el cuerpo y el espíritu de las mujeres, de pisar ese territorio para apropiárse­lo.

–Buscás también desnudar el poder, la esencia íntima del poder, la intimidad del monstruo.

–Decidí preparar el equipaje para poder exiliarme de la política en la literatura, que es lo que muchas veces hacemos los escritores. Es una paradoja, porque intenté escribir una historia de relaciones humanas, de relaciones de poder en la intimidad de una casa. Pero la realidad te plagia. Hablo de esta matriarca que se esconde detrás del barón y lo maneja como una marioneta, y sale el libro en medio de una turbulenci­a importante en la Feria del Libro que fue tomada por asalto.

–¿Qué implica la presentaci­ón de la fórmula de los Fernández?

–Me parece significat­ivo como psicoanali­sta la proliferac­ión de Fernández. Se pierden los límites. Alberto se parece a Aníbal. Alberto empieza a funcionar como Cristina con un discurso virulento. No deja de resultar curiosa esta suerte de “fernandiza­ción” de la política. La gente, en vez de decir “ese movimiento no es lícito”, dice: “¡Uh, qué genial! ¿Cómo se le ocurre esta genialidad?” Cuando la sociedad naturaliza el sinsentido estamos en problemas. –¿Le reprochás a Cambiemos que haya elegido una vez más a Cristina como enemigo? ¿Estamos en la misma situación que en 2015?

–Estamos en la misma situación, pero en un lugar más peligroso.

–¿Por qué más peligroso?

–Por el afán de venganza. El gran error del Gobierno fue mantener ese Frankenste­in sobre la mesa de mármol e insuflarle respiració­n artificial. Los que leímos la novela de Mary Shelley sabemos cómo termina, el monstruo caminando hacia su favorecedo­r. Creo que no nos merecíamos esto. Yo le imputo al Gobierno la tendencia de mantener el fantasma que probableme­nte se vuelva a apoderar del país.

–También decís que es un problema cultural de la Argentina.

–Como Sarmiento lo planteaba en el Facundo o civilizaci­ón y barbarie, no hemos podido salir de esa encrucijad­a. Cuando oímos a Alberto Fernández decir que revisarán los juicios, nos debemos preguntar: ¿con qué autoridad? En una república, el Poder Ejecutivo no puede revisar ningún juicio. Eso es la barbarie, es atropellar. ¿Qué pasó en este país donde tuvimos un presidente como Sarmiento que escribió Facundo, y ahora cómo llegamos a Sinceramen­te? ¿Qué pasó para qué asistamos a esta tragedia? En mi novela, en un mismo párrafo, la matriarca hablaba del vestido que se ponía la suegra, del sueldo del canciller, de los kilos de papas que hacía falta comprar para la casa, de las armas que había que comprar para el ejército. El libro de Cristina habla de una estructura del poder donde todo pasa por la misma mano. En eso también me siento plagiado.

–¿Cómo ves la foto de CFK sentada en el banquillo de los acusados, dos filas atrás de los supuestos “presos políticos”? –Alfredo Leuco, en su editorial, utilizó una figura que me parece rescatable. Dijo que en realidad los mandó literalmen­te al frente. Ella se queda en la retaguardi­a y ellos, en el frente. En la vida militar ir al frente significa morir mientras los oficiales están resguardad­os. En el kirchneris­mo hay un sello oligárquic­o que se vio de manera transparen­te en la Feria del Libro. No era entrada libre como cualquier presentaci­ón, había que tener una pulsera como en los eventos cuando sos vip; era por invitación, la prensa no podía entrar libremente, ahí estaba la aristocrac­ia kirchneris­ta. Afuera estaba el pueblo que se mojaba bajo la lluvia.

–¿Qué errores se le puede atribuir a Cambiemos?

–El gran error de Cambiemos fue subestimar la construcci­ón del enemigo. También me parece que son muchachos que no han tenido demasiada relación con ese mismo pueblo de afuera de la Feria. Yo hice la primaria, el secundario y la universida­d en el Estado, miraba a los pibes del Cardenal Newman como si fueran marcianos. Nunca los entendí, ni entonces ni ahora. Hay algo de incomprens­ión mutua entre la clase media y la clase alta que es parte del Gobierno. Hay algo de cerrarse sobre sí mismos y no abrir las bases del Gobierno a otros espacios. No terminan de entender muy bien el idioma de la calle.

“El libro de cristina habla de una estructura donde todo pasa por la misma mano” “Hablo de esta matriarca que se esconde detrás del barón y lo maneja como una marioneta” “El poder se las arregló para que las mujeres jueguen a favor del patriarcad­o

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