LA NACION

Volvió el ‘Maestro’ Roger y enamoró a todos en París

Después de tres años ausente, el imán del suizo lució intacto y el público lo ovacionó

- José Luis Domínguez

PARIS.– Todo luce flamante en el Philippe Chatrier, que se ve más grande que antes. De hecho, lo es: si bien tiene una capacidad similar a la del estadio reducido a escombros hace un año, es más alto y más empinado. Los asientos de color crema reemplazar­on los añejos de tono verde. Muchas cosas son nuevas en Roland Garros. Otras están de regreso, como si el tiempo no hubiera pasado. Cuentan que se lo extrañaba por aquí a Roger Federer, ese hombre que es leyenda viva, campeón aquí hace diez años. Había jugado en el Bois de Boulogne por última vez en 2015; después, se llamó a silencio y pasó por alto la gira de canchas lentas. Ahora, cerca de los 38 años, decidió volver. Y tuvo una recepción acorde con su condición de mega estrella.

A las 14.41 ingresó Lorenzo Sonego, el partenaire. El sorteo en París le deparó de regalo el estreno contra el suizo. Más allá de la distancia en la clasificac­ión

(70 puestos, entre el 73° y el 3°), algunas diferencia­s eran abrumadora­s: Sonego llegó aquí con

14 triunfos en el circuito ATP en toda su carrera; Federer pisó hace rato las cuatro cifras: 1202. O de los 101 títulos del ex número 1 contra ninguno del italiano. O de los 123 millones de dólares en ganancias oficiales frente a los US$

723.247 que reunió Sonego desde que se hizo profesiona­l.

Federer entró unos metros después de Sonego, y muchos se pusieron de pie en las tribunas para recibirlo con una ovación, al grito de “Roger, Roger”. Una recepción de rock star para el “Maestro” suizo.

La voz del estadio presenta a Sonego en menos de 30 segundos. Y empieza a enumerar los logros del suizo: tarda casi tres minutos hasta que anuncia a “Rogéeeeer Federéeeee­r, y regresan los aplausos. Sonego hace lo que puede: entra en el partido a los 15 minutos, cuando queda 1-4 después de sufrir dos quiebres. Cada tanto, algún “aaahhh” de asombro por algún toque mágico, la especialid­ad de la casa. Acaso no sea la versión arrollador­a, pero tampoco hace falta sacar todos los conejos de la galera en la primera función. El final es con victoria por 6-2, 6-4 y 6-4, en una hora y 41 minutos de concierto.

Vuelven los aplausos de pie, la charla con Cedric Pioline, el extenista devenido en entrevista­dor al pie de la cancha. En la segunda rueda lo espera el alemán Oscar Otte (145°), que entró como ‘perdedor afortunado’. El raquetero rojo, el enorme bolso blanco, hasta las medias están inmaculada­s, como si no hubiera jugado sobre polvo de ladrillo. Federer está de regreso, como si nunca hubiera faltado. El cariño y la admiración por él son las de siempre. Algunas cosas no cambian jamás.

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