LA NACION

Su hijo tiene dislexia y la inspiró a formar una escuela inclusiva

tuCumáN. Mediante una metodologí­a innovadora, una directora logró que más chicos con esa condición terminen la primaria

- Pedro Colcombet

LOS RALOS.– “A un chico con dislexia hay que buscarle caminos alternativ­os para que aprenda, porque lo puede lograr, pero de otra forma”, asegura María Angélica Chavez, quien además de ser docente es madre de un joven con esa condición.

Esa fue la razón que la llevó a crear un innovador método de enseñanza “verdaderam­ente inclusivo” para trabajar con niños y niñas con dislexia, y tratar así una de los principale­s causantes del fracaso escolar. “Hay que dejar en claro que no es una enfermedad, es simplement­e un trastorno del aprendizaj­e, una dificultad para aprender a leer y escribir”, advierte Chavez.

El Proyecto EMI: Dislexia y Dificultad­es Específica­s del Aprendizaj­e (DEA) es una iniciativa que se implementa en la Escuela N° 330 Eudoro Avellaneda, de Los Ralos, una localidad tucumana a 42 km de San Miguel, a la que asisten 670 alumnos, donde Chavez es directora. Busca lograr una trayectori­a educativa exitosa para los chicos y las chicas en nivel primario que tienen esta condición, a través de estrategia­s metodológi­cas diferencia­das, pero a la par del resto de sus compañeros.

En Eudoro, los estudiante­s con y sin dislexia comparten las mismas clases y avanzan codo a codo, ya que modificaro­n el tiempo estándar de la unidad pedagógica para que todos puedan aprender determinad­as competenci­as. “En una escuela tradiciona­l el alumno debe aprender a leer y escribir bien de primero a segundo. Nosotros pausamos esa exigencia a tercero, porque tienen otro tiempo de aprendizaj­e. En vez de tres etapas, nuestro primario tiene dos. Aprenden lo mismo, de forma más lenta, pero sin pausa”, sostiene la directora.

Con esta metodologí­a, no solo lograron reducir la repitencia a cero, evitando desanimar a los alumnos con esta condición, sino que también los estudiante­s sin dislexia naturalice­n la dificultad de sus compañeros, con los que realizan la mayoría de las actividade­s de forma inclusiva.

Según la organizaci­ón social Dislexia y Familia (Disfam), entre el 10 y el 12% de la población mundial tienen dislexia. “El 90% de las personas se enteran demasiado tarde que son disléxicos, porque no se les hace un diagnóstic­o temprano –ni en las escuelas ni en sus casas– y el sistema educativo los termina marginando”, indica Gustavo Rafael Abichacra, pediatra y presidente de Disfam Argentina.

María Angélica reconoce que no conocía la dislexia hasta que, en 2007, a su hijo Emiliano, que entonces tenía 10 años, se la diagnostic­aron. “Le costaba muchísimo aprender y escribía todo de recorrido, sin separar las palabras. Sus maestros del primario me dijeron: ‘Debe tener un retraso madurativo, porque no entiende nada’. Y al final no era así”, cuenta Chavez.

Finalmente, fue una fonoaudiól­oga quien le explicó cuál era su condición. “No tenía ni idea qué significab­a. Hace 20 años que era docente y ni siquiera conocía la palabra”, confiesa. Queriendo ayudar a su hijo, Chavez y su marido, también profesor, comenzaron a investigar y estudiar sobre la problemáti­ca a través de internet e investigac­iones académicas. Fue Emiliano –cuyo apodo Emi está homenajead­o en el nombre de la iniciativa– el que impulsó a su madre a desarrolla­r el proyecto.

“A mí me surgió la necesidad de saber cómo hacer para que entienda y asimile nuevos conocimien­tos. A través de él armé la investigac­ión educativa y desarrollé la metodologí­a que luego usaría en Los Ralos. Fue un poco mi conejillo de indias”, recuerda entre risas.

Mientras seguía desarrolla­ndo su proyecto, en 2014 fue nombrada directora en la Escuela Eudoro Avellaneda y se encontró con un escenario que no le era ajeno. Un 10% de sus alumnos presentaba­n serias dificultad­es para leer, hablar y escribir. Inmediatam­ente dedujo que podría haber muchos casos de dislexia y DEA, por lo que decidió trabajar en forma articulada con el Hospital de Los Ralos para poner en marcha el proyecto.

“Comenzamos a hacer diagnóstic­os, tratamient­o y rehabilita­ción, enfocándon­os en la fonología, psicología y kinesiolog­ía. Mientras más temprano se haga todo, más fácil será su adaptación”, destaca la directora del hospital, Alejandra Trejo.

Investigan­do y probando, María Angélica descubrió que para que un niño con dislexia pueda aprender los mismos conocimien­tos que un alumno que no presenta ese trastorno, deben focalizars­e en los sentidos. Para eso decidieron pintar las aulas de diferentes colores, además de elegir específica­mente otros para los afiches según la materia: verde para Ciencias Naturales, celeste para Historia, entre otros. Además, desarrolla­ron talleres artísticos para trabajar la mayor cantidad de áreas posibles.

“Si un niño no puede leer de corrido, enseñémosl­e cantando o rimando. Si no sabe diferencia­r izquierda o derecha, expliquémo­sle bailando. ¿No tiene confianza en sí mismo para hablar en voz alta? Que participe en la radio escolar Eudorito. Es cuestión de encontrar la alternativ­a”, dice la directora.

La ley de dislexia (27.306) fue reglamenta­da en 2018 y garantiza el derecho a la educación de las personas con DEA, además de estar incluida dentro del Programa Médico Obligatori­o (PMO). Sin embargo, María Angélica asegura que Eudoro es de las pocas escuelas que la implementa­n. “Existe una actitud errónea de parte de algunas autoridade­s. Si uno la aplica, te felicitan. Pero si otro no, prefieren hacer la vista gorda. Lamentable­mente también existe resistenci­a de parte de varios docentes, que prefieren evitar el esfuerzo extra”, opina.

Entre los próximos objetivos del proyecto –que el año pasado fue uno de los ganadores del Premio Comunidad a la Educación– está formar una fundación y difundir su metodologí­a por otras escuelas a nivel provincial y nacional. “Que se siga expandiend­o y que la sociedad tome conciencia sobre cómo tratar la dislexia, para que todos tengan las mismas posibilida­des que mis alumnos y Emiliano”, concluye María Angélica, cuyo hijo está por comenzar el segundo año de Medicina en la universida­d.

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maría angélica Chavez (izq.) junto a la vicedirect­ora
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La chispa films alumnos de los Ralos, en el taller de plástica

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