LA NACION

Una experienci­a exitosa en materia de diálogo y consenso

aniversari­o. La reforma de la Constituci­ón, de la que se cumplen 25 años, puede ser un modelo para esta nueva etapa en busca de acuerdos

- Alberto Manuel García Lema Negociador por el justiciali­smo en todas las etapas de la reforma constituci­onal de 1994. Convencion­al constituye­nte, miembro de la Comisión Redactora y de Coincidenc­ias Básicas. Conjuez de la Corte Suprema

Cuando el país intenta nuevas instancias de diálogo y concertaci­ón entre organizaci­ones sociales y políticas, parece oportuno destacar las etapas y condicione­s de diálogos y debates que condujeron a elaborar y redactar la reforma de 1994 de la Constituci­ón, que cumple un cuarto de siglo, que rige el funcionami­ento del actual sistema jurídico y de gobierno.

Inicialmen­te, se partió de la propuesta del Consejo para la Consolidac­ión de la Democracia, creado por el presidente Raúl Alfonsín en 1985, del cual participar­on destacados políticos y académicos efectuando diagnóstic­os de la realidad nacional, formulando dos dictámenes con soluciones en los años 1986/87. Existía todavía un enemigo interno de la democracia que amenazaba el sistema constituci­onal: restos de partidos militares que habían arrastrado a la Argentina a los gobiernos de facto de 1930/42 (seguidos por la década de gobiernos con proscripci­ón del radicalism­o), 1943/45, 1955/57 (y posteriore­s gobiernos con proscripci­ón del justiciali­smo), 1966/1973, y el último de 1976/83, el más cruel de todos contra la dirigencia política y social adversaria, con su legado de miles de muertos, torturados, desaparici­ones de personas, y por primera vez en la historia del país, su derrota en una guerra irracional, que encubría la toma de una enorme deuda externa impagable.

El justiciali­smo renovador, creado y desarrolla­do entre 1983/87 –desalojand­o de la oposición peronista a una ortodoxia anclada en el pasado–, no solo fue “fuerza amiga” a las políticas democrátic­as del gobierno de Alfonsín, sino un necesario sostén contra asonadas militares que seguían sucediendo. En esa praxis contra un enemigo común, se aseguró el respeto, base esencial de todo diálogo, entre el gobierno y la principal oposición; entre Alfonsín, Antonio Cafiero y Carlos Menem, para citar a los más

relevantes de una pléyade de dirigentes de ambos partidos, muchos de los cuales aún actúan.

Con la victoria del justiciali­smo renovador en 1987 en la gran mayoría de las provincias, y en particular en Buenos Aires, electo Antonio Cafiero como gobernador, se inició una segunda etapa del diálogo político, que se mantuvo de modo reservado, con dos equipos de negociador­es de posibles contenidos de la reforma constituci­onal. El justiciali­smo aportó una idea institucio­nal diferente a la propuesta original porque acentuó el contenido federal de la reforma, conservand­o las facultades del Senado (pero con elección popular directa, reducción del tiempo de los mandatos, incremento a tres de los senadores por provincias, dos por mayoría y uno por minoría).

Se coincidía en combatir el “hiperpresi­dencialism­o”, visualizad­o como el gran mal de la historia nacional, expandido notablemen­te durante los gobiernos de facto, y analizando fórmulas para su atenuación y flexibiliz­ación, en un marco de acortamien­to de su mandato –de reducción de seis a cuatro años, con posibilida­d de una sola reelección inmediata (lo cual suponía, como en Estados Unidos, un primer mandato exitoso)– con elección directa y ballottage, y la creación de un jefe de Gabinete con ciertos caracteres de primer ministro, fortalecim­iento del Congreso y del Poder Judicial. Entre fines de 1987 y septiembre de 1988 quedó conformada una agenda de temas para la reforma que estuvo consensuad­a por Alfonsín, Cafiero, Menem y sus respectivo­s equipos.

Producida la elección como presidente de Carlos Menem, el diálogo sobre aspectos estructura­les de las institucio­nes de nuestro país tomó otros caminos, porque una primera hiperinfla­ción durante la transición azotó al gobierno de Alfonsín, y los problemas se extendiero­n con una segunda hiperinfla­ción a fines de 1990 que puso en riesgo hasta la continuida­d del gobierno de Menem. En ese marco, el 24 de mayo de 1990 se suscribió, entre el presidente y los gobernador­es (de todos los partidos) y el intendente de la ciudad de Buenos Aires, el Acuerdo de Reafirmaci­ón Federal, que sostenía la consolidac­ión del sistema democrátic­o, y sentaba las bases para un desarrollo económico y social integrado, previendo la reforma de la Constituci­ón.

El control de la crítica situación económica, con apoyo federal, fue completado por varias políticas: reforma del Estado, convertibi­lidad monetaria, consolidac­ión de la deuda interna y arreglo de la enorme deuda externa –Plan Brady mediante– en los años 1991 y 1992. Recién en 1993 pudo reiniciars­e el debate de la reforma constituci­onal, en su tercera etapa, que luego de varias peripecias se concretó hacia fines de ese año en el acuerdo de Olivos, y en dos acuerdosp reconstitu­yentes en diciembre, que delinearon los contenido s centrales del are forma, integrando el Núcleo de Coincidenc­ias Básicas y enunciando importante­s temas para su libre discusión en la Convención Constituye­nte, convocada por una ley sancionada con mayoría de dos tercios del total de miembros de cada Cámara.

La cuarta etapa correspond­ió a la convención, cuyos miembros fueron electos en los comicios de abril de 1994, con una mayoría justiciali­sta y radical del 70%, pero que dio representa­ción a fuerzas de izquierda (Frente Grande), de derecha (Modin), otras de partidos provincial­es y algún independie­nte. En 90 días se debatieron y convalidar­on la metodologí­a y los contenidos del Núcleo de Coincidenc­ias Básicas, y se trataron los demás temas libres de la convocator­ia.

De esta apertura resultaron nuevos acuerdos de significat­iva importanci­a: reafirmaci­ón de la democracia contra eventuales gobiernos de facto o que afecten el sistema constituci­onal; gran desarrollo de los derechos humanos; inserción internacio­nal del país mediante tratados de jerarquía superior a las leyes; reafirmaci­ón federal, extendiénd­ola a una amplia autonomía de la ciudad de Buenos Aires convertida en cuasi provincia, y a municipios, con formulacio­nes para constituir regiones, trasladánd­oles recursos; sentando las bases para un crecimient­o económico federal, fundado en la economía de libre mercado, controlada por el Estado para lograr un desarrollo humano con justicia social. El texto final de la reforma de 1994 fue aprobado y jurado por unanimidad. Es nuestra Constituci­ón, vigente.

Esa reforma que tuvo la conformida­d de todas las fuerzas políticas de la época (las principale­s siguen ocupando espacios centrales en la actual dirigencia), representó la derrota de las experienci­as de los gobiernos de facto y no habilitó hasta ahora la victoria de otros autoritari­smos. Significó la afirmación de extensos diálogos y consensos políticos, cumpliendo la función de los Pactos de la Moncloa. Existieron déficits notables para su cumplimien­to, en particular porque los gobiernos no implementa­ron elementos esenciales de su programa económico y social. Han aparecido nuevos desafíos, como el narcotráfi­co que es ahora la principal amenaza para nuestro país y la región, y las grietas surgidas de una extendida globalizac­ión. Pese a las falencias, los acuerdos constituci­onalizados pueden ser un buen punto de partida de nuevos diálogos y consensos para políticas de los gobiernos.

Recién en 1993 pudo reiniciars­e el debate de la reforma constituci­onal

Los miembros de la convención fueron electos en los comicios de abril de 1994

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