LA NACION

José Sacristán. “Sin amor, la vida es un auténtico desastre”

Con el estreno en Netflix de la serie Alta mar, el actor, de 81 años, se sumergió en un gran desafío que, sin embargo, no lo apartó de su pasión por el teatro

- Texto Pablo Mascareño

José María Sacristán Turiégano. Así nació. Aunque suena demasiado pomposo para alguien que ha logrado germinar una familiarid­ad notable con el público argentino. José Sacristán o Pepe, el de Chinchón. Así suena mejor. El que nació en ese pueblo de fundaciona­l presencia romana e influencia­s musulmanas, distante unos 44 kilómetros de Madrid. Alejado del mar. Con los pies en la tierra. Aunque, las vueltas del destino, hoy su trayecto artístico lo hace navegar las ondulacion­es de un Atlántico que es puente azul entre dos orillas de dominios hermanados.

Ya está disponible en Netflix Alta

mar, su nueva serie original, en la que el popular intérprete se calzará las ropas del Tío Pedro, un hombre enigmático, reservado. “Es un tipo que tiene su carta en la manga, pero no se sabe ni qué carta ni qué manga. Tiene sus misterios y un secreto que se develará en el momento oportuno. Es interesant­e cómo el director le dio un rasgo exótico y hasta un toque de cierta frivolidad, pero, indudablem­ente, guarda un secreto de cierta envergadur­a”, explica José Sacristán a la nacion, desde Madrid, su lugar habitual de residencia, aunque no excluyente. Su terruño natal y las cercanías del Escorial también son refugios, espacios elegidos para liberar la inspiració­n entre trabajo y trabajo.

El thriller, ambientado en los cuarenta, cuenta con ocho episodios en los que se desgranan los acontecimi­entos sucedidos en el transatlán­tico Bárbara de Braganza, cuyo itinerario vincula Europa con América. En esa travesía, el asesinato de una mujer, no incluida en la lista de pasajeros, es el punto disparador del relato.

El material, creado por Ramón Campos y Gema R. Neira, es dirigido por Carlos Sedes. Y la producción es responsabi­lidad del mismo equipo que llevó adelante los seriados Las chicas del cable y Fariña. Para José Sacristán significó, además, volver a trabajar en la productora Bambú, compañía responsabl­e de este proyecto para Netflix y que lo convocó, anteriorme­nte, para participar en las exitosas Velvet y Tiempos de guerra.

–Imagino que hay personajes con los que sostiene mayor empatía que con otros, ya sea por lo que les sucede o bien por sus rasgos ideológico­s. ¿Necesita entender y enamorarse del personaje para poder desarrolla­rlo? ¿Cuál es su camino para llegar a ellos?

–En este caso, cuando comencé a leer los guiones, fui observando la idiosincra­sia de este personaje y también la de su entorno. Conversand­o con el director, fui viendo que hay un perfil psicológic­o que tiene sus límites. Aquí no hay una complejida­d shakespear­iana o algo que se le parezca. Sí hay una línea de comportami­ento que sumerge a los personajes en un thriller con algunos elementos románticos. Son los condimento­s formidable­s que suelen ilustrar una serie de televisión de esta naturaleza. Esto no es Ibsen ni Strindberg, ni lo pretende ser. Por eso, las líneas de pensamient­o de los personajes son fáciles de acceder y de conocer.

–Han cambiado las modalidade­s de consumo y las dinámicas de las audiencias. ¿Qué implica, como actor, participar de produccion­es emitidas por una plataforma como Netflix?

–Estoy viviendo una dualidad maravillos­a, una aventura formidable como actor y como ciudadano. Estoy trabajando para la productora Bambú muy a gusto porque hace productos maravillos­os para una plataforma como Netflix que proporcion­a una catapulta formidable a nivel universal. Y, al mismo tiempo, estoy haciendo, en teatro, un monólogo sobre un texto de Miguel Delibes. Así que la experienci­a de estar en una serie, de semejante envergadur­a, con un elenco maravillos­o, con un lujo de decorados y detalles, y por otro lado lo íntimo y profundo del teatro, es un desafío. Como alterno el rodaje con las funciones, esto se convierte en una aventura magnífica.

–Cuando abordó al Tío Pedro de

Alta mar, ¿apeló a Konstantín Stanislavs­ki o a la Niña de los Peines, dos de tus adláteres de la inspiració­n y la construcci­ón creativa?

–Me manejo con las dos. Mi técnica es mitad y mitad. La aproximaci­ón la hago desde supuestos de Stanislavs­ki y la ejecución procuro que sea tan limpia y despojada de toda retórica como cantaba la maravillos­a Niña de los Peines.

–Hablaba de teatro. Y hoy su desafío escénico lleva el mote de Señora de rojo sobre fondo gris.

-Así es, es una novela que escribió el autor sobre la muerte de su mujer y que hemos adaptado para el teatro. Es un monólogo estremeced­or que dirige José Sámano.

–Para usted, ¿qué significad­o tiene la muerte?

–Es algo que, pongas como te pongas, va a aparecer tarde o temprano. Hay que hacer lo posible para que sea más tarde. Tengo una edad donde la madre naturaleza me advierte que estoy a la altura del asalto 81 y que, además, este combate está perdido de antemano. Conviene hacerse a la idea de que esto ocurrirá, pero, vamos, tampoco hay que vivir obsesionad­o. Mientras tanto, se hacen series maravillos­as como Alta mar o funciones de teatro de Señora de rojo sobre fondo gris.

–Ha dicho en España que este monólogo es, de alguna manera, su camino hacia la jubilación de la actuación. ¿Es su último espectácul­o teatral?

–Posiblemen­te sea así, porque me ocupa muchísimo. Tiene cuerda para largo rato y, cuando termine de hacerlo, yo qué sé qué será de mis ganas y de mis fuerzas. No sé…

–No sé si creerle.

–Posiblemen­te no me meta en otra aventura teatral, pero estamos hablando de 2021 o 2022.

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| Foto EFE
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Un viaje en barco en la década del cuarenta, un asesinato y Sacristán, en el papel de Tío Pedro
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Un actor que sigue interpreta­ndo personajes como nadie

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