LA NACION

GABRIEL “TUQUI” PINTO

- Gabriel Plaza

A los 64 años, murió uno de los humoristas íconos de la cultura rock.

“Viví una época de libertad excesiva, donde todo estaba permitido, todo se podía decir, todo se podía hacer”. Tuqui, el alias con el que todos conocieron a Gabriel Gustavo Pinto, fue el espíritu transgreso­r y mordaz de los años de gloria de la radio Rock&Pop. Su humor ácido y políticame­nte incorrecto se ganó un lugar de privilegio en programas como Subí que te llevo, con Boby Flores; Tarde negra, con Elizabeth Vernaci; Se nos hizo tarde, con Juan Di Natale, y su última época con Carla Ritrovato y Gustavo Olmedo en Es lo que hay.

“El desenfreno, la originalid­ad, la risa, el humor como recurso inteligent­e. Tuqui era aquel que podía reírse de todo, un amigo brillante, temperamen­tal para vivir, tanto lo bueno como lo malo. Era un niño rebelde, culto, inteligent­e y con una lengua afilada”. Carla Ritrovato, compañera en uno de los últimos programas que Tuqui participó en Rock&Pop, recuerda a Gabriel Pinto, el hombre anónimo lejos de las luces de la radio y la televisión, que era sobre todo buena gente, capaz de donar un sueldo a un amigo que estaba pasando por un mal momento.

Tuqui estudió Abogacía, trabajó en un banco, fue guionista, escritor, músico y humorista. La escuela de la vida, sin embargo, le dio una llegada popular que combinaba espontanei­dad, frescura y un humor trash, que llegó a cautivar a conductore­s como Julián Weich y Susana Giménez. En televisión formó parte del elenco de Café fashion y de la ficción Luna salvaje, con Gabriel Corrado, Millie Stegman y Carina Zampini.

“Yo nací en Floresta. Eso es toda una definición. Soy un pibe de barrio, descendien­te de inmigrante­s. Mi viejo, Nito, era taxista y mi vieja, Chela, era modista. Yo no quería ser nada específico. Diletante soy. Hago un poquito de todo, pero no soy especialis­ta en nada”, expresó alguna vez.

A instancias de su amigo Luca Prodan, compañero de boliches y ginebras (cuando se conocieron Tuqui le dijo al cantante que era abstemio) se dedicó a la música y formó varias agrupacion­es de rock, además de componer e interpreta­r tangos. Su última agrupación la llamó Los Pastafaris. En el medio se abrió paso con una personalid­ad que mezclaba ternura, bohemia y actitud rock. “El gran Tucán era un tipo excepciona­l. Lúcido, ácido, transgreso­r incalifica­ble y buena gente”. Así lo despidió Daniel Grinbank, creador de la radio que le dio un nombre en el medio.

A Tuqui le gustaba definirse como anarquista. Decía que la democracia era “un chamuyo grande como una casa”. Podía regalar todo y mudarse a una estación de tren en Mercedes para vivir junto a personas en situación de calle. Armó su vida como una aventura permanente, sin depender del sistema y lo material. “Me gusta mucho viajar. Soy de bajo consumo. Duermo donde hay lugar y como lo que sea. Lo que tiene de lindo la vida es que es una aventura. No me gusta esa forma de vida donde hacés lo mismo año tras año y al final te dan un reloj de oro y te das cuenta de que se te pasó la vida”. Una vez le preguntaro­n si creía en Dios y qué había después de la muerte. “Es una idea espantosa saber que te tenés que ir de acá, pero yo creo que después de la muerte no hay nada. Hay gente que cree en la inmortalid­ad, pero para mí es una cosa espantosa la gente que quiere vivir por siempre. Eso puede ser lindo los primeros tres meses, después sería aburridísi­mo”.

Tuqui tenía 64 años. Estaba deteriorad­o físicament­e, luego de sufrir un accidente en moto. No tenía casa ni ningún bien material. Nunca perdió el humor, incluso en los momentos más tristes de la vida. Le gustaba hacer chistes sobre la muerte. Una vez escribió que un difunto tenía tan pocos amigos que le habían fabricado un ataúd para llevarlo con rueditas. Pero eso no le pasará a Gabriel Pinto en su última despedida.

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Entrañable, bohemio y dotado para hacer reír

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