LA NACION

La última guardia. Un documental para despedirse de Game of Thrones

Anteanoche, una semana después del final de la ficción, se emitió el film realizado durante la producción de la octava y última temporada del popular programa de HBO

- Natalia Trzenko

Durante muchos meses, los aires del final flotaban en el aire. Primero, fue la última temporada de Game of Thrones; después, “el primer último capítulo”, y así: el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y, finalmente, el sexto y último, que marcó la despedida definitiva de la serie de HBO que desde 2011 atrapó el interés de millones de espectador­es en todo el mundo. Obsesionad­o por el modo en que los creadores del programa basado en las novelas de George R.R. Martin concluiría­n el relato que construyer­on a través de ocho temporadas y más de setenta capítulos, y con sus propias conjeturas e hipótesis sobre cómo debía terminar, el público perdió de vista –quizá para evitarse el duro golpe– que el resultado final podía ser devastador, pero nunca tanto como el hecho mismo de que la serie ya no volvería a estar en la pantalla.

Un sentimient­o que el documental La última guardia, que emitió anteanoche HBO (y puede verse en HBO GO), consiguió plasmar con precisión. Dirigido por la británica Jeanie Finlay, el especial comienza con un bello tapiz que reproduce algunos de los mejores momentos de la serie y sus frases más memorables, un modo de meterse de lleno allí donde cualquier fanático siempre soñó estar: en el día a día del trabajo que implica realizar su serie favorita.

Con un acceso inédito tras bastidores, la cineasta pasea su cámara por los estudios Titanic en Belfast, Irlanda del Norte, sede central de la gigantesca producción de Game of Thrones, y allí, entre los talleres donde se construyen los decorados, el vestuario y las imágenes de los extras en distintos estados de transforma­ción, una productora se pregunta: “¿Cuán rápido corre un lobo huargo?”. Una inquietud completame­nte normal entre el equipo de la serie, que durante casi una década tuvo que lidiar con cuestiones mágicas y criaturas mitológica­s y resolverla­s para beneficio de los espectador­es.

Si las redes se revolucion­aron por el ya famoso vaso de café extraviado y las botellitas de agua que apareciero­n en pantalla, es posible que al ver la cantidad de gente, recursos y trabajo necesarios para cada escena los indignados puedan dejar de lado las protestas que les provocaron esos errores. Y, con suerte, las imágenes de archivo de la primera lectura de guion antes del comienzo de la primera temporada superpuest­as con las de la última, cuando Kit Harington iba descubrien­do la suerte de la historia que protagoniz­ó como Jon Snow, también aliviaron la furia de la semana pasada. Los suspiros, aplausos y emoción del actor fueron casi un espejo de lo que sucedió cuando los fanáticos vieron todo en pantalla.

El rey de la nieve

El detrás de escena que mostró el documental, más allá de revelar el arduo proceso de transforma­r a Emilia Clarke en Daenerys Targaryen, dio espacio para brillar a aquellos personajes anónimos que formaron parte esencial de la producción del programa. Como Del Reid, el “supervisor de nieve”, encargado de asegurarse de que la llegada del invierno se viera lo más realista posible, aunque la nieve estuviera hecha de papel y agua. Y Andy McClay, un extra y el mayor defensor de Game of Thrones, orgulloso integrante del ejército de la familia Stark, cuyo compromiso con el programa estaba a la altura de productore­s y directores como David Nutter, que en su juventud soñaba con ser el próximo Barry Manilow, una ilusión que habilitó uno de los momentos más graciosos del documental: la escena de las piras mortuorias después de la batalla contra el Ejército de la Noche musicaliza­da con una canción del meloso cantante.

En los largos meses entre que se grabó la última temporada y el estreno del primer episodio poco se sabía de la trama y del desenlace de la historia, pero sí se repetía como un mantra el relato legendario de las 55 noches que había llevado filmar la gran batalla del tercer episodio. Claro que saber del esfuerzo y verlo son dos cosas muy distintas. El documental le dedica varias escenas al arduo esfuerzo del director Miguel Sapochnik y a todo el equipo, transforma­dos en vampiros durante más de quince semanas de grabacione­s nocturnas. Todo mientras un batallón de productore­s y artesanos dedicaban siete meses a construir cada rincón de King’s Landing para que luego la locura Targaryen lo destruyera por completo.

Una serie trotamundo­s, la producción de Game of Thrones fue de Belfast a Islandia y de allí a Sevilla, donde se grabó la criticada escena del último episodio en la que Tyrion (Peter Dinklage) convence al consejo de notables de que Bran El Roto (Isaac Hempstead Wright) debía ser el nuevo monarca. Y fue en la ciudad del sur de España donde se armó una estrategia de distracció­n para los fanáticos que incluyó la presencia en el lugar de Kit Harington, Tom Wlaschiha (el actor alemán que interpreta­ba al misterioso Jaqen H’ghar) y Vladimir Furdik, el mismísimo Rey de la Noche, aunque no tuvieran ninguna escena que grabar.

“La última vez, la última vez”, repetían Clarke y su peluquera, dedicada a recrear el estilo de la Madre de Dragones en la última mañana de rodaje de la actriz. Una frase recurrente durante todo el desarrollo del documental que logró, a pesar del gusto algo amargo que dejó el desenlace de la serie, que ya empecemos a extrañarla con menos enojo, más emoción y bastante melancolía.

 ?? Hbo ?? Emilia Clarke y el director David Nutter, en la grabación del cuarto episodio
Hbo Emilia Clarke y el director David Nutter, en la grabación del cuarto episodio

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina