César PELLI
Un gigante argentino de la arquitectura con prestigio global
A los 92 años murió ayer en Connecticut, Estados Unidos, el arquitecto César Pelli, figura clave de la arquitectura entre dos siglos. La noticia la dio a conocer Juan Manzur, gobernador de Tucumán, que escribió en Twitter: “Con mucho pesar recibimos la triste noticia del fallecimiento. Quiero hacer llegar mis condolencias a toda su familia, sus amigos y a su equipo de trabajo”.
Pelli se formó en Tucumán, su ciudad natal, en la huella académica marcada por Eduardo Sacriste, arquitecto con mayúscula que supo crear un claustro superlativo en la pequeña ciudad de un país remoto. Pelli fue el mejor ejemplo de esa educación de calidad.
En los años 50 dio el gran salto a los Estados Unidos, donde trabajó primero con Eero Saarinen, antes de fundar su propio estudio en los 70. La fama y los grandes titulares llegaron con las Torres Petronas, de Kuala Lumpur, por los destellos que despierta ese raro ranking que otorga la altura.
Sin embargo, en el mano a mano Pelli era un hombre sencillo, ajeno a la grandilocuencia, de hablar pausado (nunca perdió la tonada), una férrea vocación y la idea central de que la buena arquitectura era aquella que mejoraba la vida de las personas.
En 2012 recibió el Premio Konex de Brillante, merecido premio para quien conquistó el mundo con su talento. No hubo dudas en el jurado acerca de las razones para la distinción, a pesar de que la carrera y el
cursus honorum se había labrado en tierra norteamericana.
La vida académica lo tuvo como actor fundamental en una casa de estudios tan importante como la Universidad de Yale, por donde pasaron profesionales que hoy definen el curso de la nueva arquitectura.
Había nacido en un hogar humilde, creció en una casa chorizo, pero desde chico dibujaba y soñaba con rascacielos. El primer edificio en Buenos Aires fue la Torre república, en Tucumán y Bouchard, frente a la Plaza roma. Entonces, durante la larga conversación que mantuvimos para una tapa de Revista, recalcó la nacion una y otra vez que un edificio era un “gesto” que daba identidad a un lugar, a una ciudad y puso como ejemplo el imponente Kavanagh de Sánchez, Lagos y De la Torre, primer rascacielos con estructura de hormigón. En su caso, la manzana irregular sobre la avenida Madero y la plaza vecina le brindaron la oportunidad de hacer un edificio distinto, donde la fachada se retira para dejar un vano de vista al verde.
Personalmente, de la larga lista de obras de César Pelli siempre me gustó el conjunto del Word Trade Center de Nueva York, que escoltaba las Torres Gemelas, dramáticamente borradas del skyline de Manhattan. Son sólidas y sinceras, como era la sonrisa del tucumano, que sabía sumar la naturaleza a los interiores vidriados con la grácil intervención de Diana Balmori, quien fue su mujer durante muchos años.
El derrotero porteño continuó con las Torres de YPF, del Bank Boston, y la última para el Banco Macro, en Catalinas. En ese capítulo nuevo del paisaje porteño, subraya, una vez más, la intención por resolver la curtain wall, la típica fachada de vidrio, con una carpintería “de autor”, más el cuidado puesto en lograr que el remate del edificio tenga un sello propio.
Alguna vez, Pelli dijo que quería ser recordado como una buena persona, un tucumano de ley que hizo del mundo su propia casa. Habría que agregar a ese deseo cumplido con creces, la voluntad por hacer buenos edificios, por privilegiar la calidad, sin perder de vista lo que debiera ser un denominador común: el patrimonio no solo se hereda, también se construye.
La fama llegó con las Torres Petronas, de Kuala Lumpur, por los destellos que despierta ese raro ranking que otorga la altura