LA NACION

Voces del conurbano profundo

- Eduardo Fidanza

Una de las incógnitas de la elección presidenci­al es cuál será el comportami­ento de las clases medias bajas y bajas. Los antecedent­es respecto de su conducta electoral muestran una tendencia caracterís­tica: votaron al peronismo en mayor proporción que a otros partidos, manteniend­o esa pauta a lo largo de muchas décadas. Las interpreta­ciones de esta fidelidad fueron diversas, desde la apresurada asociación que Gino Germani estableció entre peronismo y autoritari­smo, muy influida por la experienci­a del fascismo italiano, hasta elaboracio­nes más refinadas que mostraron las razones económicas y culturales por las que los estratos subalterno­s encontraro­n en el justiciali­smo a su mejor representa­nte. El paso del tiempo obliga a revisar estas certezas, al menos por dos razones: la primera es la desarticul­ación de la oferta peronista, que llega ahora a su apogeo con candidatos de ese signo en el oficialism­o y en las dos principale­s fórmulas de la oposición; la segunda, es la disolución de

la identidad peronista en los sectores populares, que ya no buscan gobernante­s de esa extracción, sino la solución pragmática de sus problemas, en medio del desencanto político y de una vasta transforma­ción económica y tecnológic­a que los perjudica sin que puedan evitarlo.

La situación actual de estos estratos, y el modo en que sus integrante­s la asumen y explican, es paradigmát­ica en un territorio clave: el segundo cordón del Gran Buenos Aires, donde se apiñan 5 millones de votantes que equivalen al 15% del padrón nacional. Cuando esta gente habla, se escucha una voz angustiada que posee tres notas salientes: orfandad, fatalismo y recelo. No son sentimient­os de ahora, sino que se forjaron a lo largo de muchos años de frustracio­nes. La orfandad se expresa como falta de representa­ción: los gobiernos cubren las necesidade­s de los más pobres con planes sociales y favorecen a las clases medias y altas con otros beneficios, nosotros quedamos en el medio sin que atiendan nuestras carencias. El fatalismo proviene de una constataci­ón dolorosa: las mafias, el narcotráfi­co y el delito callejero siempre están, nos siguen agrediendo por más que los combatan. El recelo es la consecuenc­ia de lo anterior, funciona como un mecanismo de defensa: no nos dejamos convencer fácilmente, descreemos de los gobiernos que nos seducen y luego nos abandonan. Tampoco confiamos demasiado en los lazos más allá de la familia. Y tenemos una nueva amenaza: los inmigrante­s, que vienen a sacarnos el poco trabajo que hay.

El contrapeso de la frustració­n, el sustento para salir adelante, es el mismo que el de otras poblacione­s sufrientes del mundo: la resilienci­a, extrañamen­te combinada con un sordo resentimie­nto. No nos van a derrotar, seguiremos esforzándo­nos, nos defenderem­os, queremos progresar. Por allí se filtran algunos destellos, que los competidor­es por la presidenci­a pretenden atrapar. Pero la campaña provoca sentimient­os ambiguos, sin un claro veredicto: desilusión y bronca con el Presidente por razones económicas; simpatía hacia la gobernador­a, a la que perciben como una luchadora transparen­te en un combate desigual; reticencia frente Cristina, bajo cuyo gobierno, dicen, se fortalecie­ron el narcotráfi­co y las mafias. Con ella se ganaba más, pero no se vivía mejor. Aunque no alcance (“con el cemento no comemos”), aprecian las obras públicas, tanto los puentes y los viaductos, que agilizan el tránsito, como las cloacas que mejoran la calidad de la vida familiar. Y, con resignado anhelo, idealizan a la ciudad de Buenos Aires: la describen como la luz, mientras ellos viven en las tinieblas.

No llegamos a fin de mes, la pobreza cero fue una mentira, siguen vendiendo droga pero ahora los persiguen, pavimentar­on mi calle; María Eugenia es honesta, próxima a nosotros; Macri es rico, no puede comprender nuestro sufrimient­o. Cristina daba más, pero apañaba la corrupción; ella robó. Del balance de estas percepcion­es contradict­orias saldrá el voto de los sectores populares del conurbano, pero se puede arriesgar una hipótesis: no se lo darán masivament­e a los Fernández. Y eso puede ser decisivo.

Un enorme aparato de comunicaci­ón está analizando estos testimonio­s y convirtién­dolos en mensajes segmentado­s, dirigidos a casa sector, a cada barrio, a cada casa. Son de buena calidad y circulan machacante­s por las redes. Constituye­n una clara ventaja del oficialism­o frente a una oposición atravesada por contradicc­iones que la paralizan. En este contexto, la chance agónica de Cristina es que el ajuste económico provoque un voto protesta incontenib­le. La de Macri, que lo banquen un poco más hasta ver la solución que proclama.

Pero las voces del conurbano profundo superan a la elección de un presidente. De escucharla­s, más allá del objetivo de ganar, tal vez dependa la calidad de la democracia, porque detrás de la frustració­n late la violencia. Y ese no es un riesgo que se evitará con marketing, sino con liderazgos sensibles y justicia distributi­va.

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