UNA NOCHE EN GUADALAJARA CON LO MÁS RELEVANTE DE LA DANZA
Entre la gala y el big show, Isaac Hernández reúne cada año en su Guadalajara natal a una constelación de estrellas de las compañías más importantes del mundo
GUADALAJARA, México.– La ciudad de los múltiples apodos (“perla tapatía”, “novia de Jalisco”) y una dieta caracterizada por su vitamina “t” (“t” de tequila, tacos y torta ahogada) es famosa, además, por una universidad que late como el corazón de la vida cultural. Pero la semana pasada todos hablaban de otro motivo de orgullo local: en las calles, en los medios, en las conversaciones con el conductor de un Uber se oía sobre Despertares, el espectáculo que el bailarín mexicano Isaac Hernández instaló en la agenda de su país hace seis años y que, al fin y al cabo, se convirtió en mucho más que eso.
Con Jalisco empapelada con su imagen –allí se lo ve suspendido en un despreocupado salto que parece más bien una levitación, con ropa de calle, sobre un claro fondo urbano–, se anuncia que llegará “lo mejor del mundo en un mismo escenario”, una ocasión irreproducible: “Habría que viajar a más de diez países para ver lo mismo que aquí, en una sola noche”. Los anzuelos se suceden, así, sin siquiera mencionar la palabra “ballet”. Y ese silencio deliberado esconde una intencionada estrategia para atraer a un público amplio, sin que nadie pueda sentirse “afuera” del anillo elitista que suponen todavía las expresiones clásicas. Lo más singular del caso, finalmente, es que aun así la convocatoria es honesta en su omisión, porque quien dijera que Despertares es solo una gala de ballet estaría despreciando lo mejor de su contenido y un concepto. Se trata, más bien, de un big show que, por supuesto, hace pie en el terreno y el repertorio donde Hernández se erige como uno de los más relevantes a sus 29 años, pero fundamentalmente integra diferentes estilos y formatos de la danza, con notable calidad.
En el recorrido hacia la sala del Auditorio Telmex, se exponen como trofeos las fotos de los artistas que pasaron por allí: entre tantos está el retrato de Gustavo Cerati con el traje blanco de su última gira, Fuerza natural, tocando en una escala anterior al lamentable accidente que sufriría días más tarde en Venezuela. Por ponerlo en línea con la misión de Despertares (que en su versión extensa se completa con Despertares Impulsa, un programa de formación y fomento de oportunidades artísticas, con impacto social), el cantante podría estar diciendo en ese instante congelado aquello de “mereces lo que sueñas”. Las siguientes tres horas, en el escenario –y a través de las pantallas que acercan a las 8000 personas todo lo que pasa sobre él– se pasará sin temor a los contrastes del street dance al ballet académico y de la danza contemporánea a un luminoso acto que podría definirse como la actualización tecnológica del teatro negro adaptado al arte del movimiento. Con trajes brillantes de neón frío controlados por un sistema inalámbrico, Lightbalance (finalistas del America’s Got Talent) tocó la tecla del asombro y cambió el groove con una de las propuestas más celebradas de la noche.
Si en las jornadas previas, Lil Buck y Jon Boogz habían compartido en workshops y conferencias sus orígenes desde los barrios ásperos de Chicago y Miami hasta el estrellato, no sorprende que en la apertura de la función emplearan la metáfora de un muro que los separa. Vestidos de blanco y negro, y sobre la música en vivo del ensamble de cuerdas y percusión Cosa Nostra Strings, ambos volcaron en sus cuerpos las inquietudes que los movilizan: la segregación racial y su impacto social.
Lil Buck –que salió de gira tanto con Madonna como con Yo-Yo Ma, hizo campañas para Vogue, actuó en películas de Disney y se ganó un lugar en la selecta colección de arte de la Fundación Louis Vuitton– es referente del Memphis jookin, un baile urbano en el que los pies se mueven más rápido que la vista. Sin embargo, su formación inicial le tendió un puente al repertorio de ballet para hacer, por ejemplo, una original versión de La muerte del cisne. La miniatura coreográfica fue la carta de presentación de Buck en Buenos Aires en 2016 y aquí conquistó a la audiencia reelaborando el trabajo de dos de los elementos claves de la creación que Fokine hizo para Ana Pavlova, a comienzos del siglo pasado: el aleteo de los brazos y el pas de bouree, esta vez, sobre las puntas de un par de impolutas zapatillas deportivas y sin tutú. Por su parte, Boogz representa al “popping”, un estilo que se basa en la contracción de los músculos al ritmo de la música, con posturas y efectos que parecieran imposibles, como los que crea en No limits, el solo que lo devolvió a escena para su segunda entrada. Para ambos, Michael Jackson, Gene Kelly y Nina Simone son dioses; con esa santísima trinidad, queda todo dicho.
En contraste, siguió Tarantella, coreografía de George Balanchine que sacó a escena a Francesca Hayward –la principal del Royal Ballet de Londres, que en diciembre veremos en el cine con Cats–, a dúo con Esteban Hernández, hermano menor del anfitrión, recientemente promovido a primer bailarín en el San Francisco Ballet. A partir de entonces, cada vez que un Hernández salió a escena, el fervoroso aplauso del público fue in crescendo, hasta llegar a tenerlos juntos en My Way, sensible ocasión para repasar la historia familiar en un video. Comprobar esa reacción tardó poco: subidos a un caballito de batalla como es el “Cisne Negro”, enseguida Isaac y Tamara Rojo sobresalieron por varias razones, más allá de la química entre ambos que abona su relación de pareja. La primera fue que se deshicieron de uno de los principales enemigos de las galas de ballet: el virtuosismo despojado de expresión. En ese sucinto recorte de El lago de los cisnes que es el pas de deux del Black Swan, lograron traer a escena a dos de los personajes más emblemáticos de la danza clásica. Ella portaba a Odile en la mirada y en el torso escorzado que le imprime carácter, mientras él caía en su engaño. (En el mismo sentido, a su turno, Alina Cojocaru traería a escena una porción de Aurora en el fragmento de La Bella Durmiente de McMillan, sin la misma conexión con su partenaire de turno, el italiano Francesco Gabriele Frola, del Ballet Nacional de Canadá.) Volviendo a la dupla principal, madurez mediante, Rojo conserva sus prodigiosos equilibrios intactos: el contexto mágico del ballet habilitaría a sospechar de sus zapatillas de punta, que parecieran sostenerse solas. Por su parte, Hernández le otorgó naturalidad al despliegue de saltos y piruetas que reservan las variaciones masculinas, con la precisión de un mecanismo de relojería y despreocupada ejecución.
Las participaciones de Natalia Osipova –una de las mejores bailarinas del panorama actual– se concentraron también en la primera parte del show. Con calidad de estreno, Left Behind, que creó para ambos su prometido Jason Kittelberger, sobre la Elegie Op. 3 N° 1 de Rachmaninoff en el piano de Julia Richter, los llevó a un lado y otro de una puerta que abre y cierra posibilidades de entendimiento sobre qué dice el título que se deja atrás. Fuera de programa, la bailarina rusa emocionó luego con un Ave María en puntas, concebido por Yuka Oishi, que ella misma propuso incorporar a la función a último momento. Por suerte para el público, le dijeron que sí: reconocible aun en la media sombra, sola en el escenario, Osipova se vio gigante, del primer haz de luz al último soplido.
Tracción y atracción
No caben todos los nombres en la marquesina: esta reunión de talentos es como hacer un viaje intercontinental en tres horas. Hasta Joaquín de Luz, figura clave de la escena neoyorquina en las últimas dos décadas, volvió al escenario en Guadalajara tras su retiro y a pocos meses de tomar las riendas de la Compañía Nacional de Danza de su país, España.
Si bien son varias las compañías que encontraron representación a lo largo del espectáculo, la presencia del English National Ballet (ENB) sobresalió en varias direcciones. Además de ser “la casa” donde Hernández es principal, allí Rojo hizo su revolución como directora, asumiendo riesgos artísticos que le retribuyeron grandes éxitos. Por un lado, de allí provino una docena de bailarines varones y algunas primeras figuras (Cojocaru, se ha dicho) que marcaron la cuota mayoritaria de un Despertares con cincuenta artistas en escena. Y, luego, es para destacar cómo ese capital de repertorio exclusivo que el ENB construyó en los últimos años, de pronto, jerarquiza una noche de estas características volviéndola extraordinaria.
Así, el ENB aportó al programa una pieza de Liam Scarlett (No Man’s Land), dos obras del genial coreógrafo contemporáneo William Forsythe y una maravillosa viñeta de “Frida y Diego” salida de Broken Wings, que Annabelle López Ochoa creó por comisión para darle fuerza al lugar de la mujer. Con la cantante Geo Meneses y músicos en vivo interpretando “La llorona”, Tamara Rojo concibió una Frida desenfadada, del brazo de Diego Rivera, que encontró su merecido con Yuri Possokhov. Dueño de una extensa carrera, para ponderar el peso de Possokhov en la actualidad podría recordarse que recientemente creó la biografía danzada sobre el astro más luminoso de la danza del siglo XX, Nureyev, obra que primero levantó polémica en Bolshoi y luego terminó multipremiada en los Benois de la Danse 2018 (la misma edición de los “Oscar de la danza” en la que Hernández se consagró como el mejor bailarín).
Por fuera de Talismán (con la sutileza de Anastasia Limenko, del Stanislavsky, versus el torbellino enérgico de Brooklyn Mac, como artista invitado) y Las llamas de París (por Nikisha Fogo, de la Ópera de Viena, y el inglés Joseph Caley, un verdadero prodigio), no queda más academia para reseñar en Despertares. Es que La Cenicienta, en esta ocasión, pertenece a este milenio merced de la reversión de Christopher Wheeldon, que el mes pasado se vio en el Royal Albert Hall.
Es apropiado entonces volver sobre Forsythe y sus estándares, que elevan cualquier espectáculo, también este. En el caso de A Qui e tE ven ingof Dan ce, permitió presentar una pareja interesante: la de la iraní Parvaneh Scharafali –un cuerpo que ha transitado varias piezas de este coreógrafo, de Jirí Kylián y de Hans van Manen– junto a Rauf Yasit, de estilo de baile flexible, ideal para este trabajo que explora los vericuetos del propio cuerpo y el del otro. Y en lo más alto de la noche se le pu sopla yaPlaylist(track 1,2), una obra que el coreógrafo americano creó el año pasado para el ENB y que, con su contagioso efecto, llegó a viralizarse en clips por redes sociales. La primera parte es la que se vio en Despertares: doce bailarines varones, ajustados en la estricta colocación de una clase, combinarán los pasos que son el abecé del ballet sobre una pista de música house, para escalar enérgicamente en un despliegue físico que se sitúa entre la pista de atletismo y la de baile. ¿Quién no ha fantaseado silenciosamente en la butaca con sumarse a esa discoteca el sábado por la noche? En un encore, sobre el final, los aplausos dijeron que sí cuando otra vez el track volvió a correr y los cincuenta artistas salieron, por turnos, a hacer su un entusiasta saludo, absolutamente contagioso.
Si bien varias compañías estuvieron representadas, el English National Ballet sobresalió por los riesgos creativos que tomó y por su repertorio exclusivo