Messi es el dueño de la última gran revolución en el fútbol
Mientras sueña con San Lorenzo, acepta un fascinante viaje entre Cruyff, Guardiola, Mourinho, Valdano, Van Gaal, Redondo y el crack rosarino, al que conoció de chavalito
Carolina habla con frecuencia con Cristina. Carolina es la esposa de Juan Antonio Pizzi y Cristina..., la mujer de Pep Guardiola. Ellas cuidan el vínculo entre las familias porque las agendas de sus maridos dificultan el trato directo. Pizzi conversa con Van Gaal, con Bobby Robson, con Luis Enrique, e incluso ha visitado a Jupp Heynckes en su casa en la campiña alemana, cerca de Gelsenkirchen. Pero Guardiola…, jugaron juntos en Barcelona y se recibieron juntos como entrenadores en España. “No me imaginé que iba a llegar a este nivel. Nadie puede proyectar que una persona se volverá tan exitosa. Pero los fundamentos del juego, Pep los veía como ninguno. Lo
mamó desde chiquito con Cruyff. Johan le enseñó los perfiles, mirá acá, mirá allá, y técnicamente Pep era muy inteligente. Tuvo una evolución futbolística muy buena, pero jamás me imaginé que iba a trascender como trascendió”. Nada desafía más a Pizzi que su presente en San Lorenzo, a horas del segundo bautismo santo. Pero a su vez, desmenuzar su carrera es sumergirse en un manual de vivencias fascinantes.
–¿Guardiola es el dueño de la última gran revolución en el fútbol mundial?
–No. Es Messi el que revoluciona el fútbol. Pep acompaña, ayuda y participa de la revolución, pero el que hace la gran revolución es Messi. Cambia el fútbol a partir de cómo juega Messi.
–¿Cuándo escuchaste por primera vez el nombre de Lionel Messi?
–Pronto…, yo seguía ligado a Barcelona y lo fui a ver. Se destacaba muchísimo, pero no de la forma en la que explotaría después. Él jugaba en la Liga de Catalunya, torneos regionalizados contra equipos muy pequeños. Y la diferencia que hacía era enorme: ganaban por 11 o 12 goles de diferencia y Messi anotaba tres o cuatro. Lo hacía en una categoría con otros tres o cuatro chicos, que ahora no recuerdo sus nombres, que eran impresionantes. Pero nunca me imaginé que Leo iba a ser esto…, ya batió mil récords y seguramente irá por más.
Pizzi desembarcó en 1996 en Barcelona para inaugurar la era posterior al ‘Dream Team’ de Johan Cruyff. Vaya desafío. No llegó a dirigirlo la leyenda holandesa, pero… “Tuve trato con él, claro. Un trato corto. Era un tipo que te encandilaba cuando te hablaba, siempre era atrapante. ¡Hablaba de básquetbol y te hacía pensar que él tenía que irse a dirigir a los Lakers! Un hombre muy seductor y muy seguro en sus conversaciones”. En aquellas dos temporadas catalanas, Pizzi jugó con el brasileño Ronaldo, Figo, Stoichkov, Laurent Blanc, Rivaldo, Popescu, Amunike, Dugarry, Vítor Baía, Fernando Couto…, justo cuando la Masia promovía a los chavalitos Xavi y Puyol. “Creo que ese fue el mejor plantel de la historia de Barcelona. Los que vinieron después, en el Barça de Pep, jugaban mejor, pero en nombres aquel fue inigualable. Era impresionante. Teníamos ocho jugadores en la selección española. Estábamos todo el día juntos: Nadal, Sergi, Guardiola, Ferrer, Luis Enrique, Cuellar…”, y viaja en el tiempo.
–¿Cómo era ese vestuario?
–Yo me metí enseguida en el grupo de los catalanes porque convivíamos mucho en la selección. A eso se le sumaba una buena relación entre nuestras mujeres. Los más cerrados eran los jugadores de Europa del Este, pero después éramos 12 o 13 pibes que nos llevábamos muy bien. Al tiempo subieron Iván de la Peña y Albert Celades. Y Puyol, que principio era extremo derecho y tenía una intensidad terrible. Lo llevaban porque en el entrenamiento era fuerte, batallador. También Xavi Hernández, que tenía 17 años.
Pizzi jugaba con ellos en Barcelona. Luego, se incorporaba a la selección española… “Me generaba inquietud saber cómo eran Raúl, Hierro, Zubizarreta y otros. En definitiva, eran todos hombres con dos manos y diez dedos. Pero aun sabiendo que yo me había nacionalizado, me dieron un trato fabuloso, como si fuese uno de ellos.
–Para España, le marcas te un gol ala Argentina en 1995 y le ganaste la final de la Copa América en 2016…
–Ninguna de las dos situaciones fue agradable. Lo celebré porque me correspondía, y lo de la Copa América se trató de un logro profesional muy importante en mi carrera. Pero hubiese preferido que el rival fuese otro.
–Dirigiste en seis países y en tres continentes. ¿El fútbol es universal?
–No, no es igual. Cada país tiene su ADN que se refleja después en las selecciones. Los argentinos, uruguayos o chilenos juegan de una forma en Europa y cuando van a su seleccionado cambian la manera, se adaptan rápidamente. Y se debe a su gran nivel competitivo.
–Hablás de identidad. ¿La selección argentina no perdió la suya en los últimos años?
–Argentina estuvo a un penal de generar el proceso más exitoso de la historia de este país. Si le ganaba a Chile las dos veces, y ni hablar de la final del Mundial de Brasil, estaríamos hablando de otra cosa. Con esos tres títulos se hubiera consolidado la mejor etapa argentina. Por un lado, el ADN nacional de competir y ser favorito se ve cubierto con esto. Pero de manera pública, el hecho de perder esas finales fue dinamitando la confianza de los entrenadores, de los jugadores y generó una presión inaguantable para muchos de ellos. Por eso varias veces no pudieron exponer lo que son como futbolistas. Y a todo eso hay que sumarle el contexto de lo que sucede afuera, cuando se viven situaciones malas. Todo lo que ha sucedido es producto de la desconfianza, de los cambios. Yo estoy en contra de la palabra recambio, es un término que no me gusta. En un seleccionado debe haber incorporaciones, pero no modial