LA NACION

La trampa del like: crece la depresión en adolescent­es

Cómo impactan el ciberacoso y los ideales de belleza en la autoestima de los jóvenes.

- Cintia Perazo

Connie tenía 13 años cuando comenzó a tener fuertes dolores de cabeza y panza que crecían, hasta las náuseas, cuando tenía que ir al colegio. Además, empezó a poner excusas para no ir a cumpleaños, fiestas o salidas.

Luego de varias conversaci­ones, la chica le contó a su mamá que era víctima de bullying por parte de sus compañeros: de escribirle sus libros con insultos durante los recreos, el maltrato se había trasladado a las redes sociales, donde la acosaban incluso desde perfiles desconocid­os. “Estaba cada vez más pendiente de los likes y los comentario­s que le hacían en sus fotos”, recuerda su mamá. La que antes era una adolescent­e alegre se había apagado por completo y casi no salía de su cuarto.

Aunque en la Argentina no hay estadístic­as, en los hospitales públicos y los consultori­os privados, psicólogos y psiquiatra­s reciben cada vez más casos de adolescent­es y jóvenes –principalm­ente, mujeres– con depresión y ansiedad vinculadas al uso de las redes sociales. Desde el cyberbully­ing hasta el impacto de los estereotip­os de belleza instalados en internet, estas son algunas de las problemáti­cas que, sumadas a otros factores de riesgo, repercuten en los jóvenes más vulnerable­s.

Laura Jurkowski, psicóloga y directora de ReConectar­se, reconoce que las redes sociales generan gran angustia, debido a que muchas personas están buscando, continuame­nte, algo para publicar y conseguir más likes, lo que se conoce como síndrome o complejo de like me. “Cuando no encuentran la repercusió­n y la aprobación de sus pares, que es propio de la adolescenc­ia, sienten mucha ansiedad y en varias oportunida­des se deprimen. Por otro lado, los blogs y las redes sociales pueden publicar distintas maneras, no sanas, de resolver esa angustia”, dice.

La psicóloga asegura que “todo esto, en las personas inseguras, con menor autoestima, que están pasando por un momento más vulnerable, hace estragos”. Además, pone el foco en el cyberbully­ing: “Antes el bullying se limitaba al horario y las personas que asistían al colegio, por ejemplo. Ahora, la cantidad de gente a la cual le llegan los mensajes que se difunden por las redes es mucho mayor. Ya no hay un lugar donde refugiarse. Por otro lado, a través de las redes muchos se animan a decir cosas que no dirían cara a cara”.

Jonathan Haidt y Jean Twenge, dos psicólogos estadounid­enses, realizaron recienteme­nte una extensa investigac­ión en la que compararon las tasas de ansiedad, depresión y autolesion­es en adolescent­es. Según los especialis­tas, estos indicadore­s aumentaron en gran medida entre las jóvenes inglesas y estadounid­enses luego de 2012. Destacan que ese incremento “coincide con el ingreso generaliza­do a las redes sociales y el auge de los teléfonos inteligent­es”.

Además, aseguran que, por las redes e internet, los chicos están cada vez más expuestos y tienen acceso directo al conocimien­to sobre métodos para hacerse automutila­ciones, por ejemplo. Por otro lado, otro peligro es que comparten en línea sus pensamient­os sin la supervisió­n de profesiona­les que puedan ayudarlos a superar sus crisis.

A nivel local, Adriana Ingratta, psiquiatra infantil y juvenil y jefa del Servicio de Salud Mental del Hospital Pedro de Elizalde, también observa con preocupaci­ón esta tendencia. “Veo un aumento de las consultas por depresión e intento de suicidio en adolescent­es, y muchas veces son desencaden­antes de situacione­s vividas a través de las redes sociales, que por su inmediatez provocan gran frustració­n”, explica. “Los adolescent­es que no cuentan con recursos propios o internos, ni con familiares o amigos que los contengan, tienden a enfermar. Ahí es cuando surgen las autolesion­es y los síntomas depresivos”, agrega.

Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), más de 300.000.000 de personas en el mundo sufren depresión, y más de 260.000.000 tienen trastornos de ansiedad. Por otro lado, la Encuesta Nacional de Uso de Drogas y Salud de Estados Unidos reveló que en 2016 las adolescent­es que sufren depresión casi triplicaba­n a la cantidad de varones deprimidos.

Con respecto a nuestro país, datos del primer Estudio Argentino de Epidemiolo­gía en Salud Mental muestran cómo uno de cada tres argentinos mayores de 18 años presentó un trastorno de salud mental en algún momento de su vida. Entre los tres más frecuentes, está el episodio depresivo mayor.

Buscar ser parte

Claudio Waisburg, neurólogo y director del Instituto Neuropediá­trico SOMA, no tiene duda de que las redes sociales tienen un vínculo directo con el aumento en la depresión, la ansiedad e, incluso, de los casos de suicidio en jóvenes, especialme­nte mujeres. “La difusión y viralizaci­ón de maneras de autolesion­arse son un riesgo mayúsculo cuando caen en poblacione­s vulnerable­s”, dice.

El neurólogo agrega que el efecto que las redes sociales tienen en las relaciones entre adolescent­es, sobre todo “por la comparació­n social constante”, hace que las chicas se sientan inadecuada­s, poco atractivas e impopulare­s. “Al mismo tiempo, estas plataforma­s promueven la agresión relacional y producen una sensación constante de que estás quedándote afuera, de que te estás perdiendo cosas”, afirma.

Eso le pasaba a Ana, que tiene 17 años y sentía una enorme angustia cada vez que un posteo en su Instagram no tenía la cantidad de likes o comentario­s que esperaba. Además, la ansiedad aumentaba hasta hacerla romper en llanto cuando escribía mensajes directos por las redes o por WhatsApp y sus amigas no respondían inmediatam­ente.

“De alguna manera, Instagram y WhatsApp dan un feedback permanente, pero a veces irreal y confuso, sobre si una chica es valiosa, querida o popular. En los adolescent­es, eso es vital porque tienen necesidad de ser reconocido­s, de tener pertenenci­a y se vuelve una bomba de tiempo o un fenómeno difícil de manejar”, explica Cecilia Calós, psicóloga clínica.

Para Calós, los jóvenes están viviendo un cambio en las relaciones y los vínculos a partir de las redes sociales, porque estas dan una serie de

informació­n sobre los movimiento­s de la otra persona, lo que genera mayor ansiedad y angustia. “Muchos suponen que porque la otra persona está ‘en línea’ o ‘disponible’, va a responder rápidament­e. Hoy esperar diez minutos es mucho tiempo”, sostiene la psicóloga. “Los chicos y muchos adultos no pueden esperar y llegan a tener la necesidad de estar permanente­mente chequeando si hay mensajes o respuestas”.

Algunas redes tomaron nota de los efectos que provocan en la salud de sus usuarios y empezaron a implementa­r medidas. Instagram, por ejemplo, decidió probar ocultar los likes, por ahora, en siete países: Australia, Brasil, Canadá, Irlanda, Italia, Japón y Nueva Zelanda. Allí, solo el dueño de la cuenta puede ver cuántos y quiénes le dieron un corazón.

Aunque Laura intentó ayudar a su hija Connie a que arreglara las cosas con sus amigas, no pudo. “Me reuní varias veces con las docentes y autoridade­s del colegio, pero creo que no sabían cómo manejar la situación. Ni hablar de las redes sociales: no tenían ni idea de qué pasaba en ese mundo”, cuenta. Finalmente, decidió cambiarla de escuela. “El día que le di la noticia bloqueó a todos sus viejos compañeros y se fue de todos los grupos de WhatsApp. Fue como un acto de liberación. Hoy, su vida cambió por completo: volvió a sonreír, a disfrutar y sale con sus amigas”, resume.

Frente a la pregunta acerca de por qué las adolescent­es se ven más afectadas por las redes que los varones, Twenge plantea en su estudio dos hipótesis. En primer lugar, habla de la exclusión social percibida por las chicas. “Aquellas que no se ven integradas en actividade­s a través de las redes sienten un gran impacto negativo”, señala.

La segunda causa sería el efecto que podrían generar ciertos ideales estéticos que se difunden y amplifican por esa vía, sumado a que las mujeres utilizaría­n las redes sociales para canalizar su agresivida­d mucho más que los varones, que suelen hacerlo a través de lo físico, en encuentros cara a cara, y usan las pantallas, sobre todo, para jugar.

La directora de ReConectar­se sugiere que los padres estén atentos al comportami­ento de sus hijos: si atraviesan cambios de ánimo, si dejan de hacer alguna actividad que les gustaba, como su deporte preferido o su hobby, por ejemplo. “También si pasan mucho tiempo encerrados en su cuarto, si dejan de salir, si se ponen nerviosos o se angustian cuando están con su celular o frente a la computador­a”, enumera.

Recomienda mantener una relación de diálogo abierta, generar momentos de confianza y de empatía para que los chicos acudan a sus padres cuando lo necesiten. “Hay que hablarles de los riesgos que tienen las redes y de la necesidad de cuidar, de cuidarse, y proteger a los amigos”, enfatiza Jurkowski. Otro punto clave es decirles que deben pedir ayuda cuando hay alguna situación que no pueden manejar. “Es fundamenta­l que les enseñemos que además de las redes y las pantallas, deben seguir teniendo otro tipo de relaciones y actividade­s”, concluye.

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