El riesgo de facilitar otro “vamos por todo”
Quienes creen que el kirchnerismo es malo saben que fue peor cuando tuvo mayorías abrumadoras y una oposición a la deriva.
Mauricio Macri, en el trauma del desengaño electoral, enfrenta un tembladeral financiero con traje de candidato, empeñado en arrancar ya mismo la campaña hacia octubre con la misión de torcer un resultado de apariencia irreversible.
La estrategia de conjurar miedo económico con miedo “al pasado” es una receta probada. Este domingo fracasó. ¿Podría funcionarle dentro de dos meses? En la apuesta, el Presidente se arriesga no solo a perder otra vez, sino a pavimentarles el camino a Alberto Fernández, Cristina y la confraternidad peronista hacia una nueva etapa hegemónica.
El cristinismo del 54% pudo soñar con el “vamos por todo” en 2011 cuando se encontró con que enfrente no había nada más que la resistencia inorgánica de (casi) media Argentina de a pie. Ese período presidencial fue un largo y festivo ocaso adornado de cepos, nacionalizaciones, inflación, atropellos institucionales y estancamiento económico.
La discusión sobre si las penurias actuales se explican en aquellos descalabros o en la mala praxis macrista empieza a ser materia para la historia. El juicio de las urnas dejó el domingo al kirchnerismo a las puertas del poder. Enojarse con los votantes, como hizo Macri el lunes, difícilmente le sirva para dar un batacazo en octubre.
En democracia, la responsabilidad institucional reside no solo en el ganador. Incluso si nada pudiera
hacer ya por dar vuelta la pelea, el macrismo tiene la ocasión de jugar un papel relevante en el futuro delicado que asoma en el horizonte.
Alberto Fernández está en rumbo de asumir el gobierno con el estigma de pecados pasados, si no de él, al menos de quienes lo convirtieron en cabeza de cartel del Frente de Todos. Una oposición unida y coherente ayudará a ese eventual presidente a cumplir su palabra de que quiere “volver para ser mejor”. Si no lo hiciera, la república agradecerá la existencia de un bloque fuerte, eficaz en el control, tenaz en la denuncia.
Nadie puede pretender que el oficialismo tire la toalla. Es válido hacer cuentas optimistas para octubre –que si Alberto baja 3, Mauricio sube 4, que el ballottage, la remontada–, pero el realismo impone dosis urgentes de sentido común. La campaña posible de Macri consiste ahora en gestionar la crisis cambiaria y financiera que angustia al país. No hay milagros, y si existe un cisne negro únicamente puede ser en su contra.
Culpar al rival no parece la vía más directa para convencer a quienes lo votaron. Tampoco para calmar a los mercados, que no esperan palabras, sino medidas.
Al kirchnerismo le facilitó el trabajo. Con semejante ruido económico, Alberto Fernández parece planear hacia el triunfo en piloto automático. Su objetivo es no cometer ni consentir errores. Gestionar los 47 puntos y trabajar para ampliarlos. “Cuando vas ganando por goleada, no mandás a tu hinchada a invadir la cancha”, sintetizó un dirigente K de raíz futbolera.
Hasta se animan a coquetear con Roberto Lavagna, que ya en 2008 demostró que era capaz de darle nuevas oportunidades al kirchnerismo (aquella foto en Olivos con Néstor, sonrisas, Alberto detrás de cámara).
En el fondo, el gran drama del macrismo radica en haber instalado la idea de que las PASO eran de vida o muerte. ¿Cómo convencer ahora de que un resultado catastrófico es reversible? ¿Cómo hacer digeribles las palabras de Miguel Pichetto sobre una “elección que no ocurrió”?
María Eugenia Vidal, cuya autocrítica retumbó con mayor claridad, enfiló al menos desde el discurso hacia la administración del cimbronazo que se viene a los bolsillos de gran parte de la ciudadanía. Tal vez suene a claudicación. Pero obsesionarse con descontar en su caso 17 puntos (sin ballottage a la vista) se asemejaría a una ensoñación. Similar a la de los simpatizantes cambiemitas que denuncian en las redes masivas operaciones de fraude en las PASO. Pensar en si hubo o no picardías en el recuento es un entretenimiento vano. Quince puntos solo se roban a punta de pistola.
La gran incógnita de la etapa que se abre es si el gobierno nacional será capaz de detener la sangría económica y afrontar después la campaña con la vocación de congregar a los millones de argentinos que comparten su ideario. Ganar si puede. Entregar el poder, democráticamente, si pierde el 10 de diciembre. Y mantenerse firme para ejercer en adelante el papel republicano de control del gobierno entrante.
En los papeles, el 27 de octubre no se elige un régimen, sino un presidente, el gobernador bonaerense, media Cámara de Diputados, un tercio del Senado, el jefe de gobierno porteño. La pericia de Macri en estos meses será decisiva para determinar la configuración de la futura geografía del poder.
El desvío al autoritarismo y el caos que anticipa Macri si gana Fernández serán seguramente menos factibles con más diputados y senadores de Cambiemos. Con Horacio Rodríguez Larreta en funciones. Con Vidal poniendo al servicio de un papel opositor la buena valoración pública que una debacle electoral no tiene por qué quitarle.
El juego democrático contempla siempre la hipótesis de volver, aunque ahora suene a un eslogan de sus antagonistas.