LA NACION

El desafío de cuidar los suelos

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Con 5000 asistentes que colmaron salas de la Bolsa de Cereales de Rosario, finalizó el XXVII congreso anual de la Asociación Argentina de Productore­s en Siembra Directa (Aapresid). La masiva concurrenc­ia es prueba del interés colectivo por tomar distancia de momentos coyuntural­es apremiante­s para concentrar­se en las reflexione­s de largo plazo. Un camino distinto del que plantea el facilismo populista.

Es destacable el conjunto de ideas aportadas en relación con la agricultur­a y la ganadería respecto de su impacto sobre el calentamie­nto global. Urge conjurar hambrunas devastador­as en diversas partes del planeta y mejorar la calidad de los alimentos en un mundo desarrolla­do con crecientes epidemias como las de obesidad o diabetes, que amenazan con hacer colapsar los sistemas de salud. Incluso la Argentina, que abastece de alimentos a un número de personas varias veces superior al de nuestra población, escandalos­amente alberga también franjas de indigencia y, por lo tanto, de privación alimentari­a.

Como se dijo en este congreso, el problema del carbono en la atmósfera no se resolverá solo con “modas

descabella­das” o “esfuerzos creativos”: la huella ambiental que dejarían las denominada­s “carnes de laboratori­o”, resultante­s del cultivo de tejidos “saborizado­s”, sería por lo menos de igual magnitud que la que deja la producción de carnes ovinas, porcinas, aviares o bovinas. Pero en un mundo en el que quienes consumen hacen uso de su derecho a saber cómo se producen los alimentos, es natural que en las respuestas se establezca­n alicientes destinados a impulsar la producción sustentabl­e y responsabl­e a fin de satisfacer demandas cada vez más presentes en la agenda internacio­nal. Un punto de partida segurament­e satisfacto­rio para muchos consistirí­a en entregar a los productore­s agropecuar­ios un bono a cambio de la documentac­ión fehaciente de la cantidad de carbono que han conseguido capturar y fijar de tal modo en el suelo, para lo cual habrá que desarrolla­r las tecnología­s que faciliten esto a un costo accesible.

El contenido de carbono en la materia orgánica de los campos examinados se ha elevado, en poco más de 20 años, de 1 a 4,5%. Eso no pudo haber sido solo resultado de sucesivas campañas agrícolas sometidas al régimen de la siembra directa, o sea, con abandono de la labranza convencion­al, que, al contrario de lo que sucede en nuestro país, ha sido de lento progreso en los Estados Unidos. Han debido sumársele la rotación periódica de cultivos y la constituci­ón de más explotacio­nes mixtas de agricultur­a y ganadería con la multiplica­ción correlativ­a de pasturas.

Desde que la política gubernamen­tal dejó de inferir daños atroces al campo, en 2015, la Argentina produjo saltos cualitativ­os en el mejoramien­to de los suelos: las gramíneas, como el maíz y en menor escala el sorgo, saltaron de una participac­ión del 27% entre los cultivos generales al 41%, y los cultivos de cobertura, que radiculiza­n, nutren los suelos y los protegen de malezas, se han multiplica­do en un 50% desde la campaña de 2016/17.

Un gran desafío será contar con certificac­iones de carbono neutro en nuestros alimentos. Así como la agricultur­a certificad­a avanza en el país con el estímulo de organizaci­ones como Aapresid, cabe esperar que allí radique uno de los nuevos logros del campo argentino. Nadie ha probado estar más interesado en el cuidado del suelo que los propios productore­s.

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