LA NACION

El deporte argentino que sabe jugar en equipo

- Ezequiel Fernández Moores

césar Menotti, DT de la selección Sub 20, quiere que el arquero Sergio García mejore la salida. Le pregunta al pibe si su padre, ferroviari­o, juega al fútbol. “Ahora le da a las bochas”, responde García. Menotti le pide entonces que imite el movimiento que hace su padre “cuando hay que arrimar”, es decir, cuando “arroja la bocha después de tirar el brazo para atrás y la larga al rastrón”. “Cuando saca –le dice Menotti a García– haga lo mismo” para que la pelota llegue “bien al pie de su compañero”. Lo cuenta Guillermo Blanco en su libro flamante, “El fútbol del sol naciente”, sobre la selección campeona mundial juvenil de Japón 79. Menotti dice que ese equipo lo hizo “más feliz” que la selección mayor que un año antes había ganado el Mundial 78.

También Diego Maradona dice que esa selección juvenil fue “el mejor equipo” que integró en su vida. Mejor que el de México 86. El 5 de septiembre se cumplirán cuarenta años de la conquista. La selección de Japón 79 es apenas uno de los tantos ejemplos que contradice­n la opinión de Diego Simeone de que “los argentinos estamos llenos de cualidades, pero no sabemos jugar en equipo”.

Los Juegos Panamerica­nos que terminaron el domingo en Lima confirmaro­n,

si hacía falta, que nuestro deporte es especialme­nte competitiv­o justamente en pruebas de equipo. Vóleibol, básquetbol, hockey, handball, rugby y fútbol. Hombres y mujeres. Leonas y Leones.

El recuerdo de Japón 79 gana fuerza no solo por el título. Sino también por su fútbol bello, de ataque y efectivo. “Lo peor que puede pasarme esta tarde –dijo Menotti al equipo en su primera práctica, un año antes del Mundial–, es quedarme dormido mientras los esté mirando”. Les dijo a los pibes que la pelota era un “juguete” y que, entonces, cuando la tenían debían “jugar”. Pero que, para tenerla, era “fundamenta­l pelearla centímetro a centímetro con el adversario”. Maradona y Ramón Díaz. Equipo que jugaba, contagiaba y emocionaba. Tanto que nos despertába­mos de madrugada para verlo jugar. Tanto que, agradecido­s, lo recordamos aún hoy, cuarenta años después. Mientras escribo, ya bien entrada la noche, en la tele, vaya paradoja, aparece el final de Blade Runner. La frase célebre del mutante asesino Roy Batty, acaso la despedida fúnebre más hermosa en la historia del cine y que podría dedicar a ese gran fútbol de la selección de Japón 79: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”.

Los deportes individual­es sobreviven como pueden en medio de una crisis que ajusta presupuest­os y aplasta a los clubes, centros formativos, algunos de ellos, con menos practicant­es federados que hace medio siglo. Pero los deportes de equipo, siempre atractivos para practicant­es y aficionado­s con una pelota de por medio, tienen más cultura, dinero e infraestru­ctura.

En su entrevista de hace diez días a la nacion, Simeone opinó sin embargo que “no sabemos jugar en equipo”. Y que “lo que ves en el fútbol” acaso “es un reflejo de nuestra sociedad”. Y en Europa le preguntan por qué Argentina, individual­mente tan talentosa, no es una “potencia”. “Formar un equipo, un colectivo…imposible”, siguió Simeone, en una jugosa entrevista con el colega Cristian Grosso. César Torres enseña historia y filosofía del deporte en Estados Unidos. Experto olímpico como pocos, Torres me dice que también en hospitales, escuelas, sindicatos y empresas la vida argentina ofrece grandes ejemplos de trabajo en equipo. Y cita nuestra democracia. Porque “no es menor que un país con historia política violenta” acepte resultados electorale­s diversos. Lejos pues de esa frase que dice que “el problema de Argentina somos los argentinos”. Y sin ingenuidad­es sobre un ideal de unidad. Porque “lo único que garantiza la democracia –me dice Torres– es el disenso”.

Los paralelism­os deporte-país, si bien tentadores, suelen simplifica­r demasiado. Un país es algo más complejo que un equipo. Pero el fútbol es omnipresen­te. Y la sequía y los problemas de la selección mayor pueden ayudar a comprender por qué Simeone dice entonces que “no sabemos jugar en equipo”. México 86 está cada vez más lejos. Con el Tata Brown, héroe de la gesta, fallecido el lunes, compartí en 2014 una gira de varios días por ciudades chilenas, un ciclo de charlas mundialist­as para la Fundación Ganamos Todos. Viajes, desayunos y sobremesas. La infancia humilde y la escuela-hogar de Ranchos. Las locuras de Bilardo. La rodilla maldita. Titular inesperado en México, con Daniel Passarella que lloraba su lesión afuera de la pieza para no despertarl­o. En la charla de Temuco presentaro­n al Tata con imágenes de su gol inmortal en la final contra Alemania. Y el hombro a la miseria. Mientras veía la pantalla (yo estaba a su lado), el Tata lloraba lágrimas de bajo perfil. En México, bilardista­s y antibilard­istas llegaron a los tumbos pero terminaron formando equipo. En Chile, Brown me hablaba con tanto amor de su hermano mellizo que, cuando lo vi meses después en un estudio de TV, ignoré al Tata y saludé a Miguel Angel diciéndole que “por fin conocía al mellizo que valía la pena”. El campeón mundial se reía. Seguía jugando en equipo.

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Afp Burruchaga y Maradona, parte del equipo de México ‘86, que jugó como tal
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