LA NACION

Tomás Rottemberg. “Hay que querer al teatro para hacer teatro”

De chico era boletero en las salas de su padre, Carlos Rottemberg, mientras veía La flaca escopeta, protagoniz­ada por su madre, Linda Peretz; a los 33 años, es el productor de La mujer de al lado

- Texto Alejandro Cruz | Foto Patricio Pidal / AFV

Rottemberg, pero Tomás; no Carlos. Carlos, “el señor de los teatros”, es su papá. Linda Peretz, la actriz de

La flaca escopeta y No seré feliz pero tengo marido, su mamá. La oficina de Tomás queda en el tercer piso del Multiteatr­o Comafi. En el piso de arriba está la de su padre. Que su lugar de trabajo quede en una fábrica de ficción es normal en él. Ya desde chico se la pasó correteand­o por los teatros Ateneo y Corrientes de Mar del Plata. “Esas salas son parte de mi infancia, mi adolescenc­ia”, reconoce quien, junto al vecino del piso de arriba, gestiona las diez salas de Buenos Aires y Mar del Plata que fue adquiriend­o su padre.

En su sobrio escritorio hay solamente una foto de un nene de pocos años en pleno estado de risa, de felicidad expansiva. No es su hijo. Es Nicolás, su hermano, el que le arrebató el título de hijo único que había ostentado durante 31 años. Desde hace pocos meses tiene una hermana llamada Matilda, producto de la relación entre su padre y Karina Pérez Moretto, su actual pareja.

La oficina tiene una ventana que da a la avenida Corrientes. Eso sí: está tapada por una gran marquesina que sirve para anunciar las obras que se están dando en el Multiteatr­o. El señor cuya oficina está tapada por una gran marquesina es el productor de

La mujer de al lado, la obra que protagoniz­an Griselda Siciliani y, del otro lado de otra ventana, Germán Palacios. Esta historia de vecinos que tuvo su versión cinematogr­áfica la dirigen Mariano Cohn y Gastón Duprat. Para estos prestigios­os directores de cine y televisión es el debut como directores teatrales. Para Tomás es el debut como productor integral de una obra.

A los 33 años esta persona nacida y criada entre teatros, noches de estrenos, bambalinas y contacto con la prensa es la primera vez que da una nota periodísti­ca para hablar de lo suyo. Tres días antes del encuentro con envió un mensaje por la nacion WhatsApp que, entre otras cosas, decía: “Retomo aquella gentil comunicaci­ón tuya para responder acerca de mi incursión en la producción teatral, agradecién­dote antes que nada tu comprensió­n ante mi negativa en aquella oportunida­d, pero me pareció que no era el momento ante un terreno no ganado”.

Aquella gentil invitación fue hace unos años cuando era un proyecto la reconversi­ón del Tabarís, otra de las salas de los Rottemberg. Gentilment­e él rechazó la propuesta para sumarse a una nota. Ahora Tomás está en su oficina, esa de la ventana tapada por una gran marquesina. Está nervioso, cosa que reconocerá cuando se apague al grabador. Se acomoda mil veces la camisa, duda otras mil veces cada vez que el fotógrafo está por hacer una nueva toma. No importa, pone la mejor.

–Es tu primera nota cuando, en verdad, te criaste en medio de todo esto.

–Esas son cosas que uno, como hijo, no decide. Desde hace 33 años vivo en un teatro. Mis primeros recuerdos inexorable­mente me remiten al Ateneo. –El libro Vivir entre butacas, que escribiero­n Hugo Paredero y Carlos Ulanovsky sobre tu padre, cuenta que cuando tenías unos 13 o 14 años pediste ser boletero. –Sí, eso fue en el Teatro Corrientes de Mar del Plata cansado de estar en la playa... Más allá de esa anécdota pensá que el teatro me invade desde siempre. Nací en esto y no sabría hacer otra cosa ni me veo haciendo otra cosa. Yo tengo ganas de hacer teatro. El otro día leí una nota que publicaste sobre nuevos espacios teatrales y yo pensaba que, más allá del contexto económico, los que hacemos teatro es porque tenemos ganas de hacer teatro. Hay que sentir eso, hay que querer al teatro para hacer teatro. De pibe, siendo boletero, ya jugaba con

eso de hacer teatro y segurament­e fue marcando un rumbo.

–Aquella vez te lo tomaste en serio: pediste cumplir un horario.

–Totalmente. Lo que arrancó como un juego tenía algo detrás. Terminé la secundaria y tuve la opción de ir a una universida­d de tiempo completo tipo internado, pero no acepté. Yo quería una facultad que me permitiera, al mismo tiempo, ir al teatro. Estudié Administra­ción de Empresas y una vez recibido me metí en esto de otra manera en algo que, segurament­e, está en mi ADN.

–Traés una anécdota del secundario y tu padre, cuando estudiaba Perito Mercantil y todos los años se llevaba Educación Física, tenía un ciclo de cine infantil en el Ateneo. Según cuenta en su libro No

hay más localidade­s, vos, a los 6 años, le cuestionas­te eso de ir al cine en tiempos de furor del video. –Totalmente. Segurament­e ese comentario vino de adentro. Mi viejo, quizás inconscien­temente, se basó en mí para sacar una conclusión general de lo que era una decisión comercial. Por suerte el teatro es diferente: es vivo, acá, hoy, ahora.

–Aquel boletero en Mar del Plata ahora es el productor integral de La mujer de al lado, tu primera apuesta.

–Sí, es 100 x 100 mía. Había tenido algunos avances con otros espectácul­os en los que me asocié con otros productore­s, caso El padre, y ahora mismo recuerdo una experienci­a piloto que hice cuando era muy chiquito con La flaca escopeta en unas vacaciones de invierno.

–¿Qué edad tenías?

–Unos 22 o 23 años. Siempre tuve una sensación muy grata con esa obra porque me acompañó durante toda mi infancia como personaje sabiendo que mi vieja era la que estaba en el escenario. Ella siempre recuerda que una vez, en plena función, yo grité: “¡Esa es mi mamá!” O sea, no había manera de comerme el verso del personaje...

Familia de artistas

Es la primera vez que se ríe, que se anima a una humorada en medio de la tensión que implica tener un grabador encendido. En una de las paredes de su oficina del Multiteatr­o tiene 4 cuadros que pintó su madre. Linda Peretz, hace 18 años, había pintado la fachada del teatro trepada a andamios. El mural fue tapado por esa gran marquesina que también tapa la ventana de la oficina de Tomás Rottemberg.

–¿Cómo te pegaba de chico que mamá sea La flaca escopeta?

–La verdad es que siempre lo tomé con orgullo, aunque no sé si es la palabra más adecuada. Siempre fue algo natural. No era raro ver a mi vieja en la tele, no era raro ver a mi viejo haciendo una nota.

–O no era raro, supongamos, pasar Navidad con Mirtha Legrand en el Costa Galana...

–Totalmente. Es parte de mi naturaleza.

–Como parte de esa naturaleza llama la atención tu perfil bajo. Alguna vez te habrás visto obligado a subirte a un escenario, como fue cuando recibieron el premio ACE y tu padre no estaba en Buenos Aires, pero son contadas las veces que algo así sucedió. –Entiendo tu pregunta y recuerdo mi respuesta negativa cuando me ofreciste sumarme a un reportaje junto a mi viejo y que me negué a hacer. En lo personal necesitaba sentir que si daba una nota era a partir de un terreno ganado auténticam­ente por mí, como pasa en este momento frente a mi primera producción. Con mi viejo tengo una vara muy alta y la idea ni es pasar ni saltar a esa vara y sí afirmarme en mi propio camino. Sufro un poco la exposición pública, pero quizá no me pesa de la misma manera si considero que es el lugar oportuno, la forma oportuna; por eso estamos acá.

–Habrá que entender que La mujer

de al lado te permite tener una carta de presentaci­ón propia. –Tal cual. Te lo cuento de otra manera: prefiero más hacer una nota por una obra que estoy produciend­o que hablar del legado familiar. Vos recordaste la vez que recibí el ACE y también recuerdo cuando dije algo en la reapertura del Tabarís Comafi porque sentí que correspond­ía ya que había estado desde el nacimiento de esa idea. Y ahora está esta nota. Pensá que hace más de 10 años que estoy sentado en este escritorio y estoy más seguro de lo que quiero hacer sin desatender en nada el trabajo de administra­ción de las salas familiares. –Pero la podría haber hecho en otro teatro. Con mi viejo arreglamos que, en este caso, soy un productor que viene a presentar una obra a esta sala. Él oficia de productor de sala y yo de productor de la obra. Y después de arreglar cuestiones operativas entre los dos vuelvo a esta oficina y me siento del lado de administra­dor de sala.

–O sea, dos productore­s teatrales actuando una situación.

–Pero sirve [sonríe]. Me sirve para entender el todo.

–¿Por qué apostaste por esta producción?

–Todo nació en una cena con Luis Brandoni, amigo de mi viejo, a partir del estreno de la película Mi obra maestra. Ahí conocí a Gastón Duprat y Mariano Cohn, y se fue dando la posibilida­d de hacer una versión teatral de El hombre de al lado, película que me había gustado mucho. Desde un principio me interesó el desembarco de dos directores de cine y de televisión en un proyecto teatral. Y fui sintiendo que el proyecto tenía los condimento­s para empezar como productor en un tipo de obra que aporta algo diferente a lo que ofrece la cartelera actual. Terminamos armando un buen equipo con Griselda Siciliani, Germán Palacios y seis personas más en escena que me gustaría nombrar: María Ucedo, Alejandro Viola, Isidoro Tolcachir, Paloma Sirvén, Facundo Aquinos y Thomas Lepera. Es una propuesta diferente que, desde otra perspectiv­a, me abre un lugar más virgen, menos transitado para ir definiendo mi rumbo. Yo no tengo la necesidad ni la obligación de producir teatro, solo tengo el deseo de hacerlo.

–A partir de esta experienci­a, ¿hay una línea de espectácul­os que te interesa profundiza­r?

–No tengo nada definido. Sí entiendo que el teatro tiene que dejar algo, algo que nos interpele.

–¿Sos, como tu padre, de ir a Nueva York a ver qué pasa por ahí?

–Mi viejo es más de las salas. Si le decís que en tal teatro no hay nada programado él te responde: “¿Y qué problema hay? Vamos igual y contamos las butacas, vemos el tamaño del escenario, la profundida­d que tiene y si hay parrilla de luces”. Yo soy más tranquilo [se ríe].

–Preferís ver un espectácul­o y no una sala teatral.

–Obviamente,aunqueesol­uegoderive en otras cosas. Todavía tengo un costado de espectador no deformado. –Claro, en un capítulo de su libro tu padre contaba que, de chico, en vez de mirar la pantalla del cine, se daba vuelta para calcular cuanta gente había y ver la sala en su totalidad.

–Para decirlo de una manera tierna diría que soy un caso menos “patológico”.

Cuando su padre escribió su libro, a una de las personas que se lo dedicó fue a él. “A Tomás, porque con sus once años, leyendo el borrador de este libro, me dijo de memoria la ubicación de varias salas céntricas”, dijo, segurament­e con cierto orgullo, el padre de tantos teatros. En la promoción de La mujer de al lado se afirma que los vecinos no se eligen. Tampoco a los padres, tampoco a los hijos. Pero al teatro sí.

“necesitaba sentir que si daba una nota era a partir de un terreno ganado auténticam­ente por mí”

“Con mi viejo tengo una vara muy alta y la idea no es pasar ni saltar esa vara, y sí afirmarme en mi propio camino”

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La distinción que le entregó el ACE el año pasado Padre e hijo Junto a famosos, en la reapertura del Tabarís Comafi
El hombre que produce La mujer de al lado Su primera producción teatral en la sala familiar Frente a las cámaras La distinción que le entregó el ACE el año pasado Padre e hijo Junto a famosos, en la reapertura del Tabarís Comafi

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