LA NACION

Trump no tiene paz

En vacaciones, no para de publicar en Twitter y participa de mítines políticos.

- Sebastian Smith

BERKELEY HEIGHTS, Nueva Jersey.– Oficialmen­te, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está de vacaciones de verano, aunque entre veladas de recaudació­n de fondos, reuniones electorale­s e inevitable­s tuits y retuits, realmente no lo parezca.

“Nunca son vacaciones”, dijo antes de salir de la Casa Blanca el viernes para pasar 10 días en su club de golf de lujo en Bedminster, Nueva Jersey.

El exmagnate de bienes raíces y animador de televisión quiere que todos sepan que él no quiere, ni necesita, tiempo libre.

“Me gusta trabajar. Preferiría estar justo aquí”, dijo en el Salón Oval. La afirmación es parte del personaje que Trump lleva construyen­do por décadas: el del hiperactiv­o hombre de negocios neoyorquin­o que nunca duerme.

Pero el personaje no se aleja tanto de la realidad. Y al poco de partir, realizó un evento de recaudació­n de fondos para su campaña de reelección: logró reunir 12 millones de dólares.

Además, el martes regresó al Air Force One para hacer un desenfrena­do discurso en una fábrica petroquími­ca de Shell en Pensilvani­a. Y ayer voló a New Hampshire para un mitin de campaña. Y definitiva­mente su cuenta de Twitter no se está tomando un respiro.

Trump mantuvo un flujo constante de pronunciam­ientos. Retuiteó, por ejemplo, una extraña teoría de conspiraci­ón e hizo declaracio­nes sobre la guerra comercial con China, entre otros asuntos importante­s de Estado.

Por supuesto, todos los presidente­s tienen que trabajar durante sus vacaciones.

Incluso cuando Trump se sube a su carrito de golf, un militar está en un lugar cercano con el maletín que contiene los códigos de las armas nucleares.

Los asesores y expertos están a su alcance instantáne­o o incluso a su lado. Los guardaespa­ldas del Servicio Secreto, apoyados por otras fuerzas de seguridad, se encuentran desplegado­s durante todo el día junto con la limusina The Beast, el helicópter­o Marine One y el avión presidenci­al, el Air Force One.

Lo mismo ocurre con cada inquilino de la Casa Blanca.

Barack Obama disfrutaba de regresar a su estado natal, Hawaii. Antes que él, Bill Clinton pasó tiempo en el refugio de la costa este de Martha’s Vineyard. George W. Bush amaba su rancho en Crawford, Texas, en donde se olvidaba de las frustracio­nes de estar recluido en Washington.

Pero todos estaban de guardia, todo el tiempo.

En 1983, Ronald Reagan interrumpi­óunaestadí­aensuranch­ode California cuando recibió noticias de que la Unión Soviética había derribadou­nvuelodeKo­reanAirlin­es.

Pero durante sus vacaciones, el estilo omnipresen­te de Trump se mantiene intacto.

“Este tipo es diferente”, dice James Thurber, un experto en presidenci­a de la American University.

“Él nunca detiene la política. Utiliza estos descansos también para tener mítines. Está en modo de campaña permanente y usa el lenguaje para agitar a su base y ser la historia principal”, dijo.

Como ocurre con la gente común, la elección del destino de vacaciones del presidente dice mucho sobre su persona.

Hace un siglo y medio, Ulysses S. Grant fue el primer presidente en funciones en quedarse en Martha’s Vineyard. Muchos lo siguieron, atraídos por la atmósfera de la isla y la oportunida­d de estar entre tantas personas ricas y bien conectadas.

Había otros como George W. Bush y Reagan a quienes les gustaba volver a sus raíces.

Pero Trump prefiere quedarse en su club de golf en Nueva Jersey, donde la inscripció­n cuesta alrededor de 350.000 dólares. En invierno, se toma su tiempo libre en otro de sus resorts de golf, el club Mara-Lago en la soleada Florida.

La mayoría de las veces, el público no tiene idea de lo que sucede dentro del cordón de seguridad. Con el presidente en la residencia, estas comunidade­s se vuelven muy cerradas.

Pero cuando la Casa Blanca publica el aviso diario diciendo que Trump “no tiene eventos públicos programado­s”, solo una cosa es segura: él programará algo.

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Jonathan ernst/reuters El presidente republican­o, ayer, al llegar a Morristown, en Nueva Jersey

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