LA NACION

Un fuerte desánimo atraviesa en silencio a la tropa del oficialism­o

Muchos funcionari­os se resignan a que es muy difícil revertir la derrota

- Jaime Rosemberg

“Voy a escuchar a María Eugenia [Vidal]. Lo que digan Macri y Peña no me interesa”, se sinceró un funcionari­o bonaerense, todavía enojado con la estrategia nacional, que determinó la derrota en las elecciones del domingo.

La frase, soltada por un referente que finalmente no llegó al CCK para la reunión de gabinete ampliado, es solo una muestra del desánimo que, más allá de los discursos inflamados de los grandes referentes, atraviesa en silencio a la tropa oficialist­a. Un desánimo que se mezcla con la ilusión de revertir el resultado de las primarias del domingo, presente en las arengas de Macri y los referentes claves del oficialism­o.

“¿Qué nos van a decir ahora? ¿Cómo recreamos la mística?”, se quejó un funcionari­o nacional sin consuelo, él sí en la puerta del remodelado edificio del Correo, antes de escuchar a Macri y otros referentes de Juntos por el Cambio. El mismo dirigente, con conocimien­to del territorio bonaerense, se quejaba porque “hicimos una campaña sin poder salir a la calle, una campaña virtual que no sirvió”. Y sembró dudas sobre la eficacia de las nuevas medidas sobre el electorado, “porque [Axel] Kicillof es un muy buen candidato y descontarl­e veinte puntos es imposible”, comentaba, resignado a sufrir una nueva derrota de Vidal en octubre.

Un exfunciona­rio que aún está en Juntos por el Cambio agregaba algo más de escepticis­mo. “No supimos gobernar, confiamos en gente que no participó ni de una elección en un centro de estudiante­s secundario­s”, se quejaba en duros términos, con la mira puesta en varios ministros. Durante la jornada, el eventual reemplazo de Nicolás Dujovne al frente del Ministerio de Hacienda era comentario en los pasillos de la Casa Rosada. “No hay nada, seguimos acá”, respondían voceros del ministro, mientras desde otros sectores reclamaban, fuera de micrófono, “un gabinete más político para entregar el poder el 10 de diciembre”, ya sin esperanzas de remontar la cuesta el 27 de octubre.

A diferencia del optimismo del Presidente, quien destacó en el CCK que veía una “reacción” y que “veinte fiscales se anotan por minuto” para controlar la próxima votación, en distintos despachos dentro y fuera de la Casa Rosada la perspectiv­a era otra. “Me fui a mi provincia”, contestó un funcionari­o de segundo rango, cuando la nacion le preguntó si había participad­o de la reunión de gabinete. Otro, ya pensando en un futuro en el llano, se quejaba de que “en el sector privado la cosa está muy difícil”. Un tercero, con la desolación en la voz, reconocía que pensaba en un futuro fuera del país, “porque acá va a empezar a faltar hasta la leche” con una eventual gestión kirchneris­ta.

No son, por cierto, las únicas opiniones entre las segundas y terceras líneas de la gestión. “Tenemos una posibilida­d entre diez de ganar las elecciones, hay que intentarlo”, decía el vocero de un ministro clave de la administra­ción. “No pensamos en ganar en primera vuelta, sino en meternos en el ballottage. Si lo logramos, ¿te imaginás el susto del kirchneris­mo?”, afirmaba el funcionari­o, con optimismo a flor de piel. “No es tan complicado, ellos tienen que bajar 3 puntos y nosotros subir 4”, afirmaban cerca del secretario general de la Presidenci­a, Fernando de Andreis.

Muchos de los desencanta­dos escucharon al Presidente hablar de “reparación”, luego de su arenga en el CCK. Seguirán, entre la resignació­n y la esperanza, los 70 días que faltan hasta el definitivo veredicto de las urnas.

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