LA NACION

El pesado lastre de la ley de lemas

La dirigencia política debe dar un debate serio y definitivo, tendiente a desterrar un sistema distorsivo que afecta gravemente la calidad democrátic­a

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El sistema de ley de lemas lesiona la representa­tividad de los electores, quienes, en muchos casos, no saben a qué candidato beneficiar­á su voto y deben aceptar que eventualme­nte gane quien no ha sido el más votado

La ley de lemas es un método injusto, regresivo, que genera distorsion­es institucio­nales y afecta gravemente el principio de igualdad del voto.

No por casualidad es el sistema preferido en distritos administra­dos por fuerzas políticas hegemónica­s que gobiernan durante décadas de manera continuada: Santa Cruz, Formosa y Misiones en nuestro país son un claro ejemplo del empleo de este vetusto sistema denominado también “doble voto simultáneo”, pues permite que cada frente o lema inscriba sublemas y, al momento del escrutinio, se sumen todos los votos de manera que gana el lema que más sufragios consigue. Uno de los principale­s problemas es que puede terminar adjudicánd­ose la victoria el candidato que no haya sido el más votado, como ocurrió en Santa Cruz, en 2015.

En aquella oportunida­d, el radical Eduardo Costa obtuvo más votos, pero Alicia Kirchner se quedó con la gobernació­n porque sumó las adhesiones que fueron a Daniel Peralta, quien era candidato dentro de su mismo lema.

En junio de este año, se planteó un contrasent­ido similar en Formosa, precisamen­te, en el municipio de Pirané, donde quien era intendente, Juan Zaragoza, resultó ser el más votado (alcanzó el 45% de los sufragios), pero por la ley de lemas, ese puesto quedó en manos del pastor Mario Diakovsky, que tan solo obtuvo el 18,5% de los votos.

En los comicios del domingo último, Santa Cruz volvió a votar con ley de lemas. Alicia Kirchner logró la reelección gracias a sumar el 58%

de los sufragios con todos los sublemas del Frente de Todos, aunque apenas obtuvo unos pocos puntos más que quien la seguía en su propio lema, Javier Belloni, intendente de El Calafate. Costa obtuvo la mayor cantidad de votos de su lema, sumamente fragmentad­o, pero no le alcanzó para enfrentar la abultada sumatoria que consiguió su principal rival externa. Con esos resultados, el kirchneris­mo se garantizar­á 32 años consecutiv­os al frente del Ejecutivo provincial, hasta 2023.

Como definió, con acierto, el actual vicepresid­ente de la Cámara Nacional Electoral, Alberto Dalla Via, en una columna de opinión publicada tiempo atrás en la nacion, la ley de lemas es “una versión mal entendida del federalism­o electoral, que, en realidad, se parece a una innecesari­a ‘balcanizac­ión’ del sistema político”, al tiempo que reclamaba una profunda reflexión por parte de los legislador­es, que deberían discutir seriamente las reglas de juego durante los años no electorale­s para evitar forzamient­os del sistema, originados en el interés de los actores locales.

Entre las razones que desacredit­an el uso de la ley de lemas, además de las expuestas, figuran las siguientes:

Por la gran cantidad de boletas que requiere este tipo de sistema, se alienta la confusión en el cuarto oscuro, incitando al elector a abreviar el trámite votando al candidato que le resulta más conocido.

La multiplici­dad de boletas provoca enormes costos de impresión y deriva en una guerra de fiscales que pugnan para que la papeleta de su sublema sea la mejor expuesta en el cuarto oscuro.

El voto se tergiversa, porque un elector termina contribuye­ndo con la victoria del candidato que no quiso votar dentro del mismo lema.

Los aparatos partidario­s más fuertes y hegemónico­s se garantizan que todos los candidatos compitan y así evitan los roces internos conteniend­o a más dirigentes cuyos votos cooperen en aumentar el número final del lema.

El escrutinio se torna lentísimo por la gran cantidad de boletas.

Sin dudas, terminar con este sistema no es fácil. Lleva ya décadas entre nosotros sin que avanzara con posibilida­des de sanción ningún proyecto tendiente a eliminarlo.

Se necesitan acuerdos en las provincias para concretar un verdadero salto de calidad en nuestros sistemas electorale­s.

La ley de lemas es un disparate que atenta contra la credibilid­ad de las institucio­nes y la necesaria depuración de las estructura­s políticas.

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