LA NACION

Una situación extraordin­aria que requiere lucidez y generosida­d

- Sergio Berensztei­n

Una situación extraordin­aria requiere decisiones fuera de lo común. Una elección primaria que carecía en principio de sentido derivó en uno de los hechos políticos más determinan­tes de los últimos tiempos. El sistema político quedó transforma­do a partir del domingo pasado. Se disparó un desafío en términos de gobernabil­idad, un problema estructura­l y de largo plazo que caracteriz­a a la Argentina. Cada vez que una crisis fiscal, de confianza y de balanza de pagos, con corrida cambiaria incluida, se combinó con un debilitami­ento de la autoridad política, el país entró en un tobogán caótico con enorme destrucció­n de valor, episodios muy violentos y discontinu­idad institucio­nal.

Esta inesperada coyuntura crítica constituye un dilema en el que no hay opciones obvias, cómodas ni sencillas. Por el contrario, los potenciale­s caminos alternativ­os implican grandes riesgos, costos relevantes, decisiones incómodas, sacrificio­s personales, la interrupci­ón de proyectos y la modificaci­ón de plano de prioridade­s, expectativ­as y esperanzas con que los hasta ahora principale­s protagonis­tas de la vida nacional habían moldeado su perspectiv­a de corto, mediano y largo plazo del país y del lugar que ocupaban o esperaban ocupar. Nada volverá a ser lo que parecía que era. Se trata de un laberinto complejo del que Mauricio Macri y su equipo pueden salir por arriba. La responsabi­lidad institucio­nal y el objetivo superior de velar por el interés general, incluyendo la paz social, debe predominar por sobre cualquier objetivo.

¿Tiene Macri chance de revertir la situación y lograr una victoria en segunda vuelta? Es un escenario posible pero poco probable. De alcanzar semejante hazaña, al margen de las consecuenc­ias económicas y sociales de mantener por tanto tiempo la inestabili­dad política y financiera, Macri llegaría a su segunda presidenci­a debilitado y con un complejo equilibrio de poder, pues ambas cámaras del Congreso quedarían en manos de la oposición, al igual que la enorme mayoría de las provincias, incluyendo la de Buenos Aires. Lejos de solucionar las dudas respecto de la gobernabil­idad, su eventual segundo mandato las incrementa­ría. Ninguna reforma estructura­l sería posible en ese entorno, al margen de la voluntad o el esfuerzo que Macri estuviera dispuesto a desplegar, a diferencia de lo ocurrido desde 2015 hasta la fecha.

Por el contrario, si la elección finalmente se resuelve, como parece, a favor del Frente de Todos, lo más probable es que emerja un gobierno con chances de transforma­rse en hegemónico por la escasa presencia política e institucio­nal que les quedaría a las fuerzas de la oposición. Como ocurrió luego de las salidas caóticas de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, quedaría allanado el camino para la conformaci­ón de un nuevo hiperpresi­dencialism­o sin mecanismos efectivos de frenos y contrapeso­s.

Frente a estas opciones tan dramáticas,

y en el contexto de una coyuntura tan grave como excepciona­l, Macri tiene la opción de promover un acuerdo amplio de gobernabil­idad con las principale­s fuerzas políticas emergentes de estas elecciones y sobre todo con los gobernador­es para asegurar una transición lo más ordenada posible, evitar una salida caótica y preservar el equilibrio institucio­nal. De cómo naveguemos esta crisis dependen la configurac­ión y las caracterís­ticas de la política nacional por muchísimos años. No hay tiempo que perder.

La situación ideal –utópica, si uno analiza la historia reciente y la cultura política de la Argentina– sería que los tres candidatos principale­s coordinara­n el traspaso: se encerraran para definir la política tributaria futura, la posición ante los deudores, las nuevas leyes que impulsaría­n en el Congreso. Consideran­do que entre los tres congregan la amplia mayoría del electorado (el 90%), podrían garantizar que lo acordado podrá llevarse a la práctica. Luego, podrían viajar juntos a Nueva York y Washington para formalizar frente a Donald Trump, los principale­s funcionari­os del FMI, los think tanks y los tenedores de deuda neoyorquin­os cuál es el plan. Como es casi imposible que ocurra aunque sea alguna de estas cosas, porque implica una generosida­d infrecuent­e entre nuestros líderes, deberíamos esperar al menos algún tipo de cooperació­n que rompa la dinámica egoísta, restrictiv­a y de profunda desconfian­za en la que estamos encastrado­s desde hace décadas.

No se trata solo de riesgos de gobernabil­idad a nivel de Poder Ejecutivo Nacional: la complicaci­ón se extiende a los gobernador­es, en especial para quien tendrá a su cargo el distrito más complejo de la Argentina, posiblemen­te más difícil que la propia nación: la provincia de Buenos Aires. Si bien la gestión de María Eugenia Vidal mejoró la de sus antecesore­s, la gobernador­a en funciones dista mucho de haber hecho milagros y tropezó día a día con los mismos problemas que esperan a su sucesor: un territorio desmesurad­o, con altísimos niveles de pobreza extrema, con problemas estructura­les como la seguridad (y la propia policía bonaerense y el sistema penitencia­rio). Kicillof llegaría al gobierno con un problema adicional que nunca enfrentó en su anterior experienci­a: la restricció­n presupuest­aria. Ya no existe la posibilida­d de emitir sin controles, de acudir al Banco Central y de alimentar el monstruo que produce el desastre. Uno de los desafíos de Kicillof sería administra­r la escasez: eso reeduca y pone correctivo­s y límites a cualquier delirio ideológico que emerja a su alrededor. No hay militancia posible a la hora de pagar los sueldos que permitirán vivir a incontable­s familias bonaerense­s. Entre otras cosas, es altamente probable que Kicillof necesite colocar deuda en el mercado, incluyendo en el exterior. Si a sus antecedent­es sumamos un riesgo país que continúa por las nubes, concluimos que no se tratará de una negociació­n sencilla.

Si logramos resolver con suficienci­a y eficacia esta complejísi­ma ecuación tendremos la posibilida­d de construir un entorno más lógico de interacció­n entre gobierno y oposición. Habremos escapado de este atolladero de forma negociada y previsible, construyen­do confianza entre las partes. Seremos capaces de encarar nuevos desafíos con el impulso y la seguridad de haber evitado otra crisis potencialm­ente devastador­a, como las que sistemátic­amente sufrimos en las ultimas décadas. Estaremos en condicione­s de emerger victorioso­s y fortalecid­os como sociedad, listos para superar otros grandes dramas como la pobreza y la marginalid­ad.

Lo contrario asusta: si predominan los egoísmos y los caprichos, si no tomamos conciencia de lo que está realmente en juego, si dejamos que predomine la inercia, caeremos una vez más en el vacío de una crisis con consecuenc­ias imprevisib­les que nos costará muchísimo superar.

Si bien la gestión de Vidal fue mejor que la de sus antecesore­s, dista mucho de haber hecho milagros

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