LA NACION

Las razones de las victorias más ilógicas

- Juan Manuel Trenado

En fútbol pasa más seguido. Hay más lugar para la sorpresa. Tal vez por las dimensione­s del campo de juego y por la cantidad de jugadores. Pero en el básquetbol no es común. El que es mejor casi siempre le gana al rival inferior. El triunfo de la Argentina ante Serbia en el Mundial de China es una de las mayores sorpresas que se puedan recordar en la historia de este deporte en nuestro país. Tanto que resulta ilógico. Es una disciplina con un nivel de análisis exagerado, con estadístic­as avanzadas a un extremo insólito y con la inteligenc­ia artificial que ya empiezan a avanzar sobre las decisiones de algunos entrenador­es. No es una locura decirlo. Ya está pasando. La supremacía del tiro de tres puntos, por ejemplo, está sostenida en proyeccion­es matemática­s más que en decisiones humanas.

¿Cuántos partidos puede ganarle la Argentina a Serbia? ¿Uno sobre diez?, ¿uno sobre 20? No importa. Lo que se debe hacer es generar las condicione­s para que esa única anomalía ocurra en el momento y el lugar indicados. Y el enorme básquetbol nacional, brillante, lo consiguió. Y gracias a esto, a partir de ahora, ellos y nosotros sabemos que esa diferencia ya no existirá.

¿Cómo? Las razones son variadas. La Confederac­ión de Básquet creó el método CABB, una forma de establecer normas de conducta y de conceptos de juego después de la Generación Dorada. Incluso, algunos entrenador­es no están de acuerdo con ese método. Pero ahí está, es la guía por seguir con convencimi­ento. Sin embargo eso no es suficiente. La inteligenc­ia y el temple son fundamenta­les, también.

La alarma sonó cuando en apenas ocho minutos de partido, todos los internos argentinos estaban comprometi­dos con las faltas personales (sólo se pueden hacer 5 en todo el partido antes de que un jugador sea excluido). Luis Scola y Marcos Delía tenían dos infraccion­es y Tayavek Gallizzi, tres. Todo cuando se había jugado apenas el 20% del encuentro. Hasta tuvo que ingresar a jugar Agustín Caffaro, un joven que sorprende en la Liga Nacional, pero que no tiene aún la jerarquía internacio­nal que estos duelos requieren. Pero hasta él estuvo a la altura.

Lo que no sabíamos es lo que el equipo había diseñado para el partido. ¿Cómo íbamos a aguantar el resto del juego ante jugadores de 2,12m para arriba? La Argentina buscó eso. Ensució el partido desde el comienzo. Que se entienda, no con malas artes, sino para enviar un mensaje. Los serbios entendiero­n que esos jugadores estaban dispuestos a todo. Que no les importaba la talla ni la experienci­a. Que no iban a rehuir ante el desafío físico. Que los iban a golpear tanto como lo permite el reglamento. Los amedrentar­on. Los hicieron sentir pequeños. Aunque en cada posición de la cancha los europeos le sacan una cabeza de altura o más a los argentinos. Los gigantes fueron los nuestros. Y pese a las quejas, las faltas que cobraron los referís estuvieron bien cobradas.

Sólo un foul ofensivo a Campazzo, en el primer cuarto, pareció exagerado. Pero la Argentina jugó duro. Con carácter. Y allí es fundamenta­l Luis Scola, el mejor jugador de la selección de la historia. Por su clase y determinac­ión deportiva.

Pero fundamenta­lmente por la ascendenci­a que tiene sobre los árbitros. En el segundo tiempo la Argentina jugó tan fuerte y duro como en el primero, pero ya no le cobraron tantas faltas. Scola estuvo siempre ahí para decir la palabra justa que los jueces necesitaba­n escuchar para convencers­e de que ése es el estilo argentino y lo deben respetar.

La dinámica del básquet moderno obliga a que los pivotes tengan movilidad para salir al perímetro, de lo contrario el castigo con los lanzamient­os exteriores será definitivo. La Argentina anotó un formidable 44% con 12 triples convertido­s. Nuestra selección, que históricam­ente jugó ataques estacionad­os, ahora quiere correr y darle velocidad a cada posesión. Ofrecer una versión ofensiva más intuitiva que científica. Confiar en sí mismos. Pese a que ellos son mejores. Y cuando los grandes (Delía, Scola y Gallizzi) tuvieron que salir porque tenían muchas faltas, la estrategia fue aguantar cuando los pivotes serbios jugaban de espalda cerca del aro y sumar ayuda con los bases (Laprovitto­la, Campazzo y Vildoza), para provocar robos y errores de manejo.

El básquetbol tiene eso. Para argumentar lo que se creía imposible, se suele recurrir a cuestiones técnicas, tácticas, estratégic­as... Pero esta vez hace falta mirar un poco más allá. Mientras las apuestas estaban 8 a 1 en favor de Serbia, los jugadores argentinos estaban convencido­s de que iban a ganar. Incluso los suplentes. Sergio Hernández usó a 11 de sus 12 hombres (sólo quedó inactivo Redivo) y todos rindieron en momentos precisos. Un reloj suizo. La tormenta perfecta. Cada uno de ellos sabía que si hacía bien su tarea en el instante correcto, la victoria podía ocurrir.

Ellos tienen varios NBA. Ellos son más altos. Ellos tienen un talento insuperabl­e. Ellos tienen más experienci­a. Ellos dominan el básquet europeo. Ellos, ellos, ellos... Está bien que se tenga todo en cuenta. No es simplement­e huevo o coraje, el argumento simplista. Se puede tener eso y aún así no va a alcanzar. Hay que tener inteligenc­ia y decisión. Serbia creyó tener todo. Se olvidó del factor humano.

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FibA Scola y la emoción de Hernández
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