LA NACION

Esa veterana forma de ser que resiste los tiempos

- por Gustavo S. González

Uno no podía evitar reconocers­e en esos hinchas que peinan canas pero alientan como pibes, en la tribuna del estadio de Dongguan. Esa casta que las cámaras mostraron también en Atenas, en Londres, en Pekín. El básquetbol siempre fue un deporte de amigos, de clubes de barrio y de provincias. De juveniles y cadetes (las inferiores de más edad), enseñándol­es adhonorem todo a los chicos de 8 a 10 años, cuando nacieron las categorías Mini y Premini, sin importar levantarse temprano los domingos para dirigirlos o ser referees en sus campeonato­s, o dedicarles horas en la semana para entrenarlo­s, para darles los fundamento­s. Cualquier semejanza con el rugby de clubes no es ninguna casualidad.

De aquellos tiempos en los que el club daba solo la camiseta y a veces ni micro había para jugar de visitante, a estos de ahora, con infraestru­ctura (tablero de vidrio por el de madera, pelota de cuero), con torneos internacio­nales, con jugadores que van a los mejores equipos del mundo para dejar atrás la utopía de la NBA (ABA hasta los 70), esta selección conserva la esencia. No hay profesiona­lismo, ni plata ni medallas doradas que la diluyan.

Esa esencia que supo sostener la Liga Nacional, la maravillos­a creación de León Najnudel que hizo más federal un deporte que ya tenía un Campeonato Argentino único, que jugaban los selecciona­dos de todas las provincias. Y que lleva 40 años con los Encuentros Nacionales de Mini Básquetbol, donde los chicos viajan del interior a Buenos Aires y viceversa, se alojan en casas de sus “rivales” y viven una experienci­a increíble (inolvidabl­e Napostá, de Bahía Blanca, con el Club Italiano).

De chicos, siempre, en todos lados y en todos los deportes fue duro ir a entrenarse, entre el colegio, los largos viajes en colectivo (el 66, que te llevaba a villa Sahores, en villa del Parque, era una diligencia), el tiempo dedicado sin otra retribució­n que sentir el cosquilleo la mañana del partido y cuando te ponés la camiseta en el vestuario. Se nos hace que todo eso lo sienten todavía estos jugadores de la selección de Sergio Hernández. Se les nota, se advierte como en esos veteranos que acaso no podían volcarla –en el aro– y no tiraban de 3 en los 70/80, porque el arco de los 6,25 se pintó cuando ya estaban trabajando y estudiando: el profesiona­lismo no había llegado. Y que ahora alientan, desinhibid­os, atrayendo a cada rato la cámara de la transmisió­n oficial desde China, tomando el triunfo, los triunfos, como si fueran propios.

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