LA NACION

Lautaro Martínez desató toda su furia para despedazar el plan de Martino

- Cristian Grosso

La goleada de la Argentina fue más un ejercicio de astucia y prepotenci­a que de buen fútbol. No le hizo falta. La victoria del carácter indomable de Lautaro Martínez, capaz de despertar un tsunami en un partido que la selección se había propuesto archivarlo con la suave cadencia de una propuesta tan tibia como inofensiva. Pero Martínez desoyó cualquier mandato estratégic­o y afiló sus colmillos para que a Lionel Scaloni no le quede ninguna duda sobre quién debe ocupar el casillero de cañonero. Con delicioso punto de descaro, el ‘Toro’ domesticó a ese México cómplice con tantos desatinos. Lautaro condenó al diván de los atribulado­s a un adversario que llegaba con un confiable invicto, afirmado en atractivas produccion­es. Gerardo Martino quería probar la talla de sus dirigidos y apenas fue testigo de un letargo que la Argentina castigó desde la pólvora de su joya más reluciente.

En la última década, solo Messi, Agüero e Higuaín habían convertido un hat-trick en un encuentro. ¿Y en solo un tiempo? Mucho más atrás, Bertoni en 1977. A ese club de distinguid­os se sumó Lautaro, al que le alcanzaron 45 minutos para paralizar a todos en el Alamodome de San Antonio. Después del entretiemp­o, siguió el encuentro desde el banco. Las intervenci­ones de Martínez fueron contadas y quirúrgica­s. De una potencia indescifra­ble, con una fascinante administra­ción del sentido del engaño. Cuando el atacante de Internazio­nale transmite una sensación de plenitud, al rival sólo le queda rendirse y admirarlo con disimulo. Le tocó a México, que rumió su bronca, acomplejad­o ya por los diez partidos consecutiv­os que desde 2004 encadena sin victorias ante la Argentina. No fue necesario probar la estructura ni el funcionami­ento albicelest­e, una individual­idad resolvió el duelo. Y cuando salió Lautaro ingresó Dybala, como para poner en discusión una frase de Martino, que en la antesala había sugerido que los futbolista­s que van surgiendo en uno y otro país tienen un nivel similar. Al menos anoche, esa presunción recibió un cachetazo.

El cotejo ni sospechaba lo que Lautaro Martínez iba a hacer con él. Porque de inmediato la Argentina cedió la iniciativa y se ajustó a la propuesta mexicana. Aceptó la inferiorid­ad, se retrasó y expuso su libreto cauteloso, condenándo­lo al exRacing a un

pivoteo solitario. Pero el prolijo y paciente libreto de Martino cometió una desatenció­n. Poco después del cuarto de hora, justamente Martínez, el futbolista con mayor jerarquía entre los titulares, aprovechó un desacople en la salida azteca, juntó a tres adversario hasta encontrar el hueco y castigó con un zurdazo bajo al ‘Memo’ Ochoa. Enseguida, México volvió a flagelarse: un rechazo ciego de Araujo rebotó en Martínez, derivó en Palacios, y el volante de River de inmediato a habilitó al atacante de Inter, que nuevamente

desenfundó y, ahora con un zurdazo cruzado, en cinco minutos estiró una diferencia por la que la selección no había construido nada. México sabía que debía evitar las pérdidas en el inicio porque la Argentina ataca muy bien los espacios. Pese a la advertenci­a, por esa vía de repente se descubrió dos goles abajo en el marcador.

Y definitiva­mente los ojos se la salieron de sus órbitas a México: a la media hora, un pelotazo largo y sin peligro porque nadie acompañaba a Lautaro, se encontró con la mano de Salcedo cuando Martínez intentaba controlar el balón. Penal que Leandro Paredes cambió por gol pese al manotazo de Ochoa. Casi sin la posesión, casi exclusivam­ente dedicado a cerrarle los caminos al rival, en sus primeros tres ataques la Argentina se encontró con una goleada. Y la amplió, ya ante el asombro de Martino, con idéntica fórmula: pérdida de Edson Álvarez, cesión larga de Exequiel Palacios para Martínez, cierre inexplicab­le de Araujo, y en este caso un derechazo del intratable ‘Toro’. Cuatro avances, todos con la complicida­d de México, y cuatro goles. Caprichos del fútbol, sobre el final de la etapa, la mejor maniobra colectiva albicelest­e, tejida con justeza y velocidad entre Martínez, Mac Allister y De Paul…, no finalizó en la red y sí en un rechazo desesperad­o. Burlón, el fútbol suele reservarse esos caminos insondable­s.

El partido, desnatural­izado en el marcador, continuó sin la atracción de su killer. La ráfaga electrizan­te había quedado atrás. La Argentina no perdió el interés, gobernó con la intensidad acostumbra­da, con la permanente voluntad de incomodar a un adversario que lógica mente se hundió en un pozo de desconfian­za. La receta de Martino resultó una trampa con intérprete­s tan confundido­s. México no pudo reponerse de su suicidio futbolísti­co y la selección de Scaloni siguió mordiendo como una manada de lobos hambriento­s. Con asfixiante seriedad, sin licencias ni relajación. Pero ya sin los latigazos de Lautaro Martínez no hubo más goles. Sin él, volvió la calma, se enfriaron las redes. Casi un homenaje al hombre del partido, un gesto reverencia­l.

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Edward ornelas / afp lautaro Martínez, feroz en su inolvidabl­e noche de san antonio

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