LA NACION

“Escribir es manejar mis horarios sin rendir cuentas a nadie”

El autor y director Mariano Tenconi Blanco ocupa un lugar de referencia de la escena actual

- Carlos Pacheco

Estrenó su primera obra en 2010 y, en ese momento se propuso dar a conocer una nueva producción en cada temporada. El dramaturgo y director Mariano Tenconi Blanco siguió ese derrotero hasta el año pasado cuando presentó dos propuestas que acaba de reponer. En el Teatro Cervantes, La vida extraordin­aria; en el Metropolit­an Sura, Todo tendría sentido si no existiera la muerte.

Hasta estos proyectos su producción fue creciendo lentamente aunque fue sumando reconocimi­ento entre sus pares y el público. Los primeros textos, Montevideo es mi futuro eterno o Lima Japón Bonsái, lo exponían como un creador inquieto aunque productor de textos de pequeña duración que apenas dejaban entrever una carrera que tuvo luego intensos disparador­es con piezas como Quiero decir te amo y La fiera. Dos materiales con los que logró afianzarse y con mucha fuerza.

Hoy Tenconi Blanco resulta una referencia importante dentro del campo dramatúrgi­co contemporá­neo argentino. Desde muy joven sintió un profundo interés por la escritura. Comenzó tímidament­e escribiend­o poemas y cuentos hasta que descubrió el teatro. Dos maestros lo marcaron, Alejandro Tantanian (de quien luego fue asistente en varias produccion­es) y Ricardo Bartis. En el taller de este último sucedió algo inesperado y determinan­te. “Me gustaba mucho como enseñaba Ricardo –cuenta el autor–, pero él me decía: ‘cuando actúas sos un estúpido, pero cuando opinás sos muy inteligent­e’. Todos mis compañeros me pedían que opinara sobre sus trabajos y entonces actuaba poco. Un día le conté a un grupo que escribía y ahí cambió mi relación con ellos. El teatro fue el lugar en el que me dejaron escribir”.

En la actualidad a Mariano Tenconi Blanco no le interesa montar textos de otros autores ni tampoco entregar sus obras a determinad­os directores. “Me gusta montar mis obras porque en cada montaje tengo cuestiones a investigar”, aclara.

Los textos que hoy tiene en cartel poseen un punto en común, ambos exponen cierta correspond­encia con la literatura, algo que el creador defiende mucho. Tanto que considera que la dramaturgi­a es literatura y de la mejor, “sobre todo en la Argentina”, agrega.

El germen de Todo tendría sentido si no existiera la muerte está en el fallecimie­nto de su abuela, una persona que marcó mucho su vida. Empezó a leer libros vinculados con gente que moría y descubrió una suerte de subgénero en el que ciertos autores se referían a la desaparici­ón de sus padres. Poco a poco fue surgiendo la idea central de la obra. Una mujer con una enfermedad terminal que decide como última voluntad filmar una película pornográfi­ca. El proceso de trabajo demandó cerca de ocho meses.

“Cuando comencé a trabajar como autor me sentí muy cómodo –reconoce–. No quería irme de la obra. Escribía largas escenas y me daba cuenta que me gustaba estar dentro de esa casa, con esos personajes. Logré tener una relación de intimidad muy fuerte con ellos”. El espectácul­o está interpreta­do por Maruja Bustamante, Bruno Giganti, Andrea Nussembaum, Agustín Rittano, Juana Rozas y Lorena Vega.

Si en Todo tendría sentido... había jugado con la relación teatro-novela, en La vida extraordin­aria decidió transforma­r la literatura en teatro. “Lo que hice fue probar todos los géneros que conocía –explica–. Trabajé muy cerca de Ulises, de James Joyce, que leí y releí y después me surgió trabajar sobre la literatura argentina”. La obra posee una estructura conformada por relatos, cartas, poemas.

En esta pieza en particular resulta muy elocuente la relación entre dos amigas que al cabo de los años logran mantener una amistad muy entrañable. Tenconi pone en valor de forma muy singular las historias de esas dos mujeres y desde la dirección les aporta una vitalidad notoria. Son sus intérprete­s Valeria Lois y Lorena Vega.

“No tuve ni hermanas, ni primas, fui a un colegio de varones, tanto en la primaria como en la secundaria –relata el autor–. En algún punto las mujeres eran lo que no existía, además era muy tímido. Siempre hubo un territorio de enorme ficción sobre lo que no existía en mi vida”. Pero a la vez repara en la fuerte relación que tenían su mamá y su abuela en su casa familiar. “Había un diálogo entre ellas que yo escuché toda mi vida –cuenta–. A veces pienso que estoy recreando esas conversaci­ones. Hay una suerte de dúo femenino muy particular que para mi ha sido constituti­vo”.

Heredero de la tradición que lleva a un dramaturgo a dirigir sus propios materiales, Mariano Tenconi Blanco sigue encontrand­o en la escritura un profundo placer. “Para mi es puro goce”, afirma. En cambio el acto de dirigir le promueve cierto amor/odio. “Escribir es manejar mis horarios sin rendirle cuentas a nadie –comenta–. Dirigir es cumplir horarios, pensar el montaje. Todo el tiempo debo hacer una negociació­n con el mundo real que me resulta bastante ardua. Al trabajo con los actores también lo amo y lo odio. Como soy muy obsesivo hago esfuerzos por mejorar. Lo logro poco, pero lo hago”.

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Mariano Tenconi Blanco

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