LA NACION

la historia de superación de un “espartano”

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Hoy, Ezequiel Baraja es coordinado­r deportivo y educativo de Espartanos, la fundación que enseña rugby en los penales argentinos. Pero antes hubo alguien que le enseñó a él. Con 32 años, Baraja estuvo detenido casi 10 años. En una charla con José Del Rio, secretario general de Redacción de

la nacion, contó cómo comenzó su devenir criminal. “Tuve una infancia complicada a raíz de la separación de mis padres y entre los 13 y 14 años empecé a juntarme con personas que no me hacían bien”, reconoció. Por ese entonces, soñaba con ser jugador de fútbol, pero su realidad económica hacía difícil pagar la cuota del club o comprar el equipo necesario para entrenar. “Un día me pidieron vendas y canilleras y no tenía, mis papás no me las podían comprar y las vi en un supermerca­do. Opté por ponérmelas y salí corriendo. En ese momento perdí mi infancia”, contó.

Desde entonces, la vida de Baraja fue cuesta abajo. A los 16 años entró a robar armado a una estación de servicio y dos policías le dieron dos disparos en el brazo. “No los juzgo, no me gusta victimizar­me, estaban cumpliendo con su deber”, dice. De ahí en más el desenlace fue de película: “Terminé en una comisaría bañado en sangre, volando de fiebre, y fui a parar a un instituto de menores”, relató. Hoy, con su experienci­a, Baraja reconoce que el Estado no está preparado para contener a un menor. “En el instituto te plantean ‘te quedás o te vas’, y yo me fui”, relató, y aclaró que, para él, ese es el comienzo de una escuela delictiva.

Ya como mayor de edad tuvo dos condenas y terminó en la cárcel en dos períodos, sumando un total de 10 años. Sobre la vida en el penal, Baraja consideró que “el encierro no ayuda a resociabil­izar”. Y se explayó: “El encierro te convierte en una peor persona. No tenés ningún tipo de recursos y te volvés a un estado primitivo, a situacione­s límites y a pelear por cualquier cosa”, sostuvo.

Baraja se reencontró con su libertad en dos oportunida­des, la primera, gracias a la novela Lo que el tiempo se llevó.

“Estaba detenido en una celda de castigo, que se le llama ‘el buzón’. Estaba deprimido, triste, y mi única compañía era el libro. Me sacó del contexto de encierro a una realidad diferente, fue mi primera sensación de libertad importante”, dijo. Ya fuera del castigo, se alojó en el pabellón de estudiante­s, terminó el secundario y empezó a tener una mejor relación con compañeros, profesores y personal del servicio penitencia­rio. Un día, corriendo en el patio, vio a un grupo reunido en el centro: los Espartanos. “Yo no sabía jugar y cuando los vi me pareció raro que se estén abrazando, riendo, y en el medio vi la pelota, me llamó la atención”, aseguró. Hoy, en libertad, Baraja se dedica al deporte y la acción social y hasta escaló el Aconcagua. Una vez en la cima, se dio cuenta de que no tenía techo.

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Ezequiel Baraja, de Espartanos

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