LA NACION

los lazos entre distintos actores sociales son claves para erradicar prejuicios y mejorar la realidad

Un proyecto realizado por la nacion busca derribar mitos sobre comunidade­s vulnerable­s a partir de datos concretos y de historias de superación

- Textos Lucila Lopardo Fotos Fabián Malavolta

Una, dos o un grupo de personas pueden hacer una diferencia radical sobre la vida de otra persona. Por ejemplo, lograr que la comunidad wichi tenga a su primer estudiante de Abogacía y, a futuro, el primer profesiona­l nacido dentro de la comunidad. Esta es solo una de las tantas historias que existen en la Argentina y que recopiló el proyecto “Redes invisibles” de la nacion, que estuvo liderado por la periodista y especialis­ta en temas sociales Micaela Urdinez.

Se trató de un trabajo que el equipo encaró después de “Hambre de futuro”, un especial en el que, con historias en primera persona, se mostró la realidad de los niños que viven en las zonas más pobres y vulnerable­s de la Argentina. “Pasaban dos cosas: por un lado, la misma sociedad se conmovía con la pobreza infantil y quería ayudar, pero cuando esos chicos se transforma­ban en adolescent­es pasaban a ser villeros, vagos o pibes chorros. Y esos prejuicios limitan las oportunida­des”, contó Urdinez.

El trabajo también contó con un relevamien­to realizado por la consultora Voices! a partir de 1000 entrevista­s personales y domiciliar­ias. El 77% de los encuestado­s reconoció

que las personas pobres son discrimina­das. “Los prejuicios más arraigados son que los jóvenes son violentos, toman droga y alcohol, y que si se esforzaran, podrían salir. También que las mujeres más jóvenes se embarazan para cobrar planes”, contó Urdinez, quien aclaró que parte del proyecto tenía como objetivo “cambiar la mirada social que existe sobre la pobreza, con datos concretos”.

Estos números reflejan la contracara de los prejuicios. La periodista aclaró que en la Argentina solo el 9% de los jóvenes que viven en contextos vulnerable­s tiene problemas con las drogas y que, de las mujeres que cobran planes sociales, el 50% tiene solo un hijo. “Hay mucha informació­n que rebate los prejuicios y quisimos mostrar chicos que sufrieron discrimina­ciones y tienen una red de personas que los ayudan, porque solos no pueden, necesitan de una persona, referente y organizaci­ón que los mire”, apuntó.

Fernando Maldonado es editor del diario El católico de Caacupé. Nació en la villa 21-24 de Barracas y gracias al acompañami­ento de sus hermanos pudo comenzar una carrera y comprar su propia vivienda. “Somos 10 hermanos. Mi papá le encomendó a mis hermanos que estudie y ellos me dieron esa oportunida­d. Terminé la secundaria e hice un taller de periodismo, donde conocí a dos chicas de la nacion. Gracias a eso estudié periodismo en TEA, hice un posgrado en periodismo de investigac­ión y ahora soy editor”, contó.

En particular, Maldonado explicó cuáles son las dificultad­es que tienen los habitantes de la villa al momento de buscar trabajo. “Los vecinos del barrio en vez de poner ‘manzana tanto, casa tanto’, ponen la dirección de la Iglesia. Esto tiene que ver con saltar prejuicios, mucha gente nos trata de ‘villeros’, pero el portero, la mucama, todos viven en un barrio y tienen que cambiar su dirección para sobrevivir, no porque quieran mentir”, aclaró, y agregó: “Desde chico me inculcaron el estudio y el trabajo. Hoy están por entregarme mi nueva casa. En la villa todo es precario, cuando se cortaba la luz no dormía y si llovía se inundaba todo, tenía que andar con el agua hasta los tobillos. Ahora soy el primero en recibirse de mi familia”.

Urdinez subrayó el hecho de que a Maldonado lo acompañaro­n para inscribirs­e en la tecnicatur­a, porque solo, muchas veces, uno no se anima o cree que no va a poder. “No se necesita una gran fundación. Cada uno, desde su lugar, puede ampliar la mirada. Es importante que podamos estar y ver cómo nos podemos compromete­r con algo simple. A Fernando lo acompañaro­n a anotarse en la facultad. Esas son cosas que para nosotros son habituales, pero para ellos es un montón. Hay redes invisibles informales, que son personas que ayudan; la invitación es a que cada vez se sumen más”, remarcó Urdinez.

Martín de Dios viajó en 2011 con su colegio, el Florida Day School, a la comunidad wichi. “Se me puso en la cabeza ayudar para que los jóvenes puedan tener las mismas oportunida­des que yo y que mis compañeros de la carrera”, contó el hoy abogado, magíster en Economía y fundador, junto a un grupo de exalumnos del colegio, de la ONG Lewet Wichi.

Por esta iniciativa, cinco años después, De Dios volvió y conoció a Omar Gutiérrez, un joven de 25 años que quería estudiar Abogacía para representa­r a su comunidad, porque “siempre tuvieron problemas legales”. “Entre todos nos juntamos y armamos este proyecto para que Omar pudiera venir a estudiar”, relató De Dios. Así, Gutiérrez pudo viajar a Buenos Aires y empezar a estudiar derecho. “Él hizo todos los contactos y armó un grupo de trabajo para que me dieran la posibilida­d de seguir la carrera”, contó Gutiérrez, para quien llegar a la ciudad fue un shock, no solo por el paisaje urbano en sí, sino también por la discrimina­ción. “Acá me costó porque me discrimina­n por mi fisonomía, mi color de piel, eso me da bronca, pero esa bronca la transformo en más ganas de estudiar”, contó Gutiérrez.

Por su parte, De Dios aclaró que el esfuerzo de Omar está también en aprender mejor el idioma español para poder estudiar y rendir exámenes. “Como tutor y profesor de Omar reconozco que a veces no soy tan paciente, le puse empeño, pero no soy lo suficiente­mente bueno como mis compañeros”, bromeó De Dios ante el auditorio, a lo que Gutiérrez agregó: “Martín es rápido y explica todo rápido”.

“Siempre, cuando oigo la clase y escucho al profesor, después llego a mi casa, recuerdo, repaso todo en mi cabeza, que es en wichi, y después lo desgrabo, lo escribo, para el español. A mí me cuesta el doble o el triple, me costó adaptarme, relacionar­me y socializar”, reconoció Gutiérrez.

Hacia el cierre de la charla, De Dios contó que, cuando volvió de su primer viaje, en 2011, se dio cuenta de que estudiar para él era solo elegir la carrera que le gustaba. “Era algo que yo tenía garantizad­o, pero para Omar era todo nuevo y muy difícil de alcanzar. Tenía que estudiar en español y conseguir que lo admitan en la universida­d”, relató, y contó que en las comunidade­s hay “mucho miedo a salir”. “Por eso es que el caso de Omar es importante, él pudo salir”, contó y cerró su relato con la imagen del padre de Omar y de su hermano, cuando vinieron a visitarlo a Buenos Aires. “Fue muy emocionant­e, para ellos estar en la ciudad era entrar a un mundo distópico. Fue muy lindo verlos con Omar”.

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(la nacion), (la nacion) Martín de Dios, Omar Gutiérrez, José Del Rio Micaela Urdinez y Fernando Maldonado

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