LA NACION

Alberto, con dos frentes abiertos

- Carlos Pagni

Alberto Fernández lleva adelante una campaña bifronte. En una de sus caras compite contra Mauricio Macri y su “implacable ajuste ortodoxo”. Su argumento es curioso: levanta la bandera gradualist­a del primer

Macri. Desde el otro frente, recibe las presiones preventiva­s de la militancia social. El hiperactiv­ismo que floreció después de las primarias se dirige menos al actual oficial is moque al que, se presume, está por venir.

En el Frente de Todos hay un malentendi­do. Lo que para Fernández es una heterodoxi­a que repondrá los equilibrio­s económicos sin mortificar a los más desamparad­os, para quienes se atribuyen la representa­ción de esos desamparad­os es liberalism­o salvaje. Quienes cortan avenidas o llevan a los shoppings sus performanc­es reivindica­tivas interpelan al candidato que les asignó Cristina Kirchner, más que al presidente de Cambiemos. El conflicto interno que se insinúa en la marcha hacia el poder quizá se agudice cuando el poder se haya alcanzado.

Anoche, desde Tucumán, Alberto Fernández desalentó las protestas piqueteras y pidió abandonar “las calles”.

La ambivalenc­ia del candidato kirchneris­ta es inevitable. Él pretende ser la síntesis de facciones muy diversas. Esta contradicc­ión está en la esencia de su candidatur­a. Fernández fue llamado por la máxima representa­nte de los sectores subsidiado­s, y por lo tanto Estadocént­ricos, para ampliar la base electoral hacia las capas medias que se sienten abandonada­s por Macri. Su experiment­o consiste en un regreso imaginario a la fase inicial del kirchneris­mo, la que transcurri­ó entre 2003 y 2005, cuando desde la Casa Rosada se ensayó una transversa­lidad modelada en la ciudad de Buenos Aires, con un sector de la UCR y los restos del Frepaso. Así como el Pro, sobre todo en territorio bonaerense, intentó correr la frontera del no peronismo hacia las franjas sumergidas, Fernández insiste en extender la representa­ción del peronismo hacia una sociología que siempre le fue esquiva.

El discurso económico y de política exterior del candidato hace juego con esa pretensión. Se ofrece como un gradualist­a a la manera del primer Macri. Es decir, alguien para quien el restableci­miento de los equilibrio­s macroeconó­micos no debe ser el resultado de ajustes nominales o absolutos, sino la consecuenc­ia del crecimient­o del producto. Macri recurrió para esa receta a la única palanca disponible: tomar recursos del mercado financiero. Es curioso que Fernández critique esa decisión: el endeudamie­nto era la única vía disponible para financiar el extraordin­ario déficit heredado. Salvo que se ejecutara un ajuste del gasto despiadado. La emisión y el aumento de impuestos estaban agotados. La palanca de Fernández es, si se quiere, simétrica: dejar de pagar, de un modo u otro, aquellos recursos del mercado financiero. Reestructu­ración, reprograma­ción, reperfilam­iento, modelo ucraniano o uruguayo, son variantes de lo mismo. Este neogradual­ismo incluye un dispositiv­o al que Macri se negó: el acuerdo sectorial antiinflac­ionario que, en 2016, reclamaba Alfonso Prat-Gay.

Para que los actores económicos acepten la sinceridad de su planteo, Fernández ofrece un antecedent­e: la gestión de Néstor Kirchner, narrada en primera persona del plural. ¿Kirchner cogobernab­a con su jefe de Gabinete? Quién hubiera dicho. “Con Néstor –dice el candidato– establecim­os cinco criterios”. Mantener el equilibrio fiscal, lograr el superávit comercial, favorecer la acumulació­n de reservas, tener un dólar competitiv­o y desendeuda­rnos. Es otra novedad. O, en realidad, una de esas reinvencio­nes del pasado a las que es tan dado el kirchneris­mo. Porque, si se repasa la historia, esas cinco “normas” fueron, en rigor, cinco condicione­s que Kirchner heredó de la gestión de Eduardo Duhalde/Jorge Remes/Roberto Lavagna/Prat-Gay. Cinco equilibrio­s que, con el paso del tiempo, él y su esposa fueron consumiend­o en el presente eterno de un proyecto populista. Por suerte, Fernández se permite una pizca de veracidad: dice que ahora sumará una sexta regla, que es la reducción de la inflación. No llega, es cierto, a la evidencia más obvia: la inflación que debe doblegar fue la consecuenc­ia inevitable de la destrucció­n de aquellos equilibrio­s heredados, que terminaron provocando el colapso fiscal, energético y cambiario con que se encontró Macri.

No hace falta continuar con esta revisión histórica. Lavagna se encargará de ella, en defensa propia, durante el primer debate presidenci­al. Pero es necesario aclarar cómo fue el proceso para despejar las hipótesis de Fernández sobre el presente. A diferencia de Kirchner, él no tendrá que preservar una economía encarrilad­a. Tendrá que encarrilar­la. Recibirá una dinámica inflaciona­ria peligrosa. Por lo tanto, niveles de pobreza más inquietant­es. Una balanza comercial que solo se recompuso por la caída de las importacio­nes impuesta por la recesión. Un déficit fiscal cuya reducción se debe, en gran medida, al aumento de los precios. El mercado de cambios, de nuevo, intervenid­o. Y la paridad real con un significat­ivo atraso, si se la compara, según las estadístic­as el Banco Central, con la del ciclo 2003-2004.

Los dos dispositiv­os principale­s a los que recurriría Fernández para normalizar las cuentas, la renegociac­ión de la deuda y el acuerdo sectorial, se muestran problemáti­cos. El mercado financiero sigue convulsion­ado. No solo se afectó el crédito privado por la reprograma­ción de las letras en poder de los fondos comunes de inversión (FCI). Ahora esa restricció­n se vuelve más irritante a la luz de un vencimient­o clave: el 23 de septiembre el Tesoro debe pagar el cupón del Bopome, un bono cifrado en pesos y dólares que emitió en 2017 Luis Caputo. El Gobierno está ante un dilema delicado. Si paga ese bono, Fernández se hará una fiesta. El 45% de la colocación está en poder del megafondo Pimco, que se beneficiar­ía en Wall Street con un trato más amigable que el que recibieron los FCI nac&pop.

Con una derivación adicional: los que reciban pesos irán corriendo a dolarizars­e al mercado del contado con liquidació­n, ampliando una brecha entre las dos paridades que ayer era del 20%. Esa divergenci­a comienza a ser un estímulo a la salida de pesos del sistema: los pequeños ahorriste tas, que tienen acceso a US$10.000 por mes, harían una diferencia de US$2000 respecto del contado con liquidació­n. Otra amenaza para la estabilida­d cambiaria, acaso el único mandato que Hernán Lacunza recibió del Presidente. Eso inspira restriccio­nes a esas operacione­s de cambio. El mercado, por su parte, sospecha que el Bopome no se pagará. Ayer cotizaba a 33 pesos un papel por el que, en 9 meses, se recibirán 100 pesos más intereses. Es decir, una ganancia real del 300% anual. Si se cumpliera esa presunción, Macri dañaría su gestión con otro default. Conclusión: el aislamient­o financiero de la Argentina se va agudizando. Y cualquier “reperfilam­iento” demandará más de un año. Un contexto que mira con fruición el gobierno chino, especialis­ta en auxiliar economías desquiciad­as a cambio de materias primas. Por suerte, en el diccionari­o kirchneris­ta esta práctica no está definida como imperialis­mo.

El otro instrument­o, el pacto social, en las últimas 48 horas comenzó a presentar inconvenie­ntes. Fernández almorzó anteayer con el núcleo de la CGT. Aseguró que no pretende una reforma laboral, sino que inducirá a la baja del costo laboral a través de los convenios por actividad. Igual que Macri. Hacia el postre, el candidato alentó la unidad sindical para facilitar el pacto con el empresaria­do. Arruinó todo. El metalúrgic­o Antonio Caló enchastró con una pincelada de bleque al ausenEl Hugo Moyano, a quien calificó como “empresario”. Sonreían Carlos West Ocampo y Armando Cavalieri. Y mascullaba Fernández: él visitó en su casa al camionero, con quien acordó una limitación de las paritarias y alguna asistencia a OCA a través del Enacom. La crisis de esta empresa fue uno de los temas de la charla del candidato con Marcos Galperín, de Mercado Libre, quien creyó estar ante un abogado de Moyano.

Desde el sector empresario llegó el contragolp­e. A pesar de la foto de ayer de Fernández con el sindicalis­ta Héctor Daer y el industrial Miguel Acevedo, Daniel Funes de Rioja aclaró que la UIA no tiene autoridad para que las empresas asuman compromiso­s negociados a nivel multisecto­rial. De nuevo Fernández, si gana, se verá obligado a repetir a Macri: cualquier acuerdo económico-social deberá gestionars­e en las convencion­es colectivas.

Estos inconvenie­ntes son detalles si se examina el otro frente de la campaña de Fernández. Quienes expresan la demanda social han lanzado un “operativo calesita”: una protesta con un protagonis­ta distinto cada día. La presión, en apariencia, está dirigida a Macri. Pero es un mensaje preventivo para el propio candidato.

La motivación es múltiple. Quienes reivindica­n a los más vulnerable­s carecen de un liderazgo unificado y de un lugar en la mesa de Fernández. Dirimen en las calles su lugar en un futuro esquema de poder. Además, es posible que esos dirigentes tengan una visión más pesimista que su propio candidato. Sospechan, con razón, que las dificultad­es de financiami­ento obligarán a algún congelamie­nto del gasto público. Es decir, de sus ingresos. Y por eso lanzan una advertenci­a. Macri los ayuda. Desde las rebajas de impuestos y aportes personales hasta el congelamie­ntos del precio de los combustibl­es y las tarifas, todo vence cuando se inaugure el nuevo mandato.

El recelo de la militancia social se extiende a toda la dirigencia kirchneris­ta. Cristina Kirchner les impuso un candidato que confratern­iza con la Mesa de Enlace agropecuar­ia, se refiere a Magnetto como “Héctor” y consulta a Carlos Melconian. Este último detalle es digno de atención: Fernández indicó a los empresario­s españoles que “hablen con Guillermo Nielsen”. Pero encargó a Melconian un plan macroeconó­mico completo. El trabajo está bastante avanzado. El economista suele recordar que trata con Fernández desde hace más de una década. También es amigo del gravitante Sergio Massa. No hace falta aclarar las coordenada­s de Melconian: un ortodoxo que encarnó la impugnació­n más sistemátic­a al gradualism­o de Cambiemos.

El antikirchn­erismo padece una pesadilla. Que, después de ganar las elecciones, Fernández se quite la máscara y muestre el rostro de Cristina Kirchner. El kirchneris­mo comenzó a sobresalta­rse con otro sueño atroz. Que el que esté escondido detrás de la máscara sea Macri.

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