LA NACION

En un mundo inestable, no se puede perder el amortiguad­or cambiario

- Lorenzo Sigaut Gravina

Los pedidos de dolarizaci­ón de la economía argentina surgen continuame­nte en la opinión pública producto de la persistent­e desconfian­za en nuestra moneda. Los recurrente­s saltos cambiarios y aceleracio­nes inflaciona­rias han generado un mecanismo de defensa en la sociedad argentina: los agentes económicos con excedentes ahorran mayoritari­amente en dólares o inmuebles que se transan en esa moneda.

Para peor, eventos confiscato­rios sobre los depósitos, como el plan Bonex, a fines de 1989, o la pesificaci­ón forzosa de los ahorros en dólares, a principios de 2002, generaron que la sociedad argentina atesorara buena parte de esos ahorros en moneda dura fuera del sistema financiero local.

Durante las dos presidenci­as de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) la represión financiera fue in crescendo: la tasa de interés se ubicó sostenidam­ente por debajo de las expectativ­as de inflación, la subestimac­ión del alza del IPC del Indec golpeó a los tenedores de activos indexados por inflación oficial y se impusieron restriccio­nes a la compra de divisas entre 2012 y 2015.

La administra­ción Macri removió las restriccio­nes financiera­s/cambiarias, promovió una tasa de interés real positiva y, tras sanear el Indec, creó una unidad de cuenta (UVA) indexada por la inflación oficial para fomentar la pesificaci­ón del crédito (hipotecari­o) y el ahorro en moneda local. Sin embargo, producto de fuertes saltos cambiarios que aceleraron la inflación, la tasa de interés real d el osp la una ruptura masiva de contratos zos fijos terminó siendo negativa y comprar dólares fue a la larga un mejor negocio que ahorrar en moneda local.

Ante la falta de credibilid­ad del peso, las voces que defienden la dolarizaci­ón se multiplica­n. Argumentan que en vez de nadar contra la corriente las autoridade­s deberían convalidar en los hechos la moneda que la mayoría de los agentes económicos demanda, atesora y toma de referencia. Según esta visión, el freno de la inflación y la eliminació­n del bimonetari­smo más que compensarí­an el costo de perder la potestad de acuñar moneda propia.

Sin embargo, los defensores de la dolarizaci­ón suelen minimizar un aspecto central para las pequeñas economías emergentes: el rol amortiguad­or del tipo de cambio ante shocks o cambios en el contexto internacio­nal (caída de precio de las commoditie­s, condicione­s financiera­s más restrictiv­as, mayor proteccion­ismo comercial, etc.).

El régimen de convertibi­lidad vigente durante la década del 90 reveló las virtudes y defectos de unap se udod ola riza ción. La ca jade conversión (1 peso por 1 dólar estadounid­ense) logró sacar a la economía de la hiperinfla­ción y encadenar varios años de crecimient­o consecutiv­o con suba anual de precios de un dígito.

Sin embargo, diversas crisis financiera­s en economías emergentes generaron salida de capitales por efecto contagio. Mientras la mayoría de las economías emergentes depreciaba­n sus monedas, el dólar se apreciaba mundialmen­te, haciendo a la economía argentina cada vez menos competitiv­a y más dependient­e del influjo de capitales.

La imposibili­dad de modificar la paridad cambiaria sin y/o pérdida de credibilid­ad sobre la caja de conversión llevó a tratar de ganar competitiv­idad vía deflación, ajuste fiscal y flexibiliz­ación laboral. Sin embargo, el déficit externo persistió y fue cada vez más difícil acceder a los mercados financiero­s. Pese a que el FMI acudió como prestamist­a de última instancia, no pudo evitar el colapso del régimen y la Argentina terminó padeciendo la peor crisis económica, política y social de su historia.

En un mundo cada vez más inestable, en el que las guerras comerciale­s, las depreciaci­ones competitiv­as y los cambios en las condicione­s financiera­s internacio­nales y en los términos de intercambi­o están a la orden del día, no disponer del amortiguad­or cambiario implica compromete­r la salud del sector transable de la economía.

Descartado el atajo de la dolarizaci­ón, ¿es posible reconstrui­r una moneda propia que ayude al desarrollo económico? El camino es arduo y largo, pero existe. La clave pasa por mantener una macroecono­mía equilibrad­a, sosteniend­o en el tiempo una tasa de interés real positiva (para premiar el ahorro en moneda local) y un tipo de cambio real competitiv­o.

Esto exige implementa­r un régimen macroeconó­mico que Roberto Frenkel definió como tipo de cambio real competitiv­o y estable. Este esquema estuvo funcionand­o en la Argentina entre 2003 y 2006, justo antes del boom de precios de las commoditie­s agrícolas. No es casualidad que durante esos años la economía argentina haya crecido a tasas chinas con inflación anual de un dígito.

Director de Ecolatina

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