Mendoza: vivían de un basural y hoy tienen un proyecto de reciclaje
Unas 40 personas formaron una cooperativa para tratar los residuos secos del municipio de Guaymallén; se sumarán otros 100 trabajadores a fin de año
La mayor parte de los recuperadores “heredan” el oficio de algún familiar
GUAYMALLÉN, Mendoza.– “Ciruja”, “cartonero”, “basurero”, son algunos de los apodos que recibía Mauricio Sosa cuando recorría con su carro las calles. Acopia cartón desde que tiene memoria, cuando acompañaba a su padre. Hoy, con 39 años, y después de tres décadas “viviendo” de la basura, accedió a su primer trabajo formal como recuperador urbano en un proyecto local de reciclaje.
No es el único. Ante el inminente cierre del basural Puente de Hierro en Mendoza, un grupo de recicladores que se “ganaban la vida” revolviendo basura dieron un abrupto salto y pusieron en marcha la cooperativa que abrió su primera planta de reciclaje hace dos semanas en esta localidad para procesar las 226 toneladas de residuos diarios del municipio.
Para que el proyecto se concretara, se unieron varios factores: un sector relegado que estaba por perder su ingreso, el apoyo de la municipalidad que donó el predio, la experiencia exitosa de una iniciativa porteña y la colaboración de distintas fundaciones.
María Olmos tiene 30 años y fue elegida por sus compañeros como presidenta de la cooperativa. Si bien trabajaba desde los 17 años en el basural, este es también su primer trabajo en blanco. “Nosotros queríamos trabajar de otra manera, con un uniforme y elementos de seguridad, porque la gente te ve con el carrito y te tilda”, dice. Según el censo hecho por la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza hay 1244 personas que trabajan en los cuatro basurales a cielo abierto.
La iniciativa prevé que cada recuperador recorrerá la misma ruta y recibirá los residuos puerta a puerta y en distintos puestos verdes para concientizar sobre el medio ambiente. Una vez recolectados, los materiales son trasladados a la planta donde se acopian, pesan y enfardan para su comercialización.
Gran parte de este trabajo depende del compromiso de los vecinos en las tareas de separación de residuos en húmedos y secos. “Una vez que la gente nos conozca y sepa que lo único que queremos es trabajar, se nos va a hacer mucho más fácil”, explica Olmos. Necesitan 2000 kilos de residuos para pagar la mitad de su salario a un recuperador. La otra mitad, la obtendrán con el salario social complementario.
El 73,2% de los recuperadores mendocinos son hombres y el 73% tiene menos de 45 años. Incluso muchos heredaron –como Sosa– el oficio de algún miembro de la familia: “Mi padre fue quien me enseñó. Siempre me dijo: ‘en vez de ir a robar algo, andá a trabajar, juntá cosas’”, cuenta. Como casi todos, intentó otros trabajos: fue albañil, pintor y vendedor ambulante. Sin embargo, según dice, siempre por necesidad volvía al basural. “El trabajo en la cooperativa me da inclusión social, una obra social para mi hija y un sueldo seguro”, agrega.
“Cuando era chica trabajaba en el basural, pero a mi papá no le gustaba que yo fuera. Siempre había cosas de hospitales, animales muertos y un olor terrible”, recuerda Jaquelina Rojas. Y completa: “En la calle tenía que andar con mi hija, chiquita, la ponía en una caja de cartón en el carro y la llevaba mientras juntaba las cosas, porque no tenía donde dejarla”.
Los recorridos por el basural terminaron: ya no tienen que revolver, ya no tienen el peligro de contrae infecciones. Adriana Videla celebra el cambio: “Allá tenías que aguantarte olores, cosas muertas, acá viene todo seco, limpio”, cuenta. Madre de un chico de 6 años, explica que cuando su hijo era bebé lo tenía que meter a escondidas por detrás del basural. “Lo dejaba en una montaña de basura jugando, mientras yo trabajaba”, relata. En el verano, cuando los olores se intensificaban y el sol acechaba, lo cubría con papel de diario para protegerlo.
De los 330 recuperadores que viven en el municipio de Guaymallén, 43 forman parte del equipo inicial, pero para fin de año sumarán casi 150.
Alicia Montoya es una referente ineludible en la lucha del movimiento de recicladores urbanos. En 2008, fundó la cooperativa El Álamo, en el barrio porteño de Villa Pueyrredón. “Creemos que las cooperativas no tienen ninguna sustentabilidad si no son partes de un proceso de política de Estado”, explica. Ella fue clave para el desarrollo del proyecto al aportar su experiencia.
Del trabajo con la cooperativa El Álamo, Olmos rescata dos aprendizajes: poner en valor un trabajo que hizo desde siempre y la relación con su comunidad. “Cuando íbamos al basural, no teníamos en cuenta que ayudábamos tanto al medio ambiente. Eso nos lo hicieron entender desde la fundación. Además, muchos éramos vecinos, pero no teníamos relación entre nosotros”.
La acción fue promovida por la alianza entre Danone y la Iniciativa Regional para el Reciclaje Inclusivo (IRR), una plataforma creada en 2011 por la División de Agua y Saneamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), BID LAB, Coca-Cola, PepsiCo, RedLacre y la Fundación Avina, convocada para desarrollar una solución al problema político-ambiental de cerrar el basural y ayudar a un sector vulnerable y relegado a encontrar una salida laboral.