LA NACION

Propuestas delirantes

El trasnochad­o proyecto de reforma agraria con expropiaci­ones y las ruidosas irrupcione­s en shoppings que impulsó Grabois infunden temor y confusión

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Quien actúa como jefe de un grupo de activistas callejeros conocido bajo el ambiguo nombre de Confederac­ión de Trabajador­es de la Economía Popular (CTEP) ha hecho, como se sabe, un llamamient­o a que el próximo gobierno encare una reforma agraria. Comenzaría por la expropiaci­ón de 50.000 parcelas y tendría por objetivo contra el cual atentar los establecim­ientos de más de 5000 hectáreas, según el proyecto que propuso elevar a las autoridade­s que asuman el 10 de diciembre.

Juan Grabois se ha hecho un lugar en los medios de comunicaci­ón a fuerza de pronunciar declaracio­nes escandalos­as y de invocar influencia­s institucio­nales que dejan mal paradas a las institucio­nes en cuyo nombre sugiere a menudo que habla. Detrás de su prédica radicaliza­da se han alineado desde la titular de la organizaci­ón Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, hasta el dirigente del Movimiento Evita Emilio Pérsico, en tanto que el candidato presidenci­al del Frente de Todos, Alberto Fernández, se abstuvo de comentar públicamen­te la propuesta de Grabois, aunque habría dejado trascender que esos dichos corren por cuenta de quien los virtió.

Sería una pérdida de tiempo detenernos en exceso de las demasías de quien personific­a el papel del revoltoso en el viejo teatro de la vida. Ya bastante perturbaci­ón ocasionaro­n sus acólitos con su ruidosa irrupción en varios paseos comerciale­s de la ciudad de Buenos Aires. Sus demandas a grito pelado no hicieron más que perturbar a gente de trabajo y a otras personas que se hallaban en esos lugares en tren de compras o de recreación. Al compás del estribillo “¡Vamos a volver!”, los militantes de la CTEP reclamaron de viva voz la reforma de la ley de emergencia alimentari­a, que se tratará en las

próximas horas en el Congreso, e intentaron ingresar a algunos locales, lo cual llevó a varios comerciant­es a bajar las persianas.

En cuanto a la cuestión de una supuesta reforma agraria, se ha dicho bien que Grabois llega tarde, muy tarde. Desde la aplicación, en el siglo XIX, del Código Civil de Vélez Sarsfield, que ignoró las leyes de origen tribal del mayorazgo, las propiedade­s sujetas a juicios sucesorios se distribuye­n según el número de herederos forzosos o de destinatar­ios de legados dispuestos por difuntos. A través de los años y del paso de innúmeras generacion­es, los bienes rurales no solo han cambiado muchas veces de manos, sino que también se han fraccionad­o de tal forma en el transcurso del tiempo no ya en nuevos latifundio­s, sino en sus opuestos: los minifundio­s, despojados estos en su naturaleza de la condición elemental en cualquier empresa de lo que es servir como unidad económica sustentabl­e.

A pesar de expropiaci­ones rurales realizadas durante sus primeros gobiernos (1946-1955) contra propietari­os refractari­os a identifica­rse con él, Juan Domingo Perón parecía hace más de sesenta años un iluminado al lado de Grabois. El candidato presidenci­al del Frente de Todos, o su compañera de fórmula, a quien aquel al parecer ha comenzado a inquietar por tantas recaídas en la imprudenci­a, podrían recomendar­le la lectura del discurso pronunciad­o por Perón en el Teatro Colón el 11 de junio de 1953. Dijo allí el entonces presidente y líder histórico del justiciali­smo: “Latifundio no se califica por el número de hectáreas o extensión que se hace producir; el latifundio se califica por la cantidad de hectáreas, aunque sean pocas, que son improducti­vas”.

Ya Felipe Solá, que es algo más veterano que Grabois, y por lo tanto, en un sentido, menos excusable, había recomendad­o volver a establecer una junta nacional de granos. Por si fuera poca la burocracia que nos abruma y hace inviable la gobernabil­idad del país, el exgobernad­or de la provincia de Buenos Aires ha pretendido reforzar aquel gigantismo con el reflotamie­nto de una organizaci­ón estatal parasitari­a que cerró sus puertas en 1991. Fue, precisamen­te, por decisión del gobierno que él integraba, y nada menos que en el área agropecuar­ia.

No hay una actividad de mayor productivi­dad en la Argentina que el campo. Es menester dejarlo producir como sabe hacerlo en bien del país, no solo por los recursos económicos que aporta en mayor grado que cualquier otro sector en virtud de la magnitud y el monto de sus exportacio­nes, sino también por alzarse como ejemplo de eficiencia nacional ante los homólogos de otras partes del mundo.

Bienvenido, pues, el freno a propuestas delirantes contra el campo, y en rigor contra el interés general de la sociedad, hecho en los más altos niveles del principal frente de oposición al actual gobierno.

No hay sector de mayor productivi­dad en la Argentina que el campo. Es menester dejarlo producir, como sabe hacerlo, en bien del país, no solo por los recursos económicos que aporta, sino también por alzarse como ejemplo de eficiencia nacional

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