LA NACION

Hindú, el cultor de una esencia centenaria

- Jorge Búsico

Un aniversari­o redondo para un club símbolo de la ovalada. Cien años cumplió el martes Hindú Club, el emblema de Don Torcuato, a la vera de la ruta 202. Pero no hubo todavía un festejo a la altura de semejante número. Apenas un brindis a la noche del martes entre los más antiguos y los del núcleo duro: la gran celebració­n está pautada para el 14 de diciembre. Fiesta postergada para no distraer un objetivo: alcanzar las semifinale­s del URBA Top 12, para lo cual deberá sacar un buen resultado ante el SIC, que ya está clasificad­o. De lograrlo, Hindú habrá estado en todos los playoffs de la URBA desde que se instalaron en 2002. O sea que está a las puertas de encarar la etapa decisiva por llegar al título por 17a vez consecutiv­a.

El juego es el factor con el que Hindú completa su sentido de pertenenci­a. En ese todo que forma parte de un club, la manera de sentir y de trasladar esa locura tienen un correlato esencial dentro de la cancha. A Hindú le importa el recorrido y también le importa ganar. Vaya si lo ha hecho desde que abrió el grifo de los títulos en 1996. A esa corona de la URBA, compartida aquel año con Atlético del Rosario, se le han sumado otros 9 de Buenos Aires y otros tantos del Nacional de Clubes de la UAR. En 23 años, 19 títulos.

Hubo un primer secreto en la historia de un club que fue fundado por un grupo de alumnos del colegio La Sal le que se juntaron para armar una obra de teatro. Ocurrió entre fines de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, cuando los más grandes, Tito Fernández, el Tío Comotto, el Negro Fernández Miranda, el Chori Senillosa padre, el Gurí Ostiglia, Bebe Quesada, entre otros, se propusiero­n armar un club de rugby dentro del club. La parte de atrás, como le decían. Depender de ellos mismos fue la piedra fundamenta­l.

Luego vino un estilo de juego que aún perdura y una idea que se mantiene: los jugadores de Primera entrenan las juveniles. A aquellos pioneros de la nueva era les siguieron sus hijos y ya está lista en poco tiempo la tercera generación. El legado en su más pura expresión. Hindú lo hace como nadie hoy en el rugby argentino. Todos los clubes tienen su sentido de pertenenci­a y su manera de llevar adelante su juego, pero ninguno lo traslada al éxito deportivo como Hindú. Aunque a muchos no les resulte simpática esta fórmula, todo el rugby reconoce en Hindú el nivel de compromiso que hay en el club desde el más chiquito hasta el más viejo. Es, como dicen en Don Torcuato, un sentimient­o que no entiende de razones.

Quizá como un signo del destino, justo en el año del Centenario, miembros de Hindú coparon la gran escena competitiv­a del rugby argentino. Nicolás Fernández Miranda está dirigiendo a los Pumas. Gonzalo Quesada y Juan Fernández Miranda hacen lo propio con los Jaguares, en un primer año al frente que incluyó llegar a la final del Súper Rugby. Tomás Lavanini y Felipe Ezcurra van a jugar el Mundial de Japón; Sebastián Cancellier­e, Joaquín Díaz Bonilla, Ramiro Herrera y Bautista Ezcurra estuvieron en la lista; Lautaro Bávaro y Carlos Repetto formaron parte de Argentina XV y Jaguares XV, y Joaquín de la Vega Mendía, de los Pumitas cuartos en el Mundial M20.

Desde 1999, Hindú fue un habitual proveedor de Pumas para los Mundiales. Se marcharon a los selecciona­dos sus entrenador­es y sus máximas figuras, pero aún así el Elefante siguió siendo campeón y protagonis­ta excluyente de cuanto campeonato hubo en disputa. Hoy lo entrenan Francisco Fernández Miranda, Ostiglia, Juan Gauthier y Pablo Henn –todos campeones en algún momento– y adentro guían Santiago Fernández –hijo de Tito, el mejor jugador a nivel local– y Belisario Agulla, los más experiment­ados. Cambian los intérprete­s pero no la fórmula.

Hindú, el club que tuvo un guía como Francisco Borgonovo, quien lideró la mudanza a Don Torcuato a fines de la década de 1930; que practicó polo, básquetbol y golf; que cobijó en su edificio a equipos y selecciona­dos de fútbol; que en rugby deambuló varios años en el ascenso, celebra los 100 años cargado de gloria deportiva y, sobre todo, de locura por el rugby.

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