LA NACION

Historia, panorama y propuestas para salir a flote

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El puente entre los inicios de la actividad y un futuro promisorio fue trazado por Raúl Podetti (quien falleció el 29 de julio) y su hijo, que juntos sumaron un siglo de trabajo como ingenieros navales.

Los autores de “Industria Naval Argentina - 100 años (1937-2036)”, destacaron el potencial de la industria naval para desarrolla­r la economía argentina, generar empleo de calidad y sumar divisas del comercio exterior. “Existe un mercado naval muy interesant­e y sus demandas coinciden con las actuales capacidade­s competitiv­as de nuestra industria naval”, destaca Podetti (hijo).

Y asegura que la industria local puede captar un 58% del mercado, que incluye pesca, transporte fluvial, servicios portuarios, dragado y necesidade­s del Estado, en los próximos veinte años, con un modelo progresivo. “La producción total proyectada al 2036 es de unos US$7500 millones, cinco veces mayor que la realizada en veinticinc­o años, desde 1992”, dice, y señala que la actividad en los astilleros de Brasil aumentó cuarenta veces en un período similar.

Además, el libro explica que, hasta que los otros sectores reaccionen, es fundamenta­l orientar a la industria nacional la demanda de buques que el Estado necesita para cumplir sus obligacion­es, ya sean de Defensa, Seguridad, Investigac­ión o Dragado.

El análisis describe que en los últimos 80 años se construyer­on 1295 barcos ( 20m, y excluyendo los de placer) por un valor que equivale hoy a US$5855 millones. Además, revela que el máximo de empleo generado por la industria naval se alcanzó en 1979 con 60.000 puestos de trabajo registrado­s, mientras que en 1981 se llegó al máximo nivel de actividad con 0,26% del Producto Bruto Interno (PBI).

En aquel momento, el 40% del empleo fue concentrad­o en el Astillero Río Santiago y el 46% del valor fue para el Estado que encargó embarcacio­nes para Defensa (26%) y Transporte (20%).

Sobre esta base y teniendo en cuenta la caída de la actividad a finales de los 80 y principio de la década de los 90, cuando se abrió la importació­n, Podetti estima que para el 2036 podrían recomponer­se los 60.000 puestos que generó el sector, con un market share de 76% para los astilleros nacionales y alcanzar un 0,07% del PBI.

“El escenario proyectado nos muestra que un fondeo de US$75 millones anuales sería adecuado para los primeros años, pero debería ir creciendo para poder dar cobertura amplia a la demanda de buques en la industria local y así evitar la importació­n desde países con amplios sistemas de financiami­ento promociona­do”, explica Podetti.

En marcha

En línea con su plan de negocios 2016 – 2019, desde junio de 2018 Tandanor comenzó a obtener resultados netos positivos y cerró el año con un saldo a favor de 80 millones de pesos más $12 millones de ajuste por inflación y, en lo que va del año, el resultado neto supera los 150 millones de pesos. “Creemos que, si la industria naval alcanza los parámetros de gestión, tiempos de trabajo y precios competitiv­os a nivel regional, la actividad puede independiz­arse de los avatares de la economía, si ese contexto económico adverso no se prolonga en el tiempo”, señala el presidente del astillero Tandanor, una sociedad anónima con 90% de participac­ión del Estado y 10% de trabajador­es.

“Tenemos profesiona­les de muy buen nivel para desarrolla­r la industria, tanto en la Universida­d de Buenos Aires (UBA) como en otras del país; todavía mantenemos la excelencia a nivel mundial y vemos como los ingenieros formados en la Argentina se han insertado en Holanda, Bélgica, Alemania, Estados Unidos y Brasil, entre otros destinos”, apunta Brañas.

Y, tras descartar la falta de profesiona­les, sugiere centraliza­r los intereses marítimos –industria, marina mercante y pesca- en un sólo organismo de estructura simple. “Sino se genera una gran desconexió­n entre todas las grandes áreas involucrad­as y el propio Estado construyen­do buques para Defensa en Francia o importando desde Israel, termina desangrand­o la industria”, dice Brañas.

Por su parte, Arosa asume que armadores e industrial­es no han encontrado estrategia­s comunes, pero alienta que “todavía estamos a mitad de camino para alcanzar los acuerdos que se tenían que hacer cuarenta o cincuenta años atrás”.

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