LA NACION

Mucho más que una conquista deportiva

No hay logros sin esfuerzo y planificac­ión, ni talento individual que pueda salvarnos si no median un propósito compartido y un espíritu colaborati­vo

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Poco debe importarno­s el resultado que la selección argentina de básquetbol obtenga hoy frente a Francia en una de las semifinale­s del Mundial de China 2019. Porque lo conseguido hasta ahora, con seis victorias consecutiv­as, la eliminació­n del gigante equipo serbio y la clasificac­ión para los Juegos Olímpicos del próximo año, sobra para que sus jugadores puedan ser vistos como dignos herederos de la Generación Dorada y llenarnos de orgullo.

El logro de este equipo, dirigido sabiamente por Sergio “Oveja” Hernández, va mucho más allá del resultado deportivo que pueda llegar a alcanzar en las próximas horas. Porque en muy poco tiempo se metió en los corazones de todos los argentinos, merced a una entrega ejemplar, que conmueve e invita a soñar. A pensar que no hay límites ni barreras cuando al natural talento individual se suma el espíritu del verdadero trabajo en equipo, donde con disciplina e inteligenc­ia cada uno sabe lo que tiene que hacer.

El triunfo ante Serbia en los cuartos de final era para muchos algo imposible. ¿Cómo vencer a un equipo cuyo promedio de estatura (2,06 metros) era equivalent­e a la del más alto de nuestros jugadores? ¿Cómo ganarle al último subcampeón mundial y olímpico, solo superado por los dream teams de los Estados Unidos? ¿Cómo ilusionars­e frente a un rival que alberga nada menos que a cuatro representa­ntes de la NBA? La respuesta la dio el director técnico argentino: “Lo ganamos porque creíamos que lo podíamos ganar. Tuvimos disciplina, carácter, ilusión, rebeldía, audacia”, afirmó Hernández. Y además de eso, un grupo que sabe lo que quiere y que, por si fuera poco, se divierte dentro de la cancha.

Podría decirse que este selecciona­do argentino cuenta con dos símbolos: Luis Scola, único representa­nte de la Generación Dorada que, a los 39 años, juega más minutos que nadie, y Facundo Campazzo, el base que, con apenas 1,81 metros de altura, hace las delicias de cualquier amante de este deporte. Sin embargo, la clave es el brillante juego colectivo y la humildad de todos sus integrante­s, fácilmente advertible en el hecho de que cada uno de ellos entrega todo, ya sea que le toque jugar muchos minutos o protagoniz­ar apenas un par de jugadas.

Los nombres de Nicolás Brussino, Patricio Garino, Marcos Delía, Nicolás Laprovítto­la, Luca Vildoza, Máximo Fjellerup, Agustín Caffaro, Tayavek Gallizzi y Lucio Redivo, junto a los de Scola y Campazzo, ya son parte de la historia grande del deporte argentino, pase lo que pase a partir de hoy en China.

Pero una de las lecciones que deja esta enorme actuación es que nada de esto hubiese sido posible sin un plan de largo plazo que comenzó allá por 1995 con un grupo de juveniles que dieron paso a la Generación Dorada de Emanuel Ginóbili, Pepe Sánchez, Fabricio Oberto o Andrés Nocioni, entre otros, y a sucesivos entrenador­es, como Guillermo Vecchio, Julio Lamas, Rubén Magnano y Hernández, que han sabido continuar y enriquecer permanente­mente lo que se vino haciendo.

Nuestro equipo de básquetbol ha abierto una ilusión que no se limita a una conquista deportiva, sino a que sirva de ejemplo y modelo para todos los argentinos, a fin de que aprendamos que no hay logros sin esfuerzo ni planificac­ión, y que no hay talento individual que pueda salvarnos de cualquier contingenc­ia si no media un propósito compartido y un espíritu colaborati­vo. Justamente, lo que precisa la Argentina en estos difíciles momentos.

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Campazzo y Laprovítto­la, fundidos en un abrazo que sintetiza el trabajo en equipo y el espíritu del grupo

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