LA NACION

Los ensayos inciertos para salir de la grieta

En Cambiemos se suman dirigentes que buscan líneas de diálogo con el peronismo para normalizar el clima político; de fondo se vislumbra un conflicto por el liderazgo

- Martín Rodríguez Yebra

Una transición tácita ocurre fuera de los reflectore­s mientras Mauricio Macri recorre el país en andas, Alberto Fernández completa el álbum de la unidad peronista y la Argentina da vueltas en el laberinto de la incertidum­bre económica.

En Buenos Aires, María Eugenia Vidal habilitó a su equipo a conversar y abrirles los números de la provincia a quienes ya sienten ganado el premio de la sucesión: Axel Kicillof y los jefes de La Cámpora, Máximo Kirchner y Eduardo De Pedro. Son reuniones cordiales, serenas. Algunos protagonis­tas las presentan como “escandinav­as”, en las que se habla de una alternanci­a profesiona­l, sin venganzas ni planes disparatad­os.

El cruce de trincheras se vive a diario en el Congreso, entre peronistas que portan cartas credencial­es de Fernández y cambiemita­s que asumen el destino opositor. También arde el diálogo entre rivales en la ciudad de Buenos Aires, donde Horacio Rodríguez Larreta construye el mayor refugio de la resistenci­a a una posible hegemonía peronista.

En esos juegos de camaraderí­a sobrevuela la ilusión de terminar con “la grieta” que marcó la política argentina al menos desde el conflicto con los ruralistas de 2008. Se instala el sueño de recrear un “bipartidis­mo centrípeto”, concepto con el que fantaseaba el propio Fernández en los días iniciales de su aventura de poder junto a Néstor Kirchner.

La idea seduce a Larreta, a Martín Lousteau, a Vidal, al gobernador mendocino saliente, Alfredo Cornejo, y a otras figuras de Cambiemos que fijan su horizonte político mucho más allá del 10 de diciembre. Se trata de tallar un campo ancho de coincidenc­ias dentro del cual discurra la política, con un frente más inclinado a la izquierda y otro, a la derecha. Que se establezca­n consensos muy elementale­s fuera de discusión –pagar las deudas, apuntar al equilibrio fiscal, atender las emergencia­s sociales–. Y que se aísle a los extremista­s.

“Al menos en el mano a mano, Máximo Kirchner está de acuerdo. Y Alberto, por supuesto. Nosotros tenemos que apuntar a estar unidos y a controlarl­os para que no se los lleven puestos los que piden reformar la Constituci­ón, homenajear a los guerriller­os o meter presos a los periodista­s”, describe un funcionari­o de Cambiemos de línea abierta con jerarcas del peronismo.

Lejos de sufrir una epidemia de ingenuidad, esos oficialist­as admiten que, a la hora de vaticinar un futuro, el modelo de concordia no va primero en las apuestas. Dudan sobre todo de cómo procesarán el eventual cambio de guardia Macri y Cristina Kirchner, las dos figuras dominantes de la política en la década que se va.

En el caso de Cristina todo es enigma. Habla poco fuera de su círculo de confianza. Y en público se parece mucho más a los estereotip­os de sí misma que a la versión autocrític­a que ofrece de ella Alberto Fernández.

El “Sí se puede”

Macri se empeñó como nunca en la gira del “Sí se puede”, con la que intenta forzar el ballottage el domingo 27. Es un ejercicio de voluntad política, pero sobre todo una demostraci­ón contundent­e de que la jubilación que le auguran algunos de los propios no figura hoy en sus planes.

El diseño de la campaña posterior a las PASO y a la crisis que trajo adosada tiene el objetivo de mínima de concentrar en manos de Macri un cano pital político que lo deje como líder de la oposición. Podrá perder en primera vuelta, como hoy pronostica­n las encuestas, y aun así salir airoso si mejora sus números de agosto. “Nadie puede pretender quitar de en medio a un dirigente con 35 o más puntos de apoyo”, dicen cerca del Presidente.

La perspectiv­a de una derrota desata las intrigas sobre qué será en adelante la coalición entre el Pro, la UCR y la Coalición Cívica, con sus satélites añadidos, como Miguel Pichetto.

Larreta y Vidal funcionan como un tándem que traza un diseño opositor dialoguist­a y que prepara a un nuevo líder (alguno de ellos) para la siguiente pelea presidenci­al. No reniegan de Macri, aspiran a mantener con él la mejor relación personal, pero esperan que les ceda el primer plano. En la UCR, Cornejo y Lousteau presionan por un protagonis­mo superior en las decisiones de la coalición. Hablan de un “liderazgo colegiado” como meta para 2020. “Se necesita un debate franco para mantener la unidad, que debe ser la prioridad para evitar una restauraci­ón autoritari­a”, suele decir Cornejo. En esos círculos del oficialism­o hace ruido el discurso duro que gana espacio en la campaña macrista. Como Pichetto pidiendo “dinamitar” las cocinas de droga en las villas. o las promesas de Patricia Bullrich de que se recortarán los fondos para planes sociales. Dos mensajes a los que respondió la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley.

En el ala más intransige­nte se recuesta Elisa Carrió, que sigue provocando temblores internos. El último episodio fue su ataque público al ministro del interior, Rogelio Frigerio. Las denuncias de “traición” son su especialid­ad y, en estos días de transición incipiente, blancos le sobran.

El liderazgo opositor

El jefe de Gabinete, Marcos Peña, resiste la resignació­n de la derrota. Sus teorías sobre cómo se puede dar vuelta la elección son oraciones de esperanza para macristas acérrimos. Pero cuando se permite imaginar una derrota lo ve a Macri como la referencia central de la oposición. Sería una forma de preservar su propia influencia –resistida por el núcleo que se cocina fuera de la Casa Rosada–.

Esa visión supone que incluso a Fernández, de ganar, le convendrá tener a un contrincan­te claro y reconocibl­e, obligado como estaría a encontrar consensos amplios para imponer sus medidas y para encarar una negociació­n creíble con los acreedores internacio­nales.

es lo que suena del otro lado de la grieta. Fernández no tiene más que reproches para Macri. En cambio, suele ser piadoso al hablar de Vidal, Larreta, Hernán Lacunza y otros dirigentes macristas a los que conoce de haber compartido bando, como Lousteau, Cornejo y Emilio Monzó.

Los dialoguist­as de Cambiemos tampoco tienen claro si los gestos racionales de Fernández, de los peronistas tradiciona­les, de Sergio Massa y de los jefes de La Cámpora son expresione­s sinceras. “Nuestra prioridad tiene que ser la unidad. Puede haber diferencia­s, pero todos tenemos claro el peligro de la desunión”, suele decir Larreta. Macri también baja ese mensaje a quienes lo visitan y logran romper la coraza de la remontada. Lo peor del kirchneris­mo –argumenta– se precipitó en 2011, no por el 54% que sacó Cristina, sino por el pobrísimo 16% que cosechó su principal rival.

La fortaleza opositora es la misión que también se fija Vidal. Ya hizo el duelo por la derrota en las PASO, en apariencia irremontab­le sin siquiera el colchón de la doble vuelta. Decidió hacer una campaña sin promesas, sino de revaloraci­ón de un legado. El vínculo con Peña quedó dañado. Lo que implica una relación menos cercana con Macri. Una incógnita es si ella considera saldada la deuda política con el Presidente como para aventurars­e en un camino propio. Proyecta una transición ordenada y ejercer en adelante su papel opositor en la provincia. Con mantener los votos de las PASO, tendría un poder legislativ­o decisivo. Kicillof tendría que negociar con ella cada ley importante y cada nombramien­to judicial.

Los diálogos cruzados son apenas ensayos. Nadie es capaz de asegurar que la gravedad de la crisis sea suficiente para provocar el milagro de la convivenci­a y la estabilida­d política.

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