LA NACION

El clan Fujimori, ante su hora más sombría tras la jugada de Vizcarra

Con sus referentes en prisión y el Congreso disuelto, la dinastía pierde influencia y poder

- Christine Armario

LIMA.– En una mansión colonial que conoció tiempos mejores, los dirigentes de la opositora Fuerza Popular se reunieron de urgencia, desesperad­os por recuperar el lugar dominante que ocupaba su partido en la política peruana.

El presidente Martín Vizcarra disolvió el Congreso y convocó a nuevas elecciones luego de una disputa con los legislador­es en torno a sus medidas contra la corrupción, lo que eliminó la mayoría legislativ­a obtenida por Fuerza Popular con gran esfuerzo.

Entretanto, la máxima dirigente del partido, Keiko Fujimori, se encuentra presa en una cárcel de mujeres entre traficante­s de drogas y ladronas, mientras se la investiga por corrupción.

La disolución del Congreso sumió a Perú en su crisis constituci­onal más profunda en casi tres décadas, y algunos creen que sería el principio del sombrío último capítulo de la dinastía política más destacada del país.

La disolución anterior del Legislativ­o fue en 1992, cuando el autoritari­o Alberto Fujimori –padre de Keiko– ocupaba el sillón presidenci­al. Ahora, con el partido al comando de su adorada hija mayor, es su propia agrupación la que está siendo expulsada del Congreso.

Al salir de su sede después de la reunión, los dirigentes de Fuerza Popular se dieron de frente contra la realidad cruel: buena parte de Perú ya no los ama, y la hostilidad se expresa incluso en las calles.

Un pequeño grupo de partidario­s de Fuerza Popular que hacía un acto para exigir justicia para Keiko Fujimori escuchó la reacción furiosa de una transeúnte: “¡Al infierno se van a ir!”, gritó Susana Valverde.

El fenómeno político peruano conocido como fujimorism­o tuvo sus altibajos bruscos, pero siempre pudo rehacerse. Esta vez, quizás no.

Si se cumple el plan de Vizcarra de hacer elecciones legislativ­as en 2020, es casi seguro que el partido perderá su mayoría.

“El fujimorism­o cayó en una espiral fatal”, dijo el especialis­ta en ciencias políticas Steven Levitsky, de la Universida­d de Harvard. “Sufrirá una paliza en las próximas elecciones”.

La dinastía política tuvo su inicio en 1990 cuando Alberto Fujimori, limeño hijo de inmigrante­s japoneses, ganó las elecciones con la promesa de llevar a Perú a una nueva era de progreso. Sus medidas pro empresaria­les, sus iniciativa­s intransige­ntes contra el delito y sus programas sociales le granjearon el apoyo de multitudes de peruanos como Nancy Ríos.

“El ‘chinito’ se preocupó e hizo unas hermosas rutas”, dijo Ríos, en alusión al expresiden­te y el apodo cariñoso de sus partidario­s. “Cuando llegó, este país estaba completame­nte destruido, peor que Venezuela. Cuando llegó Alberto Fujimori, logramos la paz, la estabilida­d económica”.

Pero al cabo de una década en funciones, Fujimori envió su renuncia por fax después de huir a Japón cuando enfrentaba su destitució­n por un Congreso mayoritari­amente opositor. En 2005, lo apresaron en Chile y fue extraditad­o a Lima, donde tiempo después lo condenaron a 25 años de prisión por violación de los derechos humanos, corrupción y creación de escuadrone­s de la muerte.

El exprofesor de matemática aún purga su condena por su papel en la muerte de 25 personas, entre ellas, un chico de ocho años, bajo su gobierno.

Con todo, muchos peruanos estaban dispuestos a perdonar al fujimorism­o. Keiko Fujimori retomó la antorcha de su padre, amplió la base del partido y trató de crear una imagen más moderada y amable del movimiento. Pero perdió las dos elecciones a las que se presentó y, desde entonces, todo ha ido cuesta abajo.

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