LA NACION

Es difícil identifica­r a qué quieren jugar los Pumas

- Patricio Albacete (*)

En la columna anterior hablaba de la necesidad de hacer cuestionar a los ingleses en sus puntos fuertes para generarles dudas y finalmente fueron ellos quienes lograron hacerlo con los nuestros. Durante todo el partido buscaron someternos con el line, con el maul y en especial, con el scrum; incluso, antes de la expulsión de Tomás Lavanini nos robaron una pelota de scrum que no hookeamos bien y hasta el primer try del partido se gestó luego de un maul perfectame­nte estructura­do por los ingleses en el que nos empujaron varios metros. Esto es un signo que marca a cualquier equipo, ya que los Pumas venían sintiéndos­e fuertes desde el principio del Mundial en esas formacione­s.

Inglaterra manejó el ritmo y en ningún momento se desesperó. Defendió bien durante todo partido con gran presión y una excelente organizaci­ón defensiva, utilizó espaldas en ataque para poder juntar a la defensa argentina y luego aprovechar los espacios que generaba por afuera capitaliza­ndo la velocidad de sus wines, y tuvo un excelente juego con el pie que le permitió mantener alejado de su ingoal al rival. Esto es algo que tenían planeado y deben haber preparado específica­mente para ejecutar contra los Pumas.

Los ingleses son así: entran en la cancha y recitan exactament­e todo lo que prepararon. Es como si se programara­n y siguieran el plan a la perfección. Incluso, cuando se quedaron con un jugador más no dejaron de patear ni se salieron un segundo de su libreto, manejando los tiempos de juego a su antojo. Prueba de esto es el último try que marcaron en el primer tiempo: estando 10-3 (raro que Owen Farrell errara tantas patadas a los palos), jugaron repetidos

picks and go de un metro sin volverse locos durante dos o tres minutos y con perfecto control, obligando a los Pumas a cometer infracción, y ya jugando con ventaja, fueron pacientes hasta que se les abrió el espacio.

Del otro lado, es difícil identifica­r a qué quieren jugar los Pumas. No hay duda de que pusieron muchas ganas y no se les puede reprochar la entrega, pero a este nivel, contra esta clase de equipos y durante un Mundial, es el requisito mínimo. Es cierto que jugaron contra una gran presión de Inglaterra perfectame­nte organizada, pero nunca llegaron a mostrar cuál era su intención de juego. Más allá de las formacione­s fijas y algunos arrestos individual­es, no se notó un plan de juego definido como sí lo tenía perfectame­nte identifica­do Inglaterra.

Con respecto a la expulsión de Tomás Lavanini, hice alusión en mi anterior columna de la necesidad de tener la mente fría y el corazón caliente, sobre todo en este tipo de partidos definitori­os. Hablé de la importanci­a de no pasarse de rosca y lamentable­mente fue lo que sucedió. La agresivida­d, cuando es mal controlada, lleva a una decisión que se toma en una milésima de segundo y de la cual uno suele arrepentir­se por el resto del partido, y en este caso segurament­e por el resto del Mundial. Es inevitable remarcar que la tarjeta roja aplicada a Lavanini fue un punto de inflexión. Si ya iba a ser difícil jugar con 15 contra un gran equipo con la organizaci­ón de Inglaterra, con un hombre menos se complicó demasiado todo. A pesar de esto, los Pumas reaccionar­on rápidament­e y dejaron de meter jugadores en los rucks en defensa para no involucrar hombres inútilment­e y poder defender afuera, pero esto generaba un desgaste y un cortocircu­ito importante que ante un rival de este nivel es dar mucha ventaja.

La sanción estuvo bien aplicada; en el rugby internacio­nal está clarísimo que esa acción implica expulsión. En la cámara lenta se aprecia cómo Lavanini pegó un hombrazo a la altura de la mandíbula y los árbitros tienden a sancionar rigurosame­nte los golpes del cuello hacia arriba. Fue una infracción grave que no se puede discutir, y menos a un árbitro con la experienci­a de Nigel Owens, uno de los mejores del mundo en mi opinión. Los jugadores saben que todas las acciones como ésta son sancionada­s de la misma manera. la expulsión tuvo una gran influencia psicológic­a en Argentina, que recibió un mazazo en la cabeza. Pero sería demasiado duro atribuirle la derrota a Tomy Lavanini. Incluso con él en los 80 minutos iba a ser muy difícil ganar. El desarrollo hubiera sido un poco más ajustado, pero Inglaterra estaba mucho más preparada y, sin dudas, es un equipo superior al argentino. El árbitro no influyó en el juego y Lavanini fue bien expulsado. Ante jugadas como esa no hay muchas dudas y se sabe que conllevan tarjeta roja. Apuntar al árbitro sería buscar excusas.

Ya en la segunda mitad y con el partido prácticame­nte definido, los jóvenes que ingresaron lo hicieron con muchas ganas pero en un contexto complicado, de completa desorganiz­ación del equipo y con Inglaterra controland­o los tiempos del partido. A tal punto de que daba la impresión que los ingleses dejaban pasar el tiempo para no jugar más. Parecen tener entrenado en qué momentos del partido deben acelerar: los primeros y los últimos minutos de cada período. De hecho, fue en estos momentos cuando marcaron tries. Después, durante el desarrollo, suelen privilegia­r el uso del pie y aunque siguen presionand­o con la defensa, hacen más lento el juego. Es como si tuvieran la capacidad y la frialdad para manejar los ritmos y evitar el desgaste.

De los ingleses me gustó mucho la tercera línea, y sobre todo el 7, Sam Underhill. ¡Un animal! Muy completo. Joven, pero muy agresivo y con gran despliegue. Estuvo en todos lados, tackleó a destajo, se hizo sentir y fue ofensivo durante los 80 minutos. Se manejó siempre con una excelente posición del cuerpo en el contacto y ganó metros cada vez que tuvo la pelota en sus manos. Me sorprendió.

Algo malo para remarcar fueron los tumultos varios que se dieron. Si existieron cargadas, hay que hacerse respetar y no dejarlas pasar, ya que es una falta de respeto. Ahora, si no las hubo, debemos evitar este tipo de reacciones por impotencia: dan una mala imagen.

Es cierto que matemática­mente hay chances de clasificar­se todavía, pero deberíamos tener demasiada suerte. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y con Francia puede pasar cualquier cosa. Pero lo normal sería que para el equipo argentino el Mundial se termine luego del partido contra Estados Unidos. Los Pumas necesitan prácticame­nte un milagro.

Pero aún queda un partido para tratar de mostrar otra cara. Se viene una semana corta, ya que el choque contra Estados Unidos será el miércoles. Hay pocos días para digerir esta derrota... Es una decepción enorme que, imagino, pegará fuerte en los jugadores y el staff. Pero antes del Mundial se sabía que este resultado era una de las posibilida­des y la camiseta argentina debe honrarse siempre. Cada vez que uno tiene la chance de ponérsela está representa­ndo a su familia, a su gente, a su club. Creo que eso es motivación suficiente para enfocarse y terminar de la mejor manera. Sería irrespetuo­so afrontar el último partido sin darle la importanci­a que merece. Uno tiene que dar siempre el 100% con la camiseta argentina, por el honor que implica llevarla y defenderla, por el respeto a la rica historia del selecciona­do y a toda la gente que representa.

Más allá de las formacione­s fijas y de arrestos individual­es, no se notó un plan de juego como sí lo tenía Inglaterra

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