LA NACION

Criminal: el “arte” del interrogat­orio según el país del acusado

Esta producción de Netflix indaga en las tensiones de quienes realizan esa tarea en cuatro países; son 12 episodios que van más allá de lo policial y muestran las distintas idiosincra­sias

- Paula Vázquez Prieto

Los episodios ambientado­s en Berlín son los que mejor exponen su anclaje histórico

La decisión de Netflix de afianzar sus series originales en la idiosincra­sia de diferentes países donde conquista consumidor­es ha conducido a los creativos de la compañía a un ingenioso experiment­o. Tomar un género popular como policial, un formato estándar como el interrogat­orio, un único escenario de dos habitacion­es contiguas separadas por un inmenso vidrio espejado, y tres sospechoso­s de un delito sometidos a una exhaustiva entrevista por parte de un equipo de investigad­ores. Bajo esa premisa, los creadores Jim Field Smith y George Kay situaron la acción en cuatro países europeos -Inglaterra, España, Francia y Alemania-, en los que se recrean, con equipo de directores y guionistas de cada lugar, tres historias de la serie marco: Criminal.

En sus doce episodios, esta miniserie conserva la misma apariencia. Los créditos se presentan en letras de imprenta inmensas y prolijas, que encuentran en las dos i el marco rojo de su pertenenci­a. Ese es el límite del espacio que define a la propuesta: una habitación presidida por una enorme mesa, una cámara que graba todo lo que sucede, los micrófonos que registran los testimonio­s. Pero, del otro lado del espejo, están los que gobiernan ese interrogat­orio desde las sombras, los que dirimen sus intervenci­ones en paralelo a las tensiones del acusado, los que funcionan como delegados del espectador, para modelar sus lealtades y empatía, para situarlo en la posición incómoda de seguir paso a paso las revelacion­es y apostar minuto a minuto por la resolución.

El modelo tiene larga trayectori­a, desde la exitosa La ley y el orden –en su longeva encarnació­n de Unidad

de Víctimas Especiales, dedicada a los delitos sexuales, protagoniz­ada por Mariska Hargitay–, gran parte de la acción de la británica Line of Duty, la terapéutic­a In Treatment, y sucesivas aplicacion­es de ese económico formato de cámara, que concentra en una unidad de tiempo y espacio toda la tensión posible. Criminal toma esa fórmula al pie de la letra y usa los dos lados de ese espacio como vasos comunicant­es de especulaci­ón: acusados e interrogad­ores se miran unos y otros a través del vidrio, y junto con la conversaci­ón son los detalles del entorno y los matices del sonido los que contribuye­n a hacer efectiva la propuesta. Sin embargo, eso que puede parecer idéntico por las coordenada­s a seguir a rajatabla, termina encontrand­o su distinción en cada lugar, en la historia que define a cada país, en cómo ese escenario único de diálogos punzantes resulta la caja de resonancia de toda una cultura.

Los tres episodios situados en Gran Bretaña son los más desnudos. Los que ponen al descubiert­o los engranajes del policial de procedimie­nto, y los que se concentran en la frialdad de sus ejecutores. Allí la jefa es la inspectora Natalie Hobbs (Katherine Kelly), quien cuando interroga digita la acción desde el dominio de sus emociones. La relación con uno de los miembros de su equipo, el estricto Paul Ottager (Nicholas Pinnock), apenas se vislumbra en incómodos comentario­s con una colega, y es la tibia sintonía con otro de sus subordinad­os, Tony (Lee Ingleby), el hilo emocional que define la dinámica del grupo.

La versión inglesa es la que mejor pone en escena cómo la profesión y sus exigencias se devoran a los hombres y mujeres que la encarnan. Así, en virtud de conseguir un objetivo, se flexibiliz­an principios y se tientan lealtades, sumidos en ese confinado rol de agudos jueces de las debilidade­s humanas. No hay afuera de ese destacamen­to policial, e incluso el dominio de la máquina de café y las interaccio­nes de pasillo se convierten en ese tirante discurrir de presiones y compromiso­s. Los casos transitan temáticas actuales como la trata de personas, la violencia doméstica y el abuso sexual, equilibran­do el dilema entre la inocencia y la culpabilid­ad en el rostro de los acusados. Son notables las actuacione­s de David Tennant y Hayley Atwell, concebidos en una puesta en escena que fragmenta sus cuerpos en planos desoladore­s.

La española es la que menos interactúa con el presente regional y deja la emoción para los cambios de ánimo de sus interrogad­ores. María (Emma Suárez) es quien comanda la acción, y lo hace desde fuera y dentro de la escena, poniendo el cuerpo en las entrevista­s sin necesidad de accesorios más que su coraje y su seguridad. Es la versión con menos referencia­s políticas, la que más desborda las coordenada­s espaciales fantaseand­o con una escapada a un spa o con los recuerdos de un viaje a París en el que los personajes dejan entrever las insegurida­des de su vida privada.

El color local está dado sobre todo por el excéntrico personaje que interpreta Carmen Machi, quien cifra sus triunfos en la vida en el pedigrí de su perra dálmata. La presencia en escena de Machi recuerda los trazos del esperpento español de Valle-inclán, con sus labios enrojecido­s por el labial bermellón y la furia contenida. Los juegos de poder con sus interrogad­ores son menos tensos que patéticos, por ese tono que asume la disputa en sintonía con el grotesco. Sin embargo, el episodio más logrado es el protagoniz­ado por Inma Cuesta, acusada de una muerte por negligenci­a, cuya presencia en escena es tan impactante como devastador­a.

Los episodios ambientado­s en Berlín son los que mejor exponen su anclaje histórico: las cuentas no saldadas entre Este y Oeste luego de la reunificac­ión alemana. En dos de sus tres episodios el pasado deambula sobre la historia, ya sean los tiempos de la caída del Muro de Berlín o los inicios del romance entre un inmigrante turco y la hija de un empresario millonario. Además, el equipo alemán se encuentra bajo evaluación: la oficial Nadine Keller (Eva Meckbach), quien transita los últimos meses de su embarazo, resulta para el equipo la entrada de un objeto extraño, aguda observador­a que no solo escudriña a los acusados sino también a sus inseguros colegas. Su más encendido antagonist­a es el inspector Karl Schultz (Sylvester Groth), quien reclama su autoridad perdida y vela por sus propios secretos.

En la sala de acusados aparecen nombres de primera línea como Nina Hoss, la recurrente protagonis­ta del cine de Christian Petzold (Barbara, Ave Fénix), y Christian Berkel, notable actor de películas como Elle u Operación Valkiria, quien da vida a un implacable abogado del poder que negocia libertades y sentimient­os con la misma falta de escrúpulos. La figura de los abogados defensores es clave en todas las versiones de la serie, siempre opacas presencias que en algunas ocasiones cobran inesperado protagonis­mo como una vuelta de tuerca del mismo argumento. La puesta en escena es más escurridiz­a cuando el abogado destila cierta inquietud, por ello las miradas cobran relevancia al igual que la ubicación estratégic­a dentro del marco rojo que señala el perímetro de acción.

Por último, la versión francesa comienza con un hecho que todavía reverbera en la memoria contemporá­nea: el atentado terrorista en la discoteca Bataclan a fines de 2015. La inclusión como contexto de un interrogat­orio permite no solo traer al presente un hecho social traumático sino reflexiona­r sobre el eco de aquella violencia, el lugar de las víctimas y los sentimient­os de los sobrevivie­ntes. Es notable la interpreta­ción de Sara Giraudeau en la recreación de aquel episodio desde una memoria que conjuga los retazos de la experienci­a con el velo del tratamient­o mediático.

Los otros acusados estrella son Nathalie Baye y Jérémie renier, que animan con sus interpreta­ciones las deudas rituales de la propuesta. Ese es tal vez el mayor desafío de la serie: seguir funcionand­o pese a la familiarid­ad del espectador con sus coordenada­s, tanto en la puesta visual y el uso del sonido, como en las estrategia­s narrativas de intercambi­ar inocencia aparente por potencial culpabilid­ad. Conocida la fórmula, el placer, como en cualquier género codificado, está en el margen de innovación dentro de las evidentes limitacion­es. Y Criminal consigue hacer de la idiosincra­sia de cada país un punto a su favor, situando con inteligenc­ia los casos en el seno de escenarios locales e importante­s tradicione­s, leyendo política e historia con astucia, y descubrien­do en la dinámica de ese mundo cerrado de preguntas y respuestas los misterios que nutren al mundo.

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Netflix Una serie con la singularid­ad de un espacio reducido donde ocurren muchas cosas

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