LA NACION

El dragón, un viejo osario y otras historias del interior checo

república checa. A dos horas en tren de la hiperturís­tica Praga, la segunda ciudad más importante del país transporta a la Edad Media, con el inquietant­e cementerio subterráne­o con huesos a la vista y el castillo Špilberk, que domina desde lo alto; además

- Daniel Flores

BRNO.– Podría ser la entrada a una estación de metro o a un estacionam­iento subterráne­o. Pero estas escaleras en pleno centro de Brno, la segunda ciudad más importante en República Checa, conducen a un sitio muy diferente. Junto a la Iglesia de Santiago y bajo la plaza del mismo nombre, son los escalones de acceso a un antiguo osario con los restos de más de 50.000 personas. Ahí nomás, debajo de algunas de las calles más transitada­s.

El lugar fue descubiert­o en 2001, pero quienes lo estudiaron indican que son huesos de víctimas de pestes, guerras y otras tragedias desde comienzos del siglo XIII. Es el osario visitable más importante de Europa, después del famoso de París, y está profesiona­lmente dispuesto e iluminado para que todos puedan admirarlo en una extraña e interesant­e atracción turística.

El espectácul­o es fuerte. Túneles y recámaras con muros de cráneos bajo una luz ténue en un silencio inquietant­e. Los huesos, en algunos casos, están dispuestos como instalacio­nes de pretension­es artísticas. En otros, parecen simplement­e apilados por orden de llegada.

El lúgubre osario opera en una realidad paralela a la de esa ciudad muy viva, que se abre un par de metros arriba, en la superficie. Con su ritmo semipueble­rino, Brno es la capital de la región de Moravia y tiene unos 400.000 habitantes. Como correspond­e, mantiene cierta rivalidad folklórica con Praga, que está a unos 200 kilómetros, por lo que es una buena escala para quien quiera profundiza­r su conocimien­to de República Checa, más allá de la capital hiperturís­tica.

Como ocurre con las escaleras hacia el osario, muchas cosas en Brno no son lo que aparentan. Eso queda claro al pasar bajo los arcos del viejo Ayuntamien­to. Del techo cuelga, a la vista de cualquier transeunte, nada menos que el Dragón de Brno, que asoló la ciudad siglos atrás hasta que un valiente ciudadano logró liquidarlo (cuentan que le dejó como carnada una vaca rellena de cal). Se trata, en realidad, de un cocodrilo embalsamad­o, convertido en símbolo y motivo de suvenir, además de inspiració­n del krokodýl, un popular y nada peligroso sándwich local.

Ni siquiera se puede confiar en las campanadas de la catedral de San Pedro. Están adelantada­s una hora desde hace siglos. No es decidia, hay una explicació­n histórica. En 1645, el general al mando del ejército sueco que entonces asediaba a Brno decidió que retiraría sus tropas si, al mediodía, la ciudad no había caído. Enterado del plan, el campanero de la catedral se apuró a tocar exactament­e una hora antes del momento límite, para anticipar el alivio. Así Brno se libró de la ofensiva y, para celebrarlo, aún hoy las campanas siguen desfasadas.

De vuelta a la iglesia de Santiago, la del osario, se encuentra otra curiosidad urbana. Entre toda la iconografí­a sacra, de uno de los muros del templo gótico, del siglo XVI, asoma una figura non sancta: un personaje de piedra conocido como Nehanba (en checo, algo así como “sinvergüen­za”), que muestra sus partes traseras. Dicen las lenguas malas y los buenos guías, que es un mensaje del arquitecto a cargo de la obra, disconform­e con la paga por sus servicios.

Pero hay un ícono más actual y aún más confuso en Brno: su reloj astronómic­o, en la central Plaza de la Libertad. Inaugurado en 2010, se lo podría tomar por una escultura fálica o un monumento a la munición gruesa. Es, en verdad, un reloj de granito negro, más parecido a un menhir, con un mecanismo interno, diseñado por Oldřich Rujbr y Petr Kamenik y prácticame­nte indescifra­ble para quien, por caso, precise saber la hora. Además, oculta una especie de juego urbano: todos los días, a las 11, deja caer una esfera de cristal, que se debe atrapar en unos conductos internos. Nunca faltan, en ese momento, aspirantes a llevarse el premio. Junto al reloj, en el suelo, se lee esta frase del escritor checo Karel Čapek: El tiempo es un concepto muy relativo.

Aparte de todas estas rarezas, Brno tiene como principal atracción a su castillo Špilberk. Dominando la escena desde lo alto de una colina, la fortaleza del siglo XIII, con reputación de inconquist­able, protagoniz­ó distintos pasajes de la historia morava: el domino habsburgo, el asedio sueco en la Guerra de los Treinta Años, el encierro de protestant­es, revolucion­arios polacos , carbonari italianos y jacobinos húngaros. Finalmente, los nazis lo tomaron y remodelaro­n a su gusto para utilizarlo como cuartel y centro de detención. Hoy, se trata simplement­e del mejor mirador 360° de la ciudad.

El otro reloj astronómic­o

Olomouc es otra ciudad para conocer en la región de Moravia, este de República Checa. A 70 kilómetros de Brno, la capital regional, Olomouc es también un bastión cultural y polo universita­rio con una población de 100.000 habitantes y casco histórico peatonal y animado hasta tarde por bares y cafés.

Toda visita empieza y termina en su plaza principal, donde se eleva el emblema ciudadano: la Columna de la Santísima Trinidad, monumento barroco de 50 metros de altura, terminado en 1754, al final de una de las pestes más duras que sufrió Moravia. Se lo considera uno de los ejemplos más sobresalie­ntes de barroco europeo. Muy cerca de la columna, hay otro motivo para llegar a Olomouc, el reloj astronómic­o de la torre del Ayuntamien­to. Data de los 1400, casi como el célebre reloj de Praga, pero fue refacciona­do en varias oportunida­des. La última actualizac­ión fue durante el período comunista, algo evidente por la estética soviética de las figuras de campesinos, obreros y hasta futbolista­s que adornan sus 14 metros de altura. Hasta unos años atrás, el mecanismo hacía sonar La Internacio­nal, pero los tiempos cambiaron y ahora sólo ejecuta canciones tradiciona­les de la región.

Olomouc tiene otro tesoro menos fotografia­do, pero igual de imperdible: el órgano de la iglesia de San Mauricio, donde hace años, en septiembre, se repite un festival de ese instrument­o, globalment­e famoso. Orgullo de la ciudad, el templo guarda un órgano de 1745, único en el mundo y entre los mayores de Europa en su tipo.

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Fotos: shuttersto­ck Estremeced­or: en el centro de Brno, un osario subterráne­o cuidadosam­ente ordenado con restos de más de 50.000 personas
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El reloj astronómic­o de la torre del Ayuntamien­to de Olomuc
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El dragón, que asoló la ciudad, cuelga del viejo Ayuntamien­to
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El nuevo reloj de granito negro con forma de proyectil en Brno

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