LA NACION

La histórica casa museo de Pablo Neruda en isla Negra

chile. A 100 kilómetros de Santiago, Isla Negra, frente a una playa de olas salvajes, es una de las tres casas museo del poeta, donde escribió Canto general

- Alejandra Pía Gestoso

Alguien le cambió el nombre a ese sitio que otrora era conocido como Las Gaviotas. Alguien vio que no solo ellas eran las dueñas de ese excelso lugar, en la comuna de El Quisco, a poco más de 100 kilómetros de Santiago.

Alguien se instaló en lo alto para admirar ese inmenso océano y descubrirl­o todos los días, mientras las olas rompían con furia a cada instante en esa playa. Esa persona fue Ricardo Elécer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura, senador de Chile y embajador de francia, que sentenció que esas rocas negras y ese océano no serían tal, sino una isla, donde podría separarse del mundo para escribir, su Isla Negra. Por eso así rebautizó la que sería la morada donde descansan sus restos. Y le puso el sello a este paraje y a esta casa que lleva el mismo nombre del lugar, y que se transformó en museo, para ver las excentrici­dades y demás cosas del poeta.

Llena de magia y misterio, en 1990 fue declarada monumento nacional, y fue la preferida del poeta. La Chascona, en Santiago, y La Sebastiana, en Valparaíso, fueron los otros dos hogares de Pablo. Sobre las vallas que rodean la casa se leen grafitis de gente que dejó su impronta, como por ejemplo: “No sabemos que extrañar, ese es el costo de los buenos momentos”.

Un gran ventanal mira al mar, y por eso Neruda escribió: “El océano Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenad­o y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”. Nada más cierto al contemplar desde esa casa el infinito mar con todos sus secretos. Como en todo lo pertenecie­nte al escritor, el pez de hierro emblemátic­o con su hexagrama se agiganta en este sitio, que es el logo usado por Pablo.

Como un barco

Aquí escribió su Canto general, destacando en el poema Disposicio­nes: “Compañeros, enterradme en Isla Negra/frente al mar que conozco, a cada área rugosa de piedras/ y de olas que misojosper­didos/novolverán­aver…” Y así fue. En este sitio descansan no solo sus restos, sino también los de Matilde Urrutia, su segunda esposa, en un sector en forma de barco, mirando al mar, con un ancla inclinada al costado, como símbolo de permanenci­a en el lugar. Muy cerca están el campanil y un bote, y a unos pasos de allí, una locomotora un poco oxidada.

No bien se ingresa en la casa nos da la bienvenida una frase: “Regresé de mis viajes. Navegué construyen­do la alegría”. Y así es cuando uno puede admirar la gran cantidad de elementos que se encuentran allí, como pipas, réplicas de veleros, mapamundis, zapatos antiguos, botellas, fotos de Rimbaud y Walt Whitman, y hasta su eterno poncho.

Al ingresar se tiene la sensación de estar a bordo, ya que con forma de barco, con techos bajos, pasillos estrechos, escaleras empinadas, destacan el Pasillo de las Máscaras, el Salón de Mascarones y las salas de las Caracolas, la del Caballo y la de estar, la biblioteca, el comedor y el dormitorio con vista al mar.

En la actualidad Isla Negra es administra­da por la Fundación Pablo Neruda, y además de contar con un centro cultural donde se realizan conferenci­as y exposicion­es, también tiene una tienda para comprar desde libros, lapiceras hasta productos en cobre, y la típica botella con detalle símil vitraux y el vaso con la imagen del escritor.

Luego de recorrer este “barco” nos aguarda bajando a la playa del Poeta, sobre unas rocas -esas que tanto amó, la efigie en granito de Pablo que mira al mar, donde la gente trepa para sacarse una foto y quedarse ahí admirando el paisaje. La vista desde ahí es sublime. El ruido del océano golpeando esas rocas hace que nuestras palabras se pierdan.

Para almorzar, una buena opción es el restaurant­e El Rincón del Poeta, que está dentro del museo, y mientras se aguarda la comida se podrá leer en una de sus paredes la “oda al caldillo de congrio”. Es un sitio ideal para comer al lado del mar o tomando algo admirando el paisaje.

Durante la dictadura en Chile, Isla Negra se cerró y un cartel colgado en la puerta decía: “Esta casa no se visita”. Quizá tal vez como si de ese modo los versos del capitán o la barcarola se fuesen a hundir en ese océano que el escritor tanto amaba.

Al salir de allí, el camino nos guiará hacia la Plaza Estadio Sobrino, para ver y comprar productos locales realizados por artesanos.

Y si se quiere conocer algo más del poeta, a 30 minutos a pie de aquí se puede ir al mirador Cantalao, que se accede de forma gratuita, entre las 10 y las 18. Pertenece también a la Fundación Neruda y en el lugar hay esculturas en piedra hechas en honor al escritor; se destaca la Cueva del Pirata.

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Marcelo Manera Imponente panorámica al mar y a las rocas negras que le dieron nombre al lugar
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En la casa, con forma de barco, descansan los restos de Neruda

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